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Rebelde con causa

Eduard Limónov, un disidente de todo aquello que obstaculizaba su libertad

El escritor ruso murió el último martes a los 77 años. Fue un personaje complejo, odiado y amado que construyó su existencia desde una profunda convicción contestataria y contradictoria


Resistido y odiado, vanagloriado y bendecido, objeto de culto entre jóvenes de los 70 y personaje molesto y repudiable para el establishment político de su país,  el escritor y, a veces, político, Eduard Limónov fue uno de los intelectuales y activistas más provocadores de por lo menos el último medio siglo. De origen ruso, Limónov construyó su existencia apoyado en una convicción a toda prueba, más allá de algunas cuestiones que lo hubieran debilitado en ciertos momentos y que a otros les hubieran hecho desistir de sus ideas y acciones. El escritor ruso era un personaje con una espesa complejidad que usó como fuente creativa para sostener desde una rebeldía a toda prueba un modo de vida y de entender el mundo que lo rodeaba. Dicen que fue un punk más entero que todos aquellos que profesaban tal credo. Que ayudó a muchos a entender su lugar de contestatarios del sistema y que por eso lo adoraban más allá de cualquier frontera. Poco conocido en Latinoamérica a no ser por el libro del francés Emmanuel Carrère, Limónov, su vida tiene espesor suficiente para llenar páginas o audiovisuales puesto que el escritor ruso tuvo un aura propia que resultaría contundente en casi todos sus aspectos.

Renovador de la literatura rusa

Ensayista, novelista, agitador cultural, activista político, exiliado de Rusia o de la URSS sería mejor decir, ya que cuando partió de su país así se llamaba, Limónov peleó al lado de los serbios en la guerra de los Balcanes. Fue una especie de homeless en New York y también allí mismo trabajó como mayordomo durante los 70. Ya en París un poco después, entrados los años 80, se convirtió en una suerte de icono de la resistencia contra la ascensión de Vladimir Putin y resultó aclamado por los rusos que habían decidido el camino del exilio. Pero sobre todo  era un gran escritor que no le temía a la experimentación, lo que le permitiría situarse como un renovador de la literatura rusa. Algunos de sus títulos son El adolescente Savenko, Soy yo, ÉdichkaEl libro de los muertos, el difícil de clasificar El libro de las aguas, todos de un alto nivel de escritura e imaginación. Sus textos pueden amalgamar con estilo el relato de aventuras, el ensayo, acabadas descripciones geográficas o de espacios diversos; encierros –de cuando estuvo en prisión en Rusia por su activismo político– y mujeres, muy distintas de origen y belleza y que fueron su debilidad.

Las mujeres y el machismo

Limónov se caracterizó por su un gran admirador de la energía femenina. Siempre tuvo audaces compañeras a su lado, ya fueran rusas, norteamericanas, serbias o francesas. Amantes como él del riesgo y de decir lo que se piensa antes que sea tarde. Sus últimos días los pasó junto a una mujer que tenía 35 años menos y con la cual se llevaba como si apenas los diferenciara su altura física. Por eso había llamado la atención cuando se manifestó en contra de algunas de las proclamas más duras del feminismo. “Yo entiendo que las mujeres nos teman porque hubo muchos desgraciados que las trataron muy mal y hasta las mataron y no es de ahora, pero no estaría mal que ellas dejaran que algunos hombres que pensamos distinto las acompañaran en sus reclamos, eso me parece más justo que el rechazo liso y llano que hacen algunas. Algunos de nosotros también detestamos al machismo”, había dicho en una entrevista en 2014.

 

Personalidad contradictoria

Claramente, Limónov no fue un personaje fácil porque tuvo también ciertas actitudes que no costó ver como contradictorias. Y así como cierto periodismo especializado decía que era “un animal” pero que cuando se lo sabía tratar era un ser de lo más amable, otros lo vieron como un personaje nefasto.   Varias de estas cuestiones tuvieron su correlato con su participación en la guerra de la ex Yugoslavia, donde, como se dijo, tomó partido por Serbia y lo rumores lo situaban al lado de algunos militares que durante el sitio de Sarajevo fueron considerados carniceros por las atrocidades cometidas. Claro que nunca se supo bien qué tipo de participación tuvo y no son pocos los que sostienen que al ver ciertas actitudes de aquellos militares al mando volvió raudamente a París. Allí volvería a militar contra la política oficial rusa, sobre todo contra los gobiernos de Dmitri Medvédev y Putin y fundamentalmente para denunciar los atropellos a los derechos humanos que el afirmaba se cometían en su patria.

Héroe de la resistencia

Cuando abandonó su país, Limónov era muy joven y el primer lugar que pisó fue New York, donde hizo de todo para sobrevivir, incluso vender pequeñas cantidades de drogas blandas, con lo que pudo mantenerse un tiempo hasta que desistió luego de una redada de la que se salvó azarosamente. Durante ese periodo escribió El poeta ruso prefiere los negros grandes, un libro que cuando tuvo una traducción rusa fue señalado por otros escritores y catedráticos de su país como un texto que ampliaba estéticamente las posibilidades de la literatura de ese origen. Un par de libros que escribió seguidamente, Historia de su servidor y Diario de un fracasado también fueron en esa dirección. Pero su activismo político tuvo tanto peso como su dedicación a la escritura y además de su participación en la guerra de los Balcanes al lado de los serbios, cuando regresó a su país luego de la caída de la URSS fundó, junto al ajedrecista campeón mundial Gary Kaspárov, un partido al que llamaron Partido Nacional Bolchevique con el que compitieron en elecciones con el sector de Putin. De ese periodo se sabe que fue muchas veces encarcelado junto al ajedrecista, las dos cabezas más visibles de la oposición. Pero no pocos rusos lo consideraron una especie de héroe de la resistencia rusa, adentro y afuera de su país. Pero sobre todo, más allá de su gran dominio de la escritura y de su magnífica imaginación, será recordado como un disidente de todo aquello que pensaba que desacomodaba el mundo, y sobre todo su libertad, y claro, no eran pocas cosas.

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