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El aborto versus la racionalidad

Por: Pablo Yurman

El tema del aborto es demasiado amplio y serio como para abordarlo en pocas líneas. Suele tener como telón de fondo una serie de dramas personales que debería suscitar en todos, independientemente de la posición que al respecto se adopte, mesura al reflexionar.

De todas formas, dado que en las últimas semanas tuvo lugar una reunión de algunos de los diputados de la comisión de Legislación Penal dela Cámarabaja del Congreso nacional, y pese a que no se llegó siquiera a emitir dictamen, el tema volvió a instalarse a nivel mediático, generando algunas opiniones que en ocasiones parecieran estar reñidas con un piso mínimo de racionalidad, requisito éste indispensable para entablar un diálogo democrático.

Veamos algunos ejemplos de ceguera ideológica e irracionalidad argumentativa.

¿Deuda pendiente de la democracia?

Una de las promotoras del aborto opinó, sin argumentar sobre las cuestiones de fondo que el tópico plantea, que “la legalización del aborto es una deuda pendiente de nuestra democracia”.

Lo que tácitamente se sugiere con esa frase es que, por un lado, no debería haber debate, ya que pareciera que el resultado es conocido por todos; y por otro, que una democracia habrá de llegar, tarde o temprano, a aprobar la práctica.

Se mezclan así conceptos tan disímiles como el agua y el aceite.

Esta chicana dialéctica pretende desconocer que hay países democráticos que tanto en Europa como en América prohíben el aborto. Y por otra parte, han existido regímenes totalitarios en los que la interrupción del embarazo fue fomentada.

Por otra parte, este pseudo argumento demuestra su limitación si tomamos como ejemplo lo acontecido en los países dela Europaoriental que fueron ex satélites dela Unión Soviética.En Polonia, Lituania, Hungría, Bulgaria, Rumania, y muchos otros, durante las décadas que duraron sus respectivas dictaduras pro-soviéticas en las que todas las libertades individuales fueron severamente conculcadas, el aborto era, curiosamente, algo no sólo legalizado, sino bastante común, incluso como un método anticonceptivo más.

En estos casos, la vuelta a la democracia por parte de estos países, hace veinte años, se tradujo en todos ellos en el reconocimiento del derecho a la vida desde el momento de la concepción y la consecuente penalización del aborto, criminalización sin la cual la mentada protección se queda a mitad de camino. Vale decir que en Europa Oriental y buena parte de Asia Central la democracia equivale, obviamente a debatir sobre el aborto, pero prohibiéndolo.

Por lo tanto, la democracia como sistema de gobierno no puede sino enraizarse en valores fundacionales como son, en este caso, el reconocimiento de la dignidad de toda persona, incluidas las que ya concebidas aún no han nacido, y la tutela de los más débiles.

El aborto como simple opción

Otro sofisma disfrazado de argumento que se ha escuchado por estos días funcionaría así: “Lo que se pretende es legalizar el aborto para que puedan practicarlo sólo quienes quieran, pero de ningún modo será obligatorio para quienes tengan pruritos de alguna índole”.

Si reconocemos en el aborto un crimen, dado que constituye la violación al derecho que toda persona posee a su propia existencia, su práctica es inhumana y atentatoria contra la dignidad personal independientemente de los deseos de la madre o de cualquier otra persona. Quienes esgrimen este argumento, pretendiendo tranquilizar a otros asegurándoles que la práctica no será obligatoria, sino opcional, evidencian una completa indiferencia social y casi pareciera que no viven en una comunidad. De acuerdo con este silogismo, podríamos vivir en una comunidad en la que se dieran las mayores injusticias y atropellos contra otros seres humanos, pero bastaría para nuestra tranquilidad de conciencia que nosotros no cometeríamos esos crímenes. ¿Se nos sugiere acaso que una persona con ideales y convicciones debe permanecer de brazos cruzados frente a la flagrante violación de los derechos humanos de su prójimo? Pareciera que algunos no han aprendido nada de las lecciones de nuestra historia reciente.

Quienes utilizan este argumento deberían seriamente reflexionar sobre cuál hubiese sido su actitud en capítulos de la historia de la humanidad en los que groseras violaciones a los derechos humanos básicos eran moneda corriente. Un simple ejemplo para demostrar lo módico de este “argumento”: en los estados sureños de Norteamérica, hasta el año 1865, se admitía la esclavitud, que suponía, en síntesis, que cientos de miles de personas eran consideradas como cosas por el color de su piel; ahora bien, la esclavitud no era obligatoria para las personas blancas; es decir que tener esclavos era optativo para los blancos, no era obligatorio.

Cabe preguntar a quienes recurren a esta cínica premisa respecto del aborto si de haber vivido enla Norteaméricadel siglo XIX hubiesen tranquilizado su conciencia sólo por no tener ellos mismos esclavos bajo su dominio. Al fin y al cabo, los esclavistas sólo reclamaban que a ellos se los dejara tener sus esclavos, pero no extendían es práctica como algo obligatorio para el resto de la sociedad. Y así es posible que la esclavitud no hubiese sido abolida nunca.

Abogado, docente de la Cátedra de Instituciones de Derecho Público y Privado de la Facultad de Derecho de la UNR.

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