Política

Bombardeo a Plaza de Mayo

El as de la aviación que desde el cielo defendió al pueblo: el bautismo de fuego del Muñeco Adradas

Oficialmente, el primer combate de la Fuerza Aérea Argentina transcurrió en el Atlántico Sur, el 1º de mayo de 1982. Pero la historia fáctica, silenciada y casi desconocida, sitúa casi 27 años antes el primer derribo de un avión enemigo


La Fuerza Aérea Argentina tuvo su bautismo de fuego en una fecha muy anterior a la que se cree. Concretamente, 27 años antes, en rigor algunas semanas menos. De aquel (mal) estreno en batalla en los cielos se cumplen este viernes exactamente 68 años. A continuación, un texto –hay más, incluyendo un trabajo de investigación, pero siguen siendo prácticamente desconocidos a gran escala– que evoca aquella trágica jornada con un nombre clave, el del teniente Ernesto Jorge “Muñeco” Adradas.

Alejandro Covello (*)

Los pilotos navales se fueron a dormir sabiendo que al día siguiente rociarían de trotyl la ciudad enemiga. Se sentían más convencidos que seguros de la acción que llevarían a cabo. No había tocado diana en la base naval de Punta Indio y ya el jefe del ataque aéreo explicaba a los pilotos cuál era el objetivo del bombardeo que iban a emprender. Se dispuso un ataque en línea, un avión tras otro, una escuadrilla tras otra, y fueron aproximadamente 30 aviones y 90 toneladas de explosivos.

A menos de 200 kilómetros de distancia, en la Base Aérea de Morón de la Fuerza Aérea Argentina, se alojaba el Grupo Aéreo III. Su misión era la defensa aérea ante un ataque enemigo. Para ello estaban los aviones Gloster Meteor, el primer caza a reacción británico, birreactores construidos en Inglaterra sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, y diseñados para despegar rápidamente, buscar en el cielo al agresor, y derribarlo. Un caza interceptor.

El escenario militar fue el siguiente: aviones bombardean una ciudad abierta, la capital de un país, dejando caer sus bombas sobre la población civil. Se arma la defensa y despegan cazas a detener el ataque. Se trataba de un hecho de guerra en el que un Arma, la Fuerza Aérea Argentina, intervenía por primera vez en un combate militar real, en un combate aéreo, y allí el teniente Ernesto Jorge “Muñeco” Adradas derribó a un avión enemigo: fue el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina, el 16 de Junio de 1955.

Ese día, por la mañana, una escuadrilla de la Fuerza Aérea tenía previsto un desfile aéreo sobre la Casa de Gobierno, en honor al general José de San Martín, pero las malas condiciones meteorológicas lo habían impedido. Aviones Gloster Meteor volarían sobre la Plaza de Mayo, mientras en la ciudad se cumpliría la rutina de un día de semana normal. Seguramente algunos curiosos y amantes de la aviación, junto con niños de escuela esperarían el espectáculo. Llegada media mañana, fue el momento en que el brigadier Mario Daneri, junto con otras autoridades, irrumpió en la sala de pilotos y ordenó armar una escuadrilla de alarma. Se había declarado situación “Coninte”, de conmoción interna.

El primer teniente Juan García se convirtió en el jefe de la escuadrilla de alarma, y se le ordenó ir a las maquinas. El jefe de Escuadrón dio un resumen de lo que estaba ocurriendo: aviones North American AT6 Texan, Beechraft AT 11 y bombarderos Catalinas, de la Aviación Naval, habían sorprendido a la población de Buenos Aires, sin previo aviso, descargando bombas. Hubo preguntas, pero no había tiempo, la orden fue clara:

—¡Derribarlos!

Ellos son pilotos de combate, una estirpe nacida en la Primera Guerra Mundial. Un piloto de caza vuela aviones monopostos, de un solo asiento, vuela solo y lo acompaña luego la escuadrilla formada de otros tres aviones. Están entrenados para navegar al blanco, vigilar los sistemas del avión, preparar su armamento y disparar con acierto; nada sirve si el proyectil no penetra en el acero del enemigo. Así un piloto de caza, luego de 5 derribos se convierte en As de la aviación.

La escuadrilla estaba formada por el primer teniente García y, bajo su mando, el primer teniente Mario Olezza, y el teniente Osvaldo Rosito. Y el teniente Ernesto Jorge “Muñeco” Adradas.

“Esto es en serio”, se dijo el Muñeco, que terminaba de agarrar su pernera, el casco de cuero y la máscara, mientras echaba una mirada de reojo a su jefe de escuadrilla. Quería controlar que nadie se negara a ponerse la ropa de combate: hubo un silencio, se volvieron a mirar, y salieron a la plataforma.

Entraron de a uno en pista, pero eran sólo tres aviones, faltaba uno. El Muñeco, al poner en marcha el motor número 2, tuvo problemas. El resto de la escuadrilla apenas se alineó en pista, uno por uno fueron empujando a fondo la palanca del gas, y 12.000 revoluciones por minuto y 1.600 kilogramos de empuje empezaron a mover las 6 toneladas de acero. A los pocos minutos el Muñeco estuvo listo y despegó para unirse al resto. Las nubes estaban donde estuvieron toda la mañana, al ras del piso: era necesario volar rasante. El Muñeco escuchó que el punto de reunión era Plaza de Mayo y se pegó a las vías del tren, única forma de navegar con techos tan bajos.

El jefe de escuadrilla anunció por la radio “¡Antenas!”. Había que subir, pero no tan alto de quedar ciego en una nube, y no tan bajo para estrellarse en la ciudad. El comodoro Carlos Adolfo “Chino” Soto dirigió el ataque desde la Torre de Control. Finalmente la escuadrilla logró reunirse, pero el Muñeco los perdió de vista: puso rumbo al río para asegurarse de no chocar con ningún edificio o antena. En ese momento se escuchó la orden del comodoro Soto de derribar cualquier avión en esa zona.

García avistó: “A las 3, dos aviones…”. Olezza y Rosito se lanzaron en picada sobre el primer avión enemigo, y cuando el primer caza interceptor lo tuvo próximo, descargó una ráfaga con la intención de disuadir, y de ajustar la mira. Uno de los AT 6 Texan viró bruscamente a la izquierda, viendo pasar la munición trazante muy cerca del fuselaje. Decidió escapar, comenzando un vuelo rasante sobre la estación de trenes de Retiro. Olezza le dijo a su numeral que no dispare, que un derribo provocaría muchos muertos inocentes. El piloto naval del Texan, el teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly, logró huir usando de escudo humano a la población civil, sobre la estación primero, y luego sobre un tren con destino a Tigre.

Nubes y humo negro de las bombas dificultaban la vista, pero de repente todo se hizo más claro: las nubes se abrieron, el Sol penetró, y Adradas tuvo a un avión enemigo a la vista. Estaba prácticamente en la “percha”. El Muñeco estaba solo y el enemigo en su línea de tiro: quiero imaginar cómo el avión de Adradas persiguió a su presa posándose sobre él a tan solo 300 metros. Lo veo apretarse aún más la máscara de oxigeno, armar sus cañones y descolgarse de la percha. El Muñeco se lanzó en picada, el Texan quiso escapar y esconderse entre las nubes. Era tarde, al Muñeco se le agrandaba cada vez más el avión enemigo en su mira, entró en el ángulo muerto, lo tuvo, y disparó. Los proyectiles ingresaron por el plano izquierdo y cortaron prácticamente toda el ala. El piloto naval, el guardiamarina Armando Román, se arrojó en paracaídas y salvó su vida cayendo sobre el Río de la Plata.

El Muñeco Adradas estaba empapado de sudor, no podía creerlo. Quitó potencia para volar más bajo y observar la ciudad en llamas, los muertos… Luego sí lo creyó, pero nunca lo entendió. La radio de su avión lo despertó del asombro: le pedían un reporte. “Estoy bien y mi avión en servicio, he derribado a uno de ellos…”.

Fue el último en aterrizar. Como piloto había cumplido su misión, lo que no sabía el Muñeco era que el destino marcaba para siempre a su derribo como una victoria “pírrica”. Se bajó de la aeronave cansado, esperando más órdenes… Fue felicitado por el vicecomodoro Orlando Pérez Laborda, el médico militar lo encontró sobreexcitado y recomendó no asignarle otra misión. No había compañeros, un mecánico que corrió a su encuentro logró darle la advertencia: “Jefe, los marinos están entrando con gente nuestra para tomar la base. Escóndase, porque estos asesinos lo van a querer matar…”.

La Base Aérea de Morón, que fuera leal en un primer momento, se había sublevado. Las fuerzas rebeldes tomaron la base en el tiempo en que la escuadrilla había cumplido su misión de defensa. Adradas fue perseguido por los oficiales rebeldes, que juraban matarlo por haber derribado un avión naval. Por la tarde la sublevación fracasó, y el Muñeco salvó su vida escondiéndose adentro de un armario. Tres meses más tarde, volvió a combatir contra la flota naval, comandada esta vez por el contralmirante Isaac Rojas, que había bombardeado Mar de Plata y amenazaba con bombardear Buenos Aires si el presidente Juan Domingo Perón no renunciaba. Fue la victoria de la Revolución Libertadora.

El Muñeco Adradas pidió el retiro, que le fue concedido el 27 de abril de 1956, presionado por un tribunal de honor que lo acusaba por sus acciones del 16 de junio de 1955. Fue juzgado y sentenciado por deshonrar a su institución. Sin embargo, Ernesto Jorge Adradas fue aquel que con su acto de lealtad y de respetar las órdenes que le fueron impartidas por sus superiores naturales, y en cumplimiento de su misión, salvó a la institución Fuerza Aérea Argentina de que su bautismo de fuego hubiera sido la ignominia de bombardear y ametrallar a civiles indefensos en una ciudad abierta.

Ese mismo año sufrió un nuevo intento de asesinato, a manos de los mismos que el 16 de junio no habían podido matarlo. Luego de varios años logró ingresar como piloto en Aerolíneas Argentinas, y allí fue parte del correo clandestino que comunicaba al general Perón con la Resistencia Peronista.

En 1973 integró la tripulación del avión de Aerolíneas Argentinas que trajo definitivamente a Perón de su exilio.

Adradas, siempre soñó con volar y cuando tuvo la oportunidad en el curso de aviadores militares de la Fuerza Aérea, lo hizo de la mejor manera. Egresó de la escuela de caza con excelente promedio y fue destinado como teniente (joven en su rango) a volar el avión insignia del Arma aérea, el Gloster Meteor. Se puede decir que el Muñeco Adradas estaba destinado a ser As de la aviación, sólo le faltaba, como a su institución, el bautismo de fuego, el combate aéreo real. Se puede decir que todo hombre tiene un destino, y que en un momento nos enfrentamos cara a cara y ese momento es toda la vida. Para Adradas fue el 16 de junio de 1955 el comienzo de su destino, que no fue.

(*) Agencia Paco Urondo. El texto forma parte de un trabajo sobre la historia política de la aviación nacional, y tiene como fuentes, entre otras, a Olga Adradas, viuda de Ernesto “Muñeco” Adradas, y al trabajo de investigación “Bombardeo del 16 de junio de 1955”, del Archivo Nacional de la Memoria. Se puede descargar acá.

En el sitio del autor –https://alejandrocovello.com– también se presenta un trailer del documental “Piloto de Caza”, sobre la vida de Ernesto Adradas, que está en producción.

Comentarios