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Milagro de los Andes

Eduardo Strauch: “Transformé el horror en algo positivo”

Fue uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia aérea en la cordillera. De su paso, el arquitecto recordó la tensión de cuando se enteraron que habían cancelado la búsqueda y el rescate en ese momento dependía de ellos


“En esta civilización moderna estamos atacados permanentemente por ruidos que no nos dejan meternos adentro de nosotros mismos y tener los sentidos agudizados al máximo. Hasta que no llegamos a una situación límite no somos conscientes de las capacidades que tenemos y de que están desperdiciadas”, reflexionó, en diálogo con El Ciudadano, Eduardo Strauch, uno de los sobreviviente de la tragedia aérea más conmovedora del siglo XX, cuyo desenlace pasó a la historia como el Milagro de los Andes.

El 13 de octubre de 1972 el avión Fairchild Hiller FH 227 alquilado a la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en la cordillera de los Andes a 3.500 metros sobre el nivel del mar con 45 personas a bordo. La mayoría eran integrantes y ex miembros del equipo de rugby uruguayo Old Christians Rugby Club. Eran ex estudiantes del colegio Stella Maris Christian Brothers de Montevideo, además de familiares y amigos.

El vuelo se dirigía a Chile, donde pensaban jugar ante el club Old Boys de Santiago, pero un error de navegación los colocó ante un desafío inimaginable para quienes sólo se habían preparado para disputar un partido de rugby. De los 45 –40 pasajeros y 5 integrantes de la tripulación–, sólo 16 salieron con vida de la cordillera. Algunos no han vuelto a hablar del tema en público. Eduardo Strauch si. Es uno de los sobrevivientes que pasó 72 días en el Valle de las Lágrimas, un lugar al que regresa todos los años.

“Necesito reencontrarme con ese silencio, que me ayudó muchísimo a conocerme a mí mismo y analizar todos los aspectos de la vida y la muerte. Transformé el horror en algo positivo y no quiero olvidarme de todo lo que aprendí ahí arriba”, expresó el arquitecto.

Para lograr la supervivencia, los protagonistas del Milagro de los Andes debieron enfrentar el peor de los escenarios. El frío –hasta de 30 grados bajo cero– y el hambre intentaban apoderarse de la conciencia de los sobrevivientes, que entre todos formaron una hermandad para sobrellevar la situación.

Según Strauch, el funcionamiento del grupo fue la clave. “Todos luchábamos por un objetivo común. Nadie decía lo que teníamos que hacer sino que cada uno hacía lo que podía. Si esta sociedad moderna funcionara como lo hacía la nuestra allá arriba, estaría mucho mejor”, dijo.

Con ese panorama, no es difícil imaginar nervios, discusiones y peleas de todo tipo. Sin embargo, el arquitecto aún no deja de sorprenderse por la buena convivencia que lograron. “No todos teníamos una relación previa y hubo muchas discusiones, pero pocas peleas. El hecho de estar todos apretados en un pedazo de chapa retorcida podría haber desembocado en un caos, pero sabíamos que si caíamos en eso, terminábamos todos muertos”, consideró el arquitecto. Y recordó que usaron el fuselaje como refugio.

Como describe Strauch en su libro Desde el silencio (2012) el lugar en el cual debieron sobrevivir esos 72 días carecía de cualquier tipo de vida. Del inerte escenario surgió algo que, para el arquitecto, terminó transformándose en una extraña compañía: la montaña. “La sentíamos como un ser vivo. Al principio la odiábamos y la culpábamos por lo que nos había pasado. Pero después la fuimos entendiendo y yo terminé muy amigo de ella y disfrutando su naturaleza maravillosa y su silencio”, explicó.

La estadía en la cordillera de los Andes estuvo cargada de momentos tensos. Strauch destacó que él los convirtió en dueños de su propio destino: cuando se enteraron por medio de una radio de que habían dejado de buscarlos y los daban por muertos. “Ese día no se me borra de la cabeza. Muchos tenían la esperanza de que nos vengan a rescatar, aunque yo no era uno de ellos. Cuando oímos esa noticia, nos sentimos abandonados por el mundo. Aunque fue una situación muy dura, nos cargó de fuerzas, porque reconocimos que estábamos solos y debíamos salir por nuestros propios medios”, recordó.

Strauch calificó ese punto de inflexión como “positivo”, ya que a partir de allí los sobrevivientes comenzaron a diagramar las estrategias que finalmente los llevaron de regreso a casa. Tras una caminata de varios días y ya casi sin fuerzas, el 20 de diciembre de 1972, Roberto Canessa y Fernando Parrado se encontraron con el arriero chileno Sergio Catalán, quien los condujo a la Policía de Chile. Finalmente, el sábado 23 de diciembre de 1972, los últimos 8 de los 16 sobrevivientes fueron rescatados.

Para Strauch, la vuelta al mundo no fue fácil. Según contó el sobreviviente, todo parecía demasiado banal, pero recordó que la familia fue fundamental para readaptarse y sortear el acoso de los medios de comunicación, que permanentemente buscaban su testimonio.

“Me sorprendió lo difícil que fue reinsertarme en esta vida. Era muy complicado ir a una fiesta o a una reunión y ser el «bicho raro». De a poco me fui adaptando y tratando de no perder lo que traje de la montaña”, afirmó. “Me hizo aprender cuáles son las cosas que valen la pena: lo que me hace feliz, la naturaleza y el silencio. Son cosas que uno pierde en la vorágine de la civilización y yo lo reincorporé a mi mente. Esa experiencia sigue siendo una fuente de inspiración”, agregó.

Vencer un tabú mantuvo la fe

A poco más de una semana en la cordillera de los Andes, el alimento comenzó a escasear, lo que arrastró a los sobrevivientes a un estado de debilidad que no podía ser llenado por la esperanza. Por eso, en la cabeza de casi todos comenzó a rondar una idea que parecía inimaginable días atrás: comer los cuerpos de quienes habían fallecido en la cordillera. “Sabíamos que si no comíamos proteínas nos íbamos a morir. Después de haber probado pedazos de zapatos y cuero de valijas, lo único que nos quedó a mano eran los cuerpos, así que decidimos romper el tabú. Cada cual lo hizo a su manera y a su tiempo”, recordó Strauch.

Además, el sobreviviente contó cómo transformó su práctica religiosa a partir de esa experiencia. “Salí de la cordillera con un concepto muy distinto de Dios, a pesar de que ya estaba en un proceso de alejamiento del catolicismo, sintiéndome yo como parte de la naturaleza y del universo”.

Las características de esa situación llevaron a algunos de los sobrevivientes a aferrarse más a la religión, pero en su caso, el arquitecto aseguró que tomó conciencia de la capacidad que tienen los seres humanos para lograr cosas por ellos mismos. De cualquier manera, aferrándose a Dios o no, en la cordillera los sobrevivientes tuvieron conciencia de lo peligroso que era abandonar la fe. “Creo que muchos de los que murieron, lo hicieron por perder la esperanza”, cerró Strauch.

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