Cultura

Perfiles

El cronista certero de los márgenes del sistema

Hace 30 años moría Charles Bukowski, uno de los más explícitos exponentes del realismo sucio, quien hurgó en los rincones decadentes de la norteamérica profunda a través de su mirada visceral y perspicaz y quien hizo de su vida y su producción literaria una y la misma cosa


Hace unos pocos días se cumplían 30 años de la muerte de uno de los escritores norteamericanos más desafiantes e icónicos, quien hizo de su vida y su producción literaria una y la misma cosa. Y no es que no haya otros que cabalgaron esa misma senda, pero Charles Bukowski pudo construir de manera eficaz un universo surgido de una íntima relación entre la ingesta copiosa de alcohol y lo que ese estado decanta como cosmovisión, en una precisa síntesis de alucinación y lucidez dada a partir de la elección de la escritura como modo de supervivencia. Tuvo una vasta producción en prosa –novelas, cuentos, diarios– y poesía y pertenece a ese tipo de escritores influyentes por su estilo seco y directo pero que si se los adopta demasiado se corre el riesgo de terminar copiándolos.

Ninguneado por la mirada académica  y los diversos cánones durante casi toda su trayectoria, sus creaciones fueron sin embargo festejadas por lectores de todo tipo, desde los más atentos y encumbrados hasta los que buscaban solazarse solamente con el lado oscuro de su vida reflejada en su obra. Y a diferencia de lo que suele pensarse respecto a que Bukowski fue escribiendo a los tropezones que le marcaban sus borracheras y su descontrolada afición a las carreras de caballos, la observación de algunos de sus momentos de vida indican que su carrera literaria estuvo signada también por tácticas para encontrar el tiempo justo para que determinadas cuestiones puedan ser contadas de la mejor manera. Un ejemplo iniciático de eso puede estar cuando una pequeña pero prestigiosa editorial llamada Story Magazine acepta un cuento suyo cuando tenía solo 24 años y un agente literario le escribe ofreciéndose para representarlo y el joven Bukowski rechaza la oferta explicando que aún no estaba en condiciones de escribir sistemáticamente.

En una entrevista televisiva de mediados de los ochenta, Bukowski dijo que en aquella instancia –que para otros jóvenes hubiera sido difícil de rechazar– él sintió que apenas si había podido escribir ese cuento que la editorial aceptó y que todavía necesitaba vivir otras cosas para poder contarlas, y además no sabía muy bien cómo hacerlo todavía. Esa determinación de seguir con su vida antes emprender una trayecto con la escritura marca quizás su primer punto de inflexión y lo sitúa como alguien que toma en serio lo de escribir y se siente responsable por ello.

Con el whisky las cosas terminan mal

Uno de los nombres exponentes en Estados Unidos de lo que se llamó “realismo sucio” (dirty realism) –junto a John Fante, Raymond Carver, Tobias Wolff y Richard Ford, entre los más conocidos–, último beatnik, primer punk, como se lo bautizó alguna vez, Bukowski comenzó rápidamente a acopiar experiencias de vida, sobre todo como bebedor empedernido, trabajando en empleos precarios –obras en construcción, talleres metalúrgicos y de compostura de zapatos– y viviendo en pensiones miserables junto a yonkis, traficantes y prostitutas, agarrándose a trompadas en los bares, despertando entre vómitos y meadas en lugares a los que no sabía cómo había llegado; enamorándose y desamorándose según la extensión de la ingesta alcohólica y según el tipo de bebida. Una vez confesó temerle al whisky y lo hizo de esta manera: “Generalmente tomo vino o cerveza porque son más amables y yo me comporto también más amable con las personas, aun con aquellas que no me agradan demasiado, pero si luego sigo con whisky, las cosas tienden a empeorar y finalmente terminan mal”.

En todos esos años en los que no escribió ni una sola línea –al menos él lo admitió así– vivió de modo visceral cada día, ateniéndose a sus necesidades elementales, esas que lo hacían trabajar en los empleos de turno –generalmente mal pagos y a los que indefectiblemente terminaba abandonando, o era echado, luego de que se descubriera que también bebía allí– , comer, dormir y beber y beber, aunque seguramente iba acumulando experiencias suficientes para luego recrear esa cotidianidad en la forma más certera posible, en todo caso una fórmula a la que él apostaba como la más confiable para volcar no solo parte de su vida, sino, como dijo alguna vez, su dolor.

https://www.youtube.com/watch?v=5g9hPTaFztM

“Buena parte de la vida duele, porque todo es falso y vacilante, salís a la calle luego de una depresión y te encontrás con gente que piensa en que son buenas personas y quieren demostrártelo, pero el primer rostro humano que uno ve en la vereda, esa cara nomás me hace perder la mitad de la carga. Es una cara monstruosa, sin expresión, tonta, sin sentimientos, cargada de capitalismo”. El cantautor Lou Reed llegó a decir que, entre los escritores, era Bukowski quien llevaba la actitud punk a su máxima expresión ya que jamás lo había escuchado decir algo para agradar a nadie y por el contrario podía decir lo que pensaba sin importarle quién tuviera enfrente.

De alguna manera sería el descubrimiento de la lectura lo que llevaría a Bukowski a vislumbrar un posible sentido para su vida. Su infancia y adolescencia fueron duras puesto que su padre era muy estricto en todo y veía en él a alguien incapaz de hacer algo por sí mismo y en sintonía también era bastante resentido y violento y lo castigaba con un cinturón cuando volvía borracho luego de buscar empleo sin ninguna suerte –era la época de la depresión–, una postal que se extendía a todo el barrio obrero de clase baja de Los Ángeles donde vivía, hostil y violento casi todo el tiempo.

Pero algo ocurrió de forma azarosa y lo puso ante un mundo nuevo que enseguida lo atrapó. Huyendo de una patota de jóvenes que lo perseguía burlándose de su rostro –atacado por el acné y luego “arruinado” por una fallida intervención médica–, se guareció en una biblioteca pública y estuvo por más de dos horas leyendo libros y teniendo una suerte de epifánico encuentro con las palabras. Ese contacto luego lo describió así: “¡Que emoción! Las palabras no eran aburridas, las palabras eran cosas que podían hacer zumbar tu mente. Si las leías y te permitías sentir su magia, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importar qué te pasara”. Tenía catorce años y hasta entonces sólo leía en la escuela porque en su casa su padre se lo impedía. Sobre el final de su adolescencia, Bukowski probaría el alcohol y comenzaría a escribir en unos cuadernos que le regalaban en una librería como pago por acomodar cajas.

Acerca de los primeros tragos de vino –absolutamente inaugurales para su vida– apuntó: “Era mágico. ¿Por qué nadie me lo había dicho? Con esto, la vida era maravillosa, un hombre era perfecto, nada lo podía tocar”. Lamentablemente, a los textos en los cuadernos no pudo volver a verlos, puesto que en un ataque de ira su padre los rompió y los arrojó al viento. Durante dos años fue a clases en la universidad pública de Los Ángeles, sitio donde comenzaría a beber y a escribir de modo más sistemático. Luego se mudó a New York –eran los años de la Segunda Guerra–, donde fue arrestado acusado de desertor del ejército, pero luego de no aprobar un examen psicológico fue excusado de ir al frente.

Con los caballos todo está al límite

A los 35 años tuvo una hemorragia estomacal por lo que tuvo que ser internado y tratado de urgencia. Se debía a un exceso de alcohol y el médico le dijo que si tomaba un trago más, se moriría. Allí es cuando comienza a interesarse por las carreras de caballos, ya que la sugerencia de algunos amigos fue que sería un paliativo para no beber. El transcurso del tiempo evidenciaría que aquel pronóstico sobre su ingesta alcohólica era exagerado ya que Bukowski no dejó de beber y además se hizo aficionado al deporte hípico, otra faceta de su vida que resultaría tan compleja como gratificante. Sobre el tema deslizó que “traté de ganarme la vida con las carreras por un tiempo. Es doloroso. Es vigorizante. Todo está al límite, el alquiler, todo. Pero uno tiende a ser cuidadoso. Una vez estaba sentado en una curva. Había doce caballos en la carrera y estaban todos amontonados. Parecía un gran ataque. Todo lo que veía era esos grandes culos de caballo subiendo y bajando. Parecían salvajes. Miré esos culos de caballos y pensé: «Esto es una locura total». Pero hay otros días en los que ganás cuatrocientos o quinientos dólares, ganás ocho o nueve carreras al hilo, y te sentís Dios, como si lo supieras todo. Y todo queda en su lugar”. Evidentemente, las carreras fueron también un modo de vivir como le gustaba, al límite.

Recién cerca de los 50 años pudo comenzar a vivir de su escritura luego de publicar durante más de quince años en editoriales under –en las que sus relatos se vendían mucho a bajo precio–; época que le serviría a Bukowski para adoptar una férrea disciplina en la escritura y  viajar por el país, vagabundeando y buscando trabajos en donde los hubiere, en función de contar con la mayor cantidad de tiempo libre para sostener esa práctica. Cuando terminaba sus cuentos los enviaba a revistas literarias y culturales de renombre como The Atlantic, Harpers y The New Yorker, pero siempre fueron rechazadas.

Cuando te aceptan, todo está mal

Fue después de casi quince años donde nada parecía alentarlo a tener algún rebote masivo cuando le ofrecieron que fuera un escritor exclusivo de una editorial que se había armado hacía poco, interesada particularmente por tener a alguien como él en su catálogo. Le propusieron pagarle cien dólares por mes si dejaba de trabajar en el correo –era su trabajo por entonces y en el que más tiempo duró– y se ponía solamente a escribir. La editorial se llamaba Black Sparrow Press, su editor general era un tal John Martin y sería quien terminaría publicando toda su obra. Heinrich Karl Bukowski, o Hank, como lo llamaban primero sus compañeros de juerga y luego casi todo el mundo, y conocido mundialmente como Charles Bukowski, publicó más de cincuenta libros –entre los que se encuentran las novelas Cartero, Factótum, Mujeres, La senda del perdedor, Hollywood y Pulp; los libros de relatos Escritos de un viejo indecente; Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; La máquina de follar, Se busca una mujer, Música de cañerías, Hijo de Satanás; los libros autobiográficos Shakespeare nunca lo hizo y Peleando a la contra; los diarios de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco; los libros de poesía Abierto toda la noche, Amor, Lo más importante es saber atravesar el fuego, Arder en el agua, ahogarse en el fuego– en donde la desesperación y lo absurdo de la existencia adquieren una dimensión conmovedora a través de una escritura despojada, visceral e irónica y donde el amor, la muerte, el sexo y hasta la escritura misma son expuestos como los interregnos en los que oscilan la generosidad y las miserias del ser humano, porque él mismo estuvo allí meciéndose por imperio de la vida y prepotencia del sistema.

Un escritor maldito dijeron que fue y lo aceptaba con gusto. “Disfruto las cosas malas que se dicen sobre mí. Aumenta la venta de libros y me hace sentir malvado. No me gusta sentirme bien porque soy bueno. ¿Pero malo? Sí. Me da otra dimensión. Me gusta ser atacado. «¡Bukowski es desagradable!» Eso me hace reír, me gusta. «¡Es un escritor desastroso!» Sonrío más. Me alimento de eso. Pero cuando un tipo me dice que dan un texto mío como material de lectura en una universidad, me quedo boquiabierto. No sé, me aterra ser demasiado aceptado, siento que hice algo mal”, sostenía el cronista certero de todo lo que se movía en los márgenes del sistema, quien bebió y escribió hasta el final de sus días, un 9 de marzo de 1994.

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