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análisis geopólitico

Desafíos de la UE: Brexit, Trump y el nacionalismo

Como nunca antes en su historia, el proceso que logró integrar a 28 países en Europa se encuentra en verdaderas dificultades.


Como nunca antes en su historia, el proceso que logró integrar a 28 países en Europa se encuentra en verdaderas dificultades.

Aunque parezca increíble, la hazaña de haber conseguido que franceses y alemanes cooperaran conjuntamente en los años de la segunda posguerra, y erigieran un proyecto integracionista en común, se ve amenazada por causas mucho menos extremas que una guerra mundial y que, sin embargo, hacen temblar al bloque hasta sus cimientos.

La actual Unión Europea (UE), lejos de haber completado una “unión”, está lidiando no con una sino con varias crisis al mismo tiempo –en ámbitos como la economía, las finanzas, el empleo, las migraciones y la seguridad–, y hasta con fuertes cuestionamientos a su legitimidad política.

Pero además, en los últimos meses, el bloque se ha visto desafiado por nuevos elementos disruptivos. La decisión del Reino Unido de abandonar el bloque, el reto independentista de Cataluña en España y el accionar internacional del gobierno de Estados Unidos se convirtieron en las más recientes de estas vicisitudes.

En términos simplistas, la lógica de la integración se encuentra desafiada desde “arriba”, desde “abajo” y desde “afuera”.

Analicemos brevemente estos elementos.

Desde arriba, la salida por primera vez de un Estado miembro de la UE pone a prueba la durabilidad y la fortaleza del bloque, que se quedará sin uno de sus miembros más poderosos en términos económicos, financieros, comerciales y de seguridad.

El proceso de negociaciones para la separación de Reino Unido de la UE está resultando complejo, tal como se esperaba, y la postura británica es ambigua en algunos temas e intransigente en otros.

Los Estados miembro decidirán en la próxima cumbre del 14 y 15 de diciembre si ha habido suficiente progreso en las cuestiones centrales de la separación –el dinero del divorcio (la factura que Reino Unido tendrá que abonar por pagos pendientes al salir de la UE), la cuestión sobre la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, y los derechos de los ciudadanos europeos residentes en Reino Unido.

Sólo si se constata avances concretos en estos temas, las negociaciones pueden avanzar a la siguiente etapa. Aparentemente, uno de los puntos más calientes, la oferta británica a la UE para saldar sus compromisos financieros tras el Brexit, podría ser zanjada en los próximos días debido a una mejora de la oferta por parte de Londres.

Los Estados miembro comenzaron a idear la segunda fase de las negociaciones, la de la relación futura entre los Veintisiete y el país saliente.

Desde abajo, la declaración de independencia por parte del gobierno de Cataluña (cuyos miembros se encuentran actualmente en el exilio en Bélgica o encarcelados en España) reaviva viejos (y conocidos) temores entre los ciudadanos y gobiernos europeos en torno de un fuerte regreso del nacionalismo separatista, que parece tomar nuevo ímpetu también en el norte de Italia, Córcega, Escocia y otras regiones europeas.

El propio origen –la propia esencia– del proyecto de integración europea está ligado con la superación de los nacionalismos, tan perjudiciales para el continente en los siglos anteriores. Y ello explica, en parte, que la integración en Europa se basó en la construcción de un espacio supranacional y la cesión de competencias soberanas.

De hecho, la integración erosiona la soberanía de los Estados europeos en ámbitos como la moneda y la gestión del mercado común. Pero, al mismo tiempo, el bloque tiene un fuerte carácter intergubernamental, y los Estados son los principales protagonistas.

Siempre ha sido así en la construcción europea, donde las regiones apenas han tenido alguna participación.

Desde afuera, el populismo proteccionista del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus esfuerzos por “Hacer a América grande otra vez” (“Make America Great Again”) a expensas de sus (hasta ahora) tradicionales socios occidentales, obliga hoy más que nunca a los líderes de la UE a buscar otras asociaciones y amistades más confiables.

Las reiteradas críticas de Trump a los países europeos, con particular énfasis en Alemania, y las acciones llevadas a cabo en consecuencia, como por ejemplo, el rechazo del presidente estadounidense a respaldar el principio de defensa colectiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán), su discurso agresivo para reclamar a los países europeos que dediquen más recursos al gasto militar, y la salida de Estados Unidos del acuerdo climático de París, dejan de manifiesto el momento delicado que atraviesan las relaciones transatlánticas.

Los desafíos en estos tres temas pueden, en realidad, convertirse en oportunidades para que la UE salga fortalecida: la salida de Reino Unido permitirá que quede una masa crítica de países –liderados por Alemania y Francia– que quiera avanzar y profundizar la integración en una especie de renacimiento europeo; la fallida declaración de independencia catalana y las significativas secuelas políticas, económicas y sociales puede servir para que otras regiones con aspiraciones secesionistas reconsideren sus intenciones; y la retirada de Estados Unidos de diferentes regímenes internacionales puede alentar a la UE a tomar la iniciativa y a convertirse en un actor con mayor autonomía en ciertas áreas de la política internacional.

* Profesora de las cátedras de Teoría de las Relaciones Internacionales y Organismos Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). Coordinadora del Grupo de Estudios sobre la Unión Europea.

Espacio de colaboración entre El Ciudadano y la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales para promover la reflexión y opinión de los asuntos globales