Crónicas

Genio y figura

El bebop de Charlie Parker: un legado musical que no encuentra límites

Hace 100 años nacía el saxofonista que rompería las barreras del jazz con un lenguaje que iba siempre un poco más allá. De vida intensa y muerto demasiado joven, el mago de la improvisación sigue seduciendo a las nuevas generaciones con su virtuosismo inapelable


Se dice que el saxofonista Charlie Parker se valió de ciertas formas musicales utilizadas por Bach para componer sus melodías, darle algunos matices a sus acordes y seguir un derrotero pleno de imágenes.

Fue también el primer músico de jazz que tocó en semi-corcheas y modificó el enfoque que en el ritmo del género venía más pegado al swing del sur estadounidense, de New Orleans precisamente.

Algunos especialistas en su obra agregan que su dinámica se refleja bastante en la de la música barroca. Lo cierto es que Parker fue de los que rompen el esquema reconocible de un género para volverlo otra cosa sin prescindir de su esencia; como se sabe, cada tanto, un talento reconcentrado trae consigo un viento renovador y profundo que cambia incluso la forma de escuchar.

Y como esa clase de músicos –en el rock hay muchos pero bastaría nombrar a Hendrix, Morrison o Janis Joplin– cala hondo e inaugura una modalidad única, en la que habrán de abrevar otros músicos pero que nunca sonará igual que cuando él talla su instrumento.

Y claro, hay enormes saxofonistas con su estilo pero nadie con su singularidad, eso que lo hace reconocible aun en los oídos menos adiestrados. “Si la historia de Occidente se divide en «Antes y Después de Cristo», la del jazz se divide en «Antes y después de Charlie Parker»”, dijo una vez el saxofonista rosarino Hugo Pierre (que tocó con el Gato Barbieri, Gerardo Gandini y Lalo Schiffrin, entre otros grandes), quien reconoció que era su mayor influencia.

“No sólo revolucionó el modo de tocar sino que también produjo el big bang que partió en dos la historia del género y que dio inicio a la era del jazz moderno”, apuntó Pierre.

Los músicos, y sobre todo los saxofonistas, que intentan hurgar a fondo en el lenguaje del jazz se encuentran inevitablemente con la referencia Parker, que aun por estos días sigue teniendo una vigencia universal.

Lo que se reconoce fundamentalmente es la creación del estilo bebop de “Bird” –como se lo conocía–, que lo puso a la cabeza de un movimiento en Estados Unidos al que adhirieron muchísimos otros magníficos saxofonistas y que, a la postre, resultaría uno de los acontecimientos musicales más impresionantes porque inspiraría la imaginación en otras prácticas artísticas como la misma escritura o la pintura.

El vuelo virtuoso de los efectos

Hasta la edad de su muerte, ocurrida a los 35 años, coincide con la de esos genios que vivieron en lo que parece un solo gesto que aunó vida y obra y fueron capaces de hacer muchísimo en un tiempo demasiado corto.

Varias fueron las causas que se enumeraron a la hora de su partida; entre ellas neumonía, cirrosis, úlcera pero cualquiera de ellas no era más que la consecuencia de un deterioro general de su salud que venía cargando por largos años.

Luego de su muerte se habló de que toda su vida había estado cruzada por distintos tipos de desacomodos mentales, que a ello había contribuido el uso de la heroína –del que él no tenía empacho en reconocer íntimamente–, las intempestivas borracheras que, se sabe, con otras químicas en el cuerpo, suelen ser fatales; se apuntó que los intentos de suicidio –se sabe de dos– lo hundían cada vez más y eso se notaba hasta en su apariencia física que denotaba casi siempre más años de los que contaba.

El médico forense encargado de su autopsia dijo que su cuerpo parecía el de un hombre de sesenta años, casi el doble de los que tenía en el momento de su muerte.

Parker vivió un tiempo en que los músicos de jazz encontraban en los efectos de la heroína un vuelo virtuoso para la ejecución de un instrumento o de la voz que no era fácil alcanzar sin ella; claro que luego vendrían los efectos colaterales en la cabeza y el físico pero bastaba con volver a volar otra vez para olvidarlos.

Esa “magia” que reinaba en el mundo del jazz de los cuarenta y cincuenta, sobre todo, contaba con un elenco de personajes típicos como prostitutas o pequeños traficantes de drogas, que, para Parker, fueron parte de su entorno y a los que dedicaba muchos de sus temas.

Ellos lo amaban y le confiaban secretos que él luego convertía en encendidas melodías. Ese “efecto” de las drogas duras, sobre todo de la heroína, estaba muy asociado, en el jazz, a la improvisación, una marca de fábrica de Parker que consiguió pasajes de una belleza inmortal en buena parte de obra.

En su biografía editada hacia fines de los 80, Miles Davis escribió: “Bird era casi un dios. La gente lo seguía a todas partes. Tenía una verdadera corte. Lo rodeaba toda clase de mujeres, traficantes de droga de primera fila, gente que lo cubría de regalos y atenciones. Bird pensaba que así era como debían ser las cosas. Por lo tanto, lo aceptaba todo”.

La libertad sin límites del bebop

El bebop pegó muy fuerte en otros músicos con un nivel tan alto como el de “Bird” Parker; algunos de ellos fueron los increíbles trompetistas Dizzy Gillespie y Miles Davis, el virtuoso baterista Max Roach y los pianistas Thelonious Monk y Bud Powell, que experimentaron ese sonido con gracia y ductilidad y sintieron que era el mejor modo de expresión para mostrar sus virtudes.

El escritor afroamericano Langston Hughes decía que la etimología del bebop tenía un origen violento y era la manifestación de la injusticia y el sometimiento de la población negra por parte de los blancos, más que nada la que venía de la policía que se había entregado en aquellos tiempos –las décadas del 40 y 50 mencionadas– al ejercicio de hacer redadas en las puertas de los clubes nocturnos donde tocaban jazz y al que asistían muchos negros y romperles la cabeza con sus bastones a la salida, golpes que sonaban fonéticamente así: “be bop”.

La absoluta destreza de Parker con su instrumento era principalmente intuitiva y en ese trance alcanzó alturas no transitadas hasta entonces; en Miles Davis, quien fue parte de esa movida y participó del grupo de Gillespie junto a “Bird”, se encuentra un nivel semejante de improvisación, un compendio de adrenalina musical capaz de sacudir cualquier modorra y llevar rítmicamente a un estado de magnífica exaltación.

Esa libertad de expresión conformada por el bebop que caracterizó a la música de Charlie Parker fue también la forma de entender la escritura de los beatniks, quienes encontraron en esa posibilidad de improvisación un derrotero por donde desandar los corsets literarios para desplegar infinitas posibilidades narrativas.

Allen Ginsberg en su poesía y Jack Kerouac y William Burroughs en la prosa desarrollaron una vanguardia literaria con fraseos intermitentes que quebraba la línea impuesta por sus antecesores de la Generación Perdida.

En pintura, el expresionismo abstracto de Jackson Pollock, que arrojaba pintura sobre un enorme lienzo tirado en el piso fue una búsqueda artística en la línea del bebop, con una intensidad y heterogeneidad que sacudía los sentidos.

La riqueza está en el camino

No pocos grandes músicos de jazz sostienen que el legado de Charlie Parker es algo que está vivo, que se realimenta a partir de lo que su propia posibilidad dispara, es decir, como algo que no tuviera límites, como persegur algo que nunca está al alcance sino más allá y que lo que verdaderamente importa es la forma que se utiliza para alcanzar eso, allí reside su riqueza y su inconmensurable poder de seducción.

Con carácter obsesivo la frase “Esto lo estoy tocando mañana” se repite a lo largo del relato “El perseguidor”, de Julio Cortázar, inspirado en la vida y obra de Parker.

El escritor argentino describió el momento en que sintió que “Bird” podría tranquilamente era su Johnny Carter en “El perseguidor”: “Un hombre angustiado a lo largo de su vida, no solamente por problemas materiales, como el de la droga, sino por lo que yo de alguna manera había sentido en su música: un deseo de romper las barreras como si buscara otra cosa, pasar al «otro lado». Me dije «éste es el personaje»”.

Hace 100 años, un 29 de agosto de 1920, nacía el hombre que buscaría un nuevo lenguaje para el jazz a través de una virtuosa imaginación y de una existencia plagada de duros golpes a los que convertía en exquisitos destellos de creatividad.

Charlie “Bird” Parker, haciendo honor a su apodo, voló tan alto como pudo y encontró un cielo que seguirá brillando con luz propia.

 

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