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El Ciudadano abraza a los trabajadores de Mefro Wheels

Perdieron a un compañero en la lucha por conservar su fuente de trabajo, algo que nadie les va a devolver.


Las imágenes más duras que guarda mi memoria sobre el neoliberalismo tiene que ver con la falta de trabajo grabada en el rostro de la gente. Si el periodismo policial me obligó a tratar de cerca con la muerte, había otra muerte que nunca toleré: el desempleo. Ese ascendente camino a la desesperación, esa gente en la puerta de una fábrica que cierra y la certeza de que ya no se abrirá otra porque este mundo no te necesita. ¿Qué recorta un trabajador cuando no hay más salario? ¿Qué deja de comer? ¿Qué le dice a sus hijos? ¿Cómo se empieza de nuevo?

El neoliberalismo, o los conservadores, te llena el camino de vendedores sin suerte. De gente con canasta que vende pan, sándwiches. Gente que vende medias que nadie necesita. Gente con tristeza en la mirada que depende de cada uno para comer.

Héctor tenía 61 años y una vida al servicio de una metalúrgica. Era demasiado joven para jubilarse, demasiado viejo para otro trabajo. Peleó más de un año para que su amada fábrica Mefro Whells abriera, pero cuando la esperanza se derrumbó del todo de la mano de la apertura indiscriminada de importaciones, también se le derrumbó su vida.

Los efectos colaterales de la política son estos. El exterminio de trabajadores, la muerte lenta, la tristeza, la angustia. Y la certeza de saber que nada va a cambiar. Los luchadores de Mefro Whells nunca se rindieron, el gobierno le bajó los brazos. Vaya este abrazo fuerte a cada uno desde la cooperativa del diario El Ciudadano.