Espectáculos

Festival de Teatro de Rafaela

Dios está en todas partes

La polémica desatada por la obra “Dios”, de Lisandro Rodríguez, en medio del debate por la despenalización del aborto, pone en tensión la necesidad de un Estado laico


La misa es, entre otras cosas, un género discursivo. Y en una misa se impregnan muchas de las lógicas operativas del teatro: alguien está en el púlpito (el proscenio), una serie de acciones se ponen en tensión a lo largo de su recorrido, y hay un público, una platea. Misa y teatro dialogan, y lo hacen más que nunca a través de Dios, la obra del talentoso creador porteño Lisandro Rodríguez que pasó por la presente edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR18), sin duda en su edición más movilizante, que finalizó este domingo en medio de una encendida polémica que partió de unas fotos de la obra.

En Dios no hay parodia, pero los espectadores, que en Rafaela fueron alrededor de 300, se enfrentan a una misa apócrifa donde los bordes entre realidad y ficción se vuelven difusos, al mismo tiempo que se filtra la crítica.

En un trabajo multidisciplinario que cruza la plástica (en muchas de sus variables) con el teatro, Dios evoca la mítica exposición de León Ferrari de 2004, en el porteño Centro Cultural Recoleta (en el mismo lugar donde la obra teatral se estrenó el año pasado), que fue atacada por grupos religiosos extremos. Es así como política, historia del arte y teatro se funden en los rituales de una misa (una performance) en la que el público, como pasa en la iglesia, es convocado a participar.

“El proceso de Dios fue largo y difícil de contar, fue mutando; empezó a cerrarse cuando apareció el Centro Cultural Recoleta y la capilla que hay allí, y automáticamente, apareció linkeado León Ferrari con ese espacio, y después, en medio de la investigación, El caso Ferrari, el libro de Andrea Giunta, y más tarde la carta de Bergoglio, hoy el Papa Francisco; la obra nace finalmente como un homenaje al Papa y a Ferrari, quien le agradece a Bergoglio que le hizo en parte la carrera. El mayor reconocimiento de su recorrido, sobre todo en sus últimos años, Ferrari lo tiene a partir de la horda de católicos que fueron a boicotear aquella muestra”, dijo Rodríguez en Rafaela en el marco de las Rondas de Devoluciones del festival junto a periodistas, críticos y público, al día siguiente de la función. El por entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Bergoglio, fue la principal voz de la Iglesia enfrentada a aquella muestra, que combinaba lo religioso con el sexo y la violencia, poniendo en evidencia las mayores contradicciones de la Iglesia como institución, pero sobre todo, de cara a la representación que Ferrari hace de lo que supone es el infierno.

La obra de Rodríguez, creador que aparece entre los más destacados de su generación, podría entenderse hoy, tanto desde lo formal como desde lo discursivo, como un homenaje (claramente singular) de Ferrari (quien murió en 2013, casualmente, un par de meses después de la asunción de Francisco) al actual Papa. “Con toda la contradicción y lo paradójico que eso encierra, ése es el inicio de esta obra”, expresó el director.

De hecho, el material introduce al espectador en una misa, incluso hay un “sacerdote”, aquí en la piel de Horacio Banega, del mismo modo que en paralelo al desarrollo de esa misa (con algunas de las lecturas distorsionadas) y de cara a un platea que en primer plano ve el desempeño de un coro (de una veintena de actores) que canta los cánticos tradicionales de la liturgia católica, en otro plano, el del escenario (el elevado), el destacado escenógrafo Norberto Laino monta su mega instalación-homenaje con una serie de objetos que buscan interpretar (aunque con otra temática y otra propuesta plástica) la estética de Ferrari frente a los temas que hoy atraviesan las agendas de género, en particular, el debate por la despenalización del aborto. Eso es algo que además tiñe a toda esa muestra que sobre el final adquiere el carácter de vernissage y a la que el público puede acceder mientras le sirven un vino.

Es precisamente en ese final, definitivamente conmovedor, que una gran imagen del Papa Francisco que se erige de a poco durante la obra, es abrazada por dos actores que, como Adán y Eva, descienden desnudos del Paraíso. Nadie baila, nadie se burla, nadie se ríe de nada ni de nadie, sólo hay silencio y contemplación.

Poner el foco sólo en los pañuelos verdes que les colocan poco después y en los desnudos en la obra de Rodríguez, es una simplificación absurda y fuera de lugar en la lectura que se pretenda hacer de su trabajo. Es no ver, o no querer ver, todo lo que subyace a ese primer plano, y es, al mismo tiempo, no poder o querer entender las lógicas de la obra de Ferrari, pero sobre todo, negar sus potentes metáforas, tan potentes como las que plantea Dios en todas sus contradicciones y paradojas.

Pero además, aquellos que supuestamente en Rafaela se sintieron molestos o agraviados con la obra (la mayoría no estuvo en esa función) y exigen “otros destinos para el dinero de sus impuestos”, deberían recordar que la Iglesia se sostiene con fondos del Estado que aportan todos los ciudadanos, lo que también pone en tensión otro debate postergado: la necesidad de un Estado laico en Argentina.

Es, precisamente, esa necesidad de cesantía que plantean algunos católicos ortodoxos frente a aquellos discursos que no los representan o respaldan lo que piensan, lo que visibiliza lo más rancio de un sector que pide “límites” a la libertad de expresión y “las cabezas” de quienes llevan adelante el FTR, en un claro caso de macartismo que, al parecer, busca por estas horas un eco en lo político.

Lisandro Rodríguez escribió en las redes sociales: “Más allá de cualquier cosa que se pueda decir, denunciar o lo que sea, yo pienso que Dios, como tantos otros trabajos, develan, muestran y evidencian lo mal que estamos. Y desde ese dolor pienso, hago y comparto el teatro. Que viva Dios, Dios como obra, como artefacto, como imposibilidad, como distensión; y ojalá pronto encontremos un lugar para volver a presentarla”.

Vulgarmente se suele decir que “Dios está en todas partes”; por qué no habría de estar en el teatro, uno de los pocos fenómenos vivos que ostenta la humanidad, el más antiguo y el más revelador, el que confronta todas las miradas, el que, como una misa, no tiene repetición.

Tal como pasó durante aquellos míticos cuarenta días de la muestra retrospectiva de León Ferrari, que dio lugar a cientos de artículos de prensa, a críticas y contra críticas, que fue clausurada y reabierta por la Justicia, Dios vuelve por estas horas a poner en escena y en debate las relaciones que se tejen entre el arte (el teatro), la censura y la democracia, algo que, mal que les pese a muchos, es muy saludable.

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