El coronavirus se llevó hasta hoy 10 mil vidas en Argentina. Y cada una de ellas, tiene una historia detrás. En Rosario, hasta julio parecía que podría ganarse la batalla sin tanto daño, con muy pocos casos y víctimas contadas con los dedos de las manos, cuando los contagios se multiplicaban en Buenos Aires y sus alrededores. En ese tiempo, se amplió la capacidad de camas críticas y se puso en marcha desde la provincia un centro de atención telefónica, con un 0800 al que llamar ante la sospecha de un positivo y un protocolo para la realización de hisopados y aislamiento de contactos estrechos. Hoy, con circulación comunitaria y promedio de 300 contagios diarios confirmados, el esquema se puso a prueba y el gobernador Omar Perotti debió anunciar una nueva cuarentena de 14 días, para evitar saturar al sistema de salud rosarino. Y en este marco, la ciudad va sumando cada día, nuevas muertes por covid-19 al conteo nacional. Como las de Miguel Maña (69 años), Leonor Dandeu (88) y Margarita Kindebalux (64), integrantes de una misma familia de zona sur, contagiados a partir de un primer caso que intentó sin éxito durante dos semanas, hacerse el hisopado. Fallecidos los tres con pocos días de diferencia, hoy sus familiares cuestionan la velocidad de atención del 0800 y analizan hacer una denuncia penal.
El 3 de agosto empezó el calvario para este grupo familiar, gente de trabajo de Barrio Las Delicias. Y lo cuenta el primer contagiado, Damián Maña, de 39 años: “Yo arranqué mis síntomas con fiebre muy alta. Ahí me aislé y llamé al 0800. Me dijeron que me ponían en espera la llamada, hasta que me atienda un médico. Pasaron más de 50 minutos y seguía con la musiquita. Me habían dicho que si se cortaba la comunicación, ellos iban a llamar, ya me habían pedido el teléfono. Corto, no me llaman. Y vuelvo a hablar yo. Me atiende otra persona y me dice que no estaban registrando mis datos, arranco todo de cero. Dejo de nuevo mi nombre y me vuelven a dejar en espera, de nuevo no puedo hablar con ningún médico, ni que me vengan a hacer el hisopado. Eso fue un martes. Al viernes, que seguía con fiebre, me voy a hacer el test al Roque Sáenz Peña. Ahí me atendieron muy bien y me dijeron que en 48 horas me daban el resultado. Me lo dan al final el martes siguiente. En esos días, ahí sí me llamaban de la provincia monitoreando cómo estaba. Pero la verdad, no sé si es la mejor forma, porque uno no es médico. ¿Si yo le digo que tengo un dolor leve, pero la persona que está en el call center no le presta atención y estoy haciendo una infección por una neumonía o algo así? Para que te manden la ambulancia, tenías que decirle que estabas re grave. Ahí, ya con bronca por cómo venía todo, me comunico con un abogado. Hacía 13 días que tenía fiebre y no me había visto nadie. Hicimos una denuncia en Fiscalía y al otro día viene el SIES, cuando ya habían pasado catorce días desde mi primer síntoma y ya me había curado. O sea, con lo que tardaron, podría decirse que o se me había ido la enfermedad o ya me podría había muerto. Y en el medio, se contagió todo mi grupo familiar”.
El testimonio que sigue es de su primo, Adrián Miglierini, de 43 años y transitando los últimos días del Covid-19, con pocos síntomas. “En total fuimos 12 positivos. Yo me lo debo haber agarrado cuando fui a colocar una membrana en la piecita que mi papá le estaba ayudando a levantar a mi sobrina y a su marido, que ahí todavía no sabíamos del contagio de Damián. Mi mamá, que es una de las que dio positivo, falleció este viernes pasado a la noche. Fue la última en morir, antes habían muerto el papá de mi primo y nuestra abuelita. Terrible lo que nos pasó y en tan pocos días”.
Sigue Adrián: “Cuando mi primo creyó estar contagiado, se aisló junto con su mujer y sus hijos. No salieron más. Y cerró el negocio, en el que trabajaba con sus viejos. Como había pasado más de una semana y no conseguían que les hicieran el test, hizo una denuncia de que no lo estaban atendiendo y ahí se lo fueron a hacer, le dio positivo aunque ya estaba saliendo de la enfermedad. Para ese momento, por el contacto estrecho y viviendo varios en casas en el mismo terreno, aún cuidándose, se esparció el virus en la familia, era muy difícil que no hubiera pasado. Porque además, no sabían bien cuándo habían empezado con el contagio. Mi tío Miguel trabajó veinte años en OCA, fue delegado de Camioneros. Era jubilado y falleció en el Rosendo García. Mi abuela Leonor Dandeu, de 88 años, cuando se puso mal y la llevaron a internar sin saber si tenía positivo, duró tres días. Antes de morir, se le hizo el test y dio que tenía el covid. Mi mamá, Margarita Kindebalux se contagió de ella, porque ayudó un poco a cuidarla. Se cuidó, pero el virus es muy contagioso. Fue la última en la familia en morir, este viernes a la medianoche. Con 64 años y sin enfermedades previas. En el Hospital Español”. Y agrega: “Desde que mi mamá entró al Hospital, no pudo verla nadie más. Cuando estaba en sala común, nos comunicamos por video llamada, por protocolo covid. Y después, le sacan toda comunicación. No pudo despedirse nadie de ella”, cuenta con mucha tristeza Adrián, graficando lo que significa la partida de un familiar querido cuando padece coronavirus.
Los abuelos de Adrián y Damián eran de Crespo, Entre Ríos. “Mi abuela era descendiente de franceses y mi abuelo de alemanes austríacos -cuenta Meglierini-. Vinieron a Rosario y él empezó a laburar en Acindar, en la zona sur y en la fábrica le dieron una casa ahí cerca, que eran todas parecidas, por calle Lamadrid. Él ahí se pudo comprar un terreno que hacía una “ele” por Rodríguez y Lamadrid. Tuvieron 9 hijos, mi mamá nació en Entre Ríos y fue la última. Se vinieron todos para acá con los chicos. Ahora, tres de ellos vivían en ese mismo terreno en el que vivía la abuela, su mamá. Y los otros todos por ahí cerca en el barrio. Cuando yo era chiquito mis viejos alquilaron por zona sur, a la vuelta de ese terreno. Y de a poco, fueron construyendo la casa propia ahí en la ‘ele’, como le decimos nosotros. Por el ’87 más o menos, nos fuimos a vivir ahí. Y dos años después, mis tíos terminaron de construir al lado, en el mismo terreno. Mi tío es el que murió ahora por covid. Nosotros fuimos tres hermanos. Nos fuimos independizando. Y mis tíos tuvieron cinco hijos. Y nos veíamos todos, siempre. Gente laburante, nos ayudábamos todos”.
Adrián cuenta un poco más de la historia de esta familia, golpeada ahora por el covid en modo tragedia: “Mi tía trabaja en el Casino City Center, mi papá es jubilado, pero sigue haciendo changas como pintor albañil. Es un tipo muy fuerte, es admirable como se bancó esto ahora. Mi mamá fue portera de escuela por 30 años en la escuela Santo Tomás de Aquino, en la zona sur la comunidad educativa la conocían todos. Mi tío el que murió era delegado de OCA. Se jubiló más joven, después de haber tenido tres infartos. Y era ábitro de fútbol infantil. Ahora, con mis primos, tenían un negocio familiar”.
Damián Maña, el primer contagiado y autor de la denuncia, dice ahora: “A los poquitos días que tuve el primer síntoma, empezaron a tenerlo varios más en la familia. Primero mis hermanos, después mi abuela, después mi papá y después mi tía, la mamá de Adrián. Y todos los que iban llamando, pasaba igual. Los atendían, pero no mandaban ambulancia. Mi viejo había tenido varios infartos, antes de esto. Y cuando finalmente puede ir al Rosendo García, no lo pusieron en terapia sino en sala común, a pesar de su historial clínico. Para mí, lo dejaron morir. A los dos días, murió de una falla multiorgánica, que es lo que produce el coronavirus, más un shock ascéptico, que le produjo un ataque al corazón. Pero si vos tenés una persona con antecedentes, no podés dejarla en sala común. Entiendo que acá lo que hay es abandono de persona y mala praxis, deberá decirlo la Justicia. A mí me dijeron cuando llamé al 0800, que iban a tener en cuenta el vínculo con los contactos estrechos para hisopar a todos. Y nunca vinieron”.
Los problemas con el Cementerio de Ibarlucea
La familia de Margarita Kindebalux venía pagando un espacio en el Cementerio de Ibarlucea, por descuentos que le hacían desde Iapos en el recibo de su jubilación a su marido. Cuando ella falleció, cerca de la medianoche, llamaron para llevar el cuerpo durante toda la madrugada del sábado, pero fue infructuoso. No había guardia telefónica. Y a las doce horas de haber muerto un paciente covid, por protocolo el cuerpo debe ser retirado. Ante la urgencia, sin respuesta de Ibarlucea, el marido de Margarita tuvo que pagar un nicho en el cementerio de Villa Gobernador Gálvez.
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