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El boom de Puerto Norte “alimenta” otros negocios

Vendedores gastronómicos abastecen a más de dos mil trabajadores en zona de avenida Francia y el río.

Por: Santiago Baraldi

El trabajo detrás del trabajo. El sol del medio día cae a pleno y a las 12 en punto comienza el descanso en Complejos del Alto, en las torres las Dolfinas y Embarcadero, también en Ciudad Ribera y Forum. Más de dos mil trabajadores comienzan su hora de descanso y se arremolinan frente a los vendedores que esperan con sus cajas y mesas improvisadas donde ofrecen un variado menú y gaseosas.

Albañiles, yeseros, pintores, herreros, electricistas, carpinteros, azulejistas, colocadores de pisos, de todos los rubros se los ve con sus herramientas colgadas en la cintura, sus cascos amarillos o blancos, haciéndose bromas, cruzando chanzas o cargadas al compañero que esa mañana se mandó una macana. Anécdotas que se cuentan bajo la sombra de los espacios verdes sobre la avenida Francia.

“Hace 15 años que vendo en las obras, lo que se está viendo con la construcción en este tiempo es notable, en mi caso, junto a mi mujer, vendemos más de 80 porciones diarias”, asegura Pastor en la vereda del edificio Embarcadero. El matrimonio prepara cada día, dos menús diferentes que venden a diez pesos: “En este caso hicimos tomate relleno con arrollado de carne y pollo con papas, otro día traemos supremas con arroz blanco o guiso, otro merluza en marinera o milanesa napolitana con fritas”, agrega Pastor mientras anota el fíado en una libreta. “Los muchachos cobran por quincena y yo ya los conozco por el apellido, hace cinco años que les vendo aquí, son buenos pagadores”, asegura

La mujer de Pastor, Margot, está en el ingreso de Complejos del Alto, frente al Parque Scalabrini Ortiz y destaca que “esto genera trabajo para todos: para el que vende la carne, el pollo, las verduras, las gaseosas, esto es una rueda y esta es la gente que consume”. Los testimonios se repiten entre los trabajadores: todos aseguran tener una nueva obra donde ir cuando finalicen.

En el portón de ingreso a Ciudad Ribera cuelga un cartel: “No hay más vacantes”, avisa. Innumerables cantidad de motos y bicicletas se amontonan en un sector de la obra. “Lo que es notable es que no son tantos los rosarinos: la gran mayoría son bolivianos, paraguayos, hay chilenos y brasileños”, explica uno de los vendedores que monta su caballete sobre Vélez Sarfield. Viejo zorro del rubro, asegura estar hace 30 años en la venta: “Estuve tres años vendiendo para los muchachos que levantaron el casino, después me vine acá. Nosotros hacemos sándwiches frescos, envasados para no tener problemas”. Con él colaboran dos hermosas chicas, simpáticas, y es el puesto, sin dudas, que más clientes arrastra.

De Pico Fino a las Dolfinas

Rito es fana de Independiente y trabaja como policía. “Pero vendo comida porque saco más que con los adicionales”. Su chango de supermercado tiene tapers de distintos tamaños con exquisitos manjares que prepara su mujer María. “Ella trabajó 25 años en Pico Fino y la echaron sin pagarle un peso. Cocina muy bien y nos metimos en esto hace cinco años, Cuando se estaba levantando el Alto, llegué a vender hasta 800 sándwiches en un día, ahora estamos en los 30 menús diarios, cada uno a 10 pesos. Hay que tener buenos precios”.

Los obreros que están ampliando y remodelando la avenida De la Costa Estanislao López que comunicará la zona norte con el centro interrumpen el trabajo y se bajan de sus motoniveladoras, excavadoras y otros vehículos inmensos en busca del tan ansiado almuerzo. Todos son reacios a conversar, hay desconfianza: “¿Son del gremio?”, preguntan. Cuando se explica el tenor de la nota, conversan, pero en cuentagotas.

En uno de los puestos instalados sobre los paredones de Forum, un hombre mayor evita dar su nombre. “Vos nos vas a generar problemas, porque después vienen los de orden público a rajarnos, cada tanto nos corren pero nosotros no hacemos otra cosa que vender sándwiches a los muchachos”. Desde la camioneta donde despacha Margot, reconoce que han tenido inspecciones de bromatología “pero nunca hubo problemas” ya que “es del día” la comida que se vende. “Si uno está en esto hace años es por algo, he visto llegar a algunos con sus canastos pero no les compran porque ya hay una confianza con los que hace años estamos con frío, calor o lluvia”.

José llegó con una empresa de construcción de Madariaga, provincia de Buenos Aires. “Vivía en Pinamar pero cuando llegué aquí hace cinco años para trabajar, cuando comenzaron a levantar las torres Dolfinas me enamoré de Rosario. Ahora quedé como encargado, y me ocupo un poco de todo. El Flaco Schiavi se mudó hace poco y ya le hice algunas cosas”, cuenta. Mientras quedan algo más de 300 personas finalizando las inmensas Dolfinas, llegan a la calle Madres de Plaza de Mayo fletes y camiones de mudanza. Se cruzan con personal que baja sanitarios o alfombras. Uno de los choferes se cruza con un yesero que lleva una porción de pollo al horno con matambre casero: “Disculpame, tiene buena pinta, ¿dónde lo compraste?”, inquiere.  El de manos blancas apunta el carro de Rito: “Apurate porque creo que ya no le queda nada”.

Como contracara, a la misma hora que los obreros buscan la sombra de un árbol y estiran sus piernas, los urbanizadores de Parque Norte parten raudos en sus autos en busca de aire acondicionado en los restoranes del Alto. “No veo a la arquitecta clavándose una milanga”, remató uno de los pintores mientras una bella mujer sube a una camioneta con vidrio polarizado.

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