Espectáculos

“Don Giovanni” un Don Juan moderno

El domingo tuvo lugar en el teatro El Círculo la primera de tres funciones de la ópera "Don Giovanni", de Mozart, bajo la singular dirección de Marcelo Lombardero y con figuras de la lírica internacional. Nuevas funciones jueves y sábado.


El domingo por la tarde-noche tuvo lugar en el teatro El Círculo la primera de las tres funciones de la ópera Don Giovanni, una de las grandes obras de Mozart que fuera estrenada hace más de dos siglos y que se presentó en Rosario en el marco de la temporada cultural del coliseo de Laprida y Mendoza.

Posiblemente esa noche muchos imaginaban el protocolo  al que acostumbra este género pero otros, sabiendo quién era Marcelo Lombardero, el encargado de la puesta, se calzaron los jeans y las zapatillas y fueron preparados para una ópera con actitud rocker.

El elenco estuvo integrado por primeras figuras de la lírica nacional e internacional que se lucieron como es el caso del barítono brasileño Leonardo Neiva (Don Giovanni), los bajos Iván García y Hernán Iturralde y las sopranos Rocío Giordano y María Victoria Gaeta.

La nueva producción de la Asociación Cultural El Círculo contó con la colaboración de la Ópera de Rosario, bajo la batuta de Horacio Castillo, y la Orquesta Sinfónica provincial de Rosario dirigida por su director titular David del Pino Klinge. Las próximas funciones serán el jueves (en función de abono) y el sábado, a las 20.30, para las que se venden las entradas en boletería.

Escrita en los albores de la Revolución Francesa, cuando las ideas de libertad proponían un hombre-ciudadano con derechos e independencias, en esta puesta “lo que tratamos de hacer es traer esa historia a la actualidad para ver cómo nos resuena ahora”, había dicho Lombardero a El Ciudadano antes del estreno.

Repleta de recursos audiovisuales, Lombardero le hace un guiño al espectador para que se reconozca en sus medios y consumos culturales pero al mismo tiempo lo confronta con su estilo de vida para, desde allí, mostrarle los placebos del mundo y hablarle de la crisis de sentido en las sociedades actuales.

Don Juan vive alrededor de sus placeres pero también es alguien que (en el siglo XVIII) se plantea un libre albedrío a pesar de las consecuencias. Esta puesta se resignifica en el presente, parece querer despertar esa chispa que desencadene una rebelión ya no social sobre un sistema (otrora monárquico) sino individual, que (nos) puede hacer reflexionar sobre la insatisfacción en la vida actual.

La acción comienza con Leporello (criado de Don Giovanni), quejándose de su vida. En otro nivel del escenario Don Giovanni, enmascarado, intenta poseer por la fuerza a doña Anna, hija del Comendador. Leporello registra la acción con una tablet. Ella grita pidiendo socorro cuando aparece su padre y desafía a Giovanni mientras Anna huye en busca de ayuda. Pero Giovanni mata al Comendador y escapa con Leporello. Al ver ese cuadro Anna se horroriza y jura venganza contra el asesino desconocido.

En este metalenguaje que propone el director, las pantallas cobran una dimensión esencial desde donde apoyarse para narrar la historia. Las pantallas expresan lo más íntimo de los personajes: lectura de sus pensamientos (cuando Leporello se queja de su vida), la sangre derramada por un tiro certero con la que Giovanni mata al Comendador que, luego pixelada en rojo rubí, rebasa de realismo, casi como si el director, con mucha ironía, quisiera cuestionar el lugar de credibilidad que le asignamos a las pantallas en nuestra vida cotidiana.

Una pantalla de las dos que se encuentran en el fondo del escenario muestra paisajes y crea los climas que reemplazan a las convencionales estructuras escenográficas de caño, goma espuma y madera. Estamos en un bar, en el escritorio de una casa, en una fría calle desierta o en el medio de una avenida bajo la luz de la luna. Lo que transmiten las pantallas también expresan los estados de los protagonistas en clave actual: las palabras que florecen en las pantallas son los pensamientos de los protagonistas que se inscriben como en un muro de Facebook o una cuenta de Twitter.

Funciona como hipervínculos: Allí, por ejemplo, se puede ver cómo aconteció el entierro del Comendador a través de una suerte de videoclip con los protagonistas, rodado en el cementerio de Recoleta en Buenos Aires.

En una provocación a lo más puro del género, Lombardero reinterpreta este drama en dos actos con libreto de Lorenzo da Ponte y no deja nada librado al azar en ese nuevo hombre creado a imagen y semejanza del mundo actual (y no al revés).

Los modelos de varón y mujer también se resignifican desde lo simbólico, en el aquí y ahora: se refuerza en los modos de decir (los protagonistas hablan por celular), en vestuarios osados (un personaje sale disfrazado de Bob Esponja), en atmósferas contemporáneas (autos deportivos y discotecas), en el sentido de lo erótico y la provocación que permite la aparición de strippers (y hasta un caño que es utilizado con fines expresivos) en una escena de baile donde el público parece encontrarse más en un teatro de Revistas de Moria Casán que en una ópera de Mozart del siglo XVIII.

Tras más de tres horas de obra, el último acto cierra con el mismo espíritu que comenzó: “La muerte de los pérfidos es siempre igual”, cantan Anna (María Victoria Gaeta), Don Ottavio (Carlos Ullán), Doña Elvira (Rocío Giordano), Zerlina (Florencia Machado) y Masetto (Ismael Barrile) alrededor del cuerpo sin vida de Don Giovanni, que yace sobre una mesa. Una moraleja aleccionadora para el protagonista que termina siendo tragado por el infierno. Todo concluye con el registro fotográfico que Leporello (Iván García) realiza con su tablet.

En definitiva, como cuando un pianista se desafía en la interpretación completa de una sonata y en el acto público decide prescindir de las partituras, en esta puesta Lombardero parece querer decir “lo importante aquí soy yo”, buscando tener más peso específico que la obra misma.

Esta actitud provocadora para con pares y público resta tensión a una historia que decae dramáticamente a medida que, por el esfuerzo de la resignificación temporal que hace de ese hombre (ahora víctima de la sociedad, golpeado por la insatisfacción permanente y la falta de amor real), se acrecienta la distancia provocada por el puro deseo de romper las convenciones del género.

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