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Donar y recibir órganos: un proceso que esconde dos caras

Tres trabajadoras del Cudaio contaron cómo es posible reparar el dolor de una pérdida y cuidar de la salud de un paciente transplantado a través de un abordaje psicosocial, un dispositivo del Cudaio que lleva cinco años realizando estos acompañamientos


Donar órganos salva vidas. Pero el proceso de trasplante tiene una contracara muchas veces invisible: el duelo que debe atravesar la familia del donante. El Centro Único de Donación, Ablación e Implante de Órganos (Cudaio) acompaña a estas familias en el duelo a través del dispositivo de abordaje psicológico post donación. Según los números del organismo, esta herramienta ya ha ayudado a más de 300 personas a transitar y cerrar sus procesos.

Cecilia Aguirre es la titular de esta primera etapa de abordaje del dispositivo, y es quien se encarga de llevar adelante los acompañamientos y realizar el primer contacto con las familias dolientes. La psicóloga explicó: “La donación comienza con lo que es un diagnóstico de muerte encefálica. Una vez que está fallecido ese paciente, se lo sostiene mecánicamente para que se inicie el proceso de donación y, paralelamente, el proceso de comunicación a las familias, que para nosotros es tan importante. Los coordinadores operativos le dan suma importancia en ese momento a la contención de las familias, a darles información y a trabajar las veces que sea necesarias, durante el tiempo que sea necesario”.

El marco legal en el que se dan los procedimientos de donación de órganos y tejidos en Argentina establece que la decisión de donar no corresponde a la familia, sino al potencial donante mayor de 18 años que acaba de fallecer. El equipo de procuración no consulta con la familia, sino que les notifica y explica en detalle la situación, y ofrece contención ante lo traumático del momento.

Una forma distinta de ver la salud: cómo funciona el dispositivo

Desde el año 2018, el Cudaio lleva adelante este dispositivo de abordaje y acompañamiento a las familias de aquellos que donan sus órganos, les brinda una contención y ayuda en el duelo, por un lado, y en otra instancia analiza, acompaña y aporta en las condiciones socioambientales de salud y hábitat para la persona que recibe ese órgano.

Las psicólogas Cecilia Aguirre y Julieta Mendo, y la trabajadora social, Mariana Fenna

Se trata de un trabajo institucional con dos pilares de acción conjunta: aporta un cierre a los procesos de donación de dichas familias y grupos de amigos de las personas que han perdido un ser querido y que, gracias a su donación, otra persona pudo salvar o mejorar su vida. Y por otro lado, a través de la tarea de un cuerpo de trabajadores sociales y psicólogos, las familias de las personas que están a la espera de órgano o tejido que pueda cambiar su historia. Se realiza un seguimiento psicológico y socioambiental (condiciones del hogar que habitará una vez llevado adelante el transplante, la adecuación mínima de las condiciones de vida de la persona, entre otras cuestiones operativas y sanitarias), desde el momento que ingresan a la lista de espera, durante y después de la operación.

Mariela Frenna, trabajadora social, integrante del equipo de trabajo del Cudaio desde el 2016, y encargada, junto a la psicóloga Julieta Mendo de esta otra instancia del dispositivo, le contó a El Ciudadano la estrategia de abordaje de los pacientes: “Nosotros tomamos contacto desde la indicación del trasplante, el equipo médico indica y nosotros tomamos contacto con la situación, y acompañamos durante la lista de espera la inscripción a dicha lista, donde empezamos a trabajar distintas cuestiones como iniciar algún espacio terapéutico. Se empieza a arreglar la casa para ponerla en condiciones para el trasplante, entre otras situaciones de cuidado”.

“Lo que nos interesa también es hacer un cierre a la familia, darle un cierto cierre que los ayude a su duelo porque partimos de la base de que el acto de donación es reparatorio al dolor”. Cuenta la psicóloga Aguirre que las familias transmiten una sensación de alivio al momento de transitar por el proceso de ablación y de trasplante: “Demuestran una sensación de paz luego de saber que su familiar después de fallecido da vida, hace que otro esté viviendo o les mejora considerablemente la calidad de vida”.

Según las estadísticas del Incucai, Santa Fe fue la segunda provincia con mayor cantidad de donaciones y procesos de ablación de órganos en el país en 2022

Inicialmente, los integrantes del equipo de seguimiento psicosocial toman contacto con los familiares una vez pasado un tiempo tras el fallecimiento del potencial donante, alrededor de los 10 días después.

Además, sobre la etapa final de ese acompañamiento, se les proporciona, en caso de que expresen la voluntad de hacerlo, una lista de efectores de salud y de profesionales para que continúen un tratamiento psicológico.

En el 2022, en Santa Fe se realizaron 304 trasplantes de órganos en toda la provincia, donde además se registraron 75 donaciones, a partir de las cuales pudieron acceder al trasplante 190 pacientes de la lista de espera nacional. Estos datos son extraídos de la Central de Reportes y Estadísticas del Incucai, donde también se indica que en el mismo período hubo 677 donaciones y 1.681 trasplantes de órganos en toda la Argentina.

De este modo, Santa Fe fue la segunda jurisdicción del país en cantidad de trasplantes posibilitados, con un 11,3% del total. En otros términos, uno de cada nueve trasplantes de órganos efectuados en Argentina el año pasado se hizo con órganos ablacionados a donantes santafesinos.

¿Mens sana in corpore sano?

La “segunda parte” del dispositivo, como lo definen sus titulares Fenna y Mendo, se caracteriza por el trabajo previo con los pacientes: “Nosotros ya los vamos conociendo mientras están en lista de espera, empezamos a trabajar con ellos con Cudaio acompañando todo ese proceso”, relató Mariela Fenna, y agregó: “Se hace todo una evaluación socioambiental del lugar donde después ese paciente, una vez dado de alta, va a hacer su recuperación post trasplante”. 

La psicóloga Julieta Mendo, también integrante y referente del Área de Salud Mental del dispositivo, entiende que el trabajo que se hace en el territorio es importante debido a que el transplante es parte de la cura del paciente, pero no es suficiente en sí mismo para la recuperación total del mismo: “Tratamos de prevenir cuestiones como adicciones, ir trabajando las adherencias a los tratamientos. Pensamos que el trasplante es como si fuera un tratamiento prolongado porque no es la curación, sino que va a conllevar a hacer un tratamiento, controles periódicos, toma de medicación, por lo cual ya vamos trabajando y fortaleciendo a ese paciente para el momento que llegue ese trasplante y para que esté lo mejor posible a todo nivel, ya sea médico, como psicológico como social”.

Al ser consultadas las tres profesionales sobre el porqué del origen de esta herramienta de abordaje psicosocial, concordaron en que la salud de la persona tiene que ver más con sus componentes psicológicos y con las características de su entorno que sólo la cuestión biológica: “La gente empezaba a transplantarse, se le daba el alta, estaba todo bien, llegaba a la casa inmunosuprimido, condición con la que sale el transplantado, llega a la casa, un hogar ubicado tal vez en una zona inundable o con filtraciones, donde no hay agua potable, o con alguna cuestión de consumo no detectada. Entonces, volvía a consumir distintas cuestiones que son factores de riesgo para una persona trasplantada y la práctica médica por sí no era suficiente. Es necesario hacer todo un abordaje integral para garantizar el acceso y el sostenimiento de ese trasplante”, relató a El Ciudadano Julieta Mendo. 

Por su parte, la licenciada Fenna aclaró que, al ser un dispositivo que trabaja y es financiado por la salud pública, un altísimo porcentaje de los pacientes con los que trabajan están en condiciones de vulnerabilidad psicosocial: “La mayoría de los pacientes llegan a nuestras manos atravesados por cuestiones de consumo, por cuestiones de no acceso a necesidades básicas que son necesarias para poder acceder y sostener un trasplante”. Y agregó: “De nada sirve toda esta procuración, con lo que cuesta la pericia, la complejidad, de nada sirve que la práctica médica sea 100% exitosa, si después se pierde ese injerto por una cuestión de este tipo: abandono de medicación, depresión, falta de contención familiar, de acompañamiento. El trabajo es conjunto desde todas las miradas”.

Desde el Cudaio ponen énfasis en dos datos fundamentales: por un lado, el cuerpo de profesionales y técnicos que intervienen en cada proceso de ablación llega a rondar entre las 100 y 120 personas. Y, en segundo lugar, destacan el trabajo de los choferes de los vehículos que transportan tanto a los tejidos y órganos, como a los profesionales que intervienen en el operativo de ablación: “Son trabajadores de tiempo completo que están siempre a disposición. Imaginate que puede llegar a estar comiendo un asado a las 2 de la tarde y lo llaman porque tiene que ir a buscar un paciente o un órgano que llegó y él (por el chofer) tiene que estar listo para salir. Es un trabajo muy duro y de mucha entrega. Sin ellos no podríamos hacer nada”, comentó a El Ciudadano una fuente del Cudaio sobre los choferes, a quienes calificó como “héroes sobre ruedas”.

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