Últimas

Dos corazones sobre el silencio

Por: Fidel Maguna

Son el amor, que quedó estancado en la arena, una vez que se replegó la ola inmensa del rencor. Son el rencor, que quedó estancado en la arena, una vez que se replegó la ola inmensa del amor. Cruzan sus miradas como si nadie hablara y, aún así, no son nada. Elevaron sus cuerpos de la miseria y se encontraron con más miseria, levantaron el cuello y no encontraron luz, sino que una especie de olvido donde guardar los ojos, una especie de placer que late bajo el oleaje de sus manos destinadas a tirar manotazos cuando el agua llega a la boca, o cuando el tiempo ya no entra en el cuerpo.

Cruzan sus manos como si nadie hablara y hacen del tiempo un cesto donde un basquetbolista retirado lanza y lanza la pelota, pero nunca la emboca. Hicieron del tiempo un sahumerio que va dándoles olor a los recuerdos, un soldador que va dándole textura al tiempo, una mujer, que va dándoles imágenes a los sueños.

Son la proyección del deseo, dos corazones latiendo sobre el silencio. Son nuestra consciencia acribillada, la vocación de quien no tiene error.

Son un vaivén del tiempo, dos que se unieron en un hueco que permitió el cuerpo. Se encontraron en la playa inmensa, y apenas se vieron arrastraron sus piernas muertas, y así se juntaron sus cuerpos mutilados pero sus mentes frescas. Sus pieles tersas se acariciaron la primera noche y la segunda, y a la tercera, cuando se dieron cuenta de que no se odiaron, siguieron abrazados, semidespiertos, caminando, buscando su lugar, desencontrando su tiempo.

Son nuestra conciencia acribillada, el pedazo de aire soplando, llevando pájaros de acá para allá. Son el tiempo, saturando los relojes, el vino rebalsando corazones, enrojeciendo los colores. Son lo que son que así lo quiso el cuerpo, son lo que no somos porque así lo indicó el tiempo. Son el cuento escrito a cuatro manos, pero la trama pensada en un solo cráneo. Son tres aunque parecen dos, revolcados, alienados, entrelazados y afeados. Están ahí, mostrando que no hay soldados de lo cotidiano, porque lo cotidiano es el gran soldado que quema casas, separa familias; están ahí, haciéndole frente a ese soldado, enfrentándolo, desarmados y mal parados, embarrados hasta el cuello, siendo carne, fuego y deseos.

Están ahí en la calle o en sus casas, en el parque o en terrazas, se piensan que son fuertes, pero su fuerza se ve anudada cuando aparece el miedo al dolor. Todo lo que se dicen cuando aparece el miedo al dolor no quiere decir nada, cuando aparece el refucilo de la insatisfacción no quiere decir nada, cuando aparece la palabra que sirva para disparar otras palabras ellos se callan, porque están encantados, aunque se digan enamorados, porque están perdidos, aunque se hayan encontrado.

Están parados sobre la capa de tristeza que cubre la ciudad, ajenos a los que pasan cargando su propia cruz. No entienden por qué no todos sonríen, por qué no todos pueden ser pequeños soldados que enfrentan lo cotidiano. “¿Por qué no se besan? ¿Por qué no se condensan? ¿Por qué no se embarran todos haciéndole frente a la tristeza?”, piensan.

Ustedes, embarrados, que se encontraron cuando se vieron encallados en la arena, juntados por una ola inmensa, son los que se preguntan por qué no borramos las penas.

Ustedes, que se fueron acercando lentamente, como dos cangrejos malheridos, arrastrando las piernas, y en el hueco que dejó libre la civilización se amaron, son los que preguntan ¿por qué no tiro la cruz?, ¿por qué no libero las penas?, ¿por qué no soy aire tierra y deseos?, ¿por qué me encierro?, ¿por qué no abandono el laberinto de los recuerdos?, ¿por qué no me rindo ante el desconsuelo?, ustedes, que agrandan la sonrisa ante el llanto, son los que están mal parados, y cuando se vean separados van a cargar a su Cristo, que va a estar más pesado porque engordó durante el tiempo que lo olvidaron.

Comentarios