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“Demasiado viejo para morir joven”, un universo de crimen, codicia y venganza

En “Demasiado viejo para morir joven”, del realizador Nicholas Winding Refn, el asesinato de un policía detona una trama donde las únicas pasiones que movilizan los recursos de lo humano son las miserables, violentas y destructoras en la figura de proxenetas, pederastas y narcotraficantes


Puede ser que en cierto aspecto una afirmación como esta resulte una osadía, pero podría decirse, asumiendo los riesgos, que Too old to die Young no sólo es la mejor serie de 2019, sino que además constituye un verdadero acontecimiento histórico en el panorama del streaming. Desde la inigualable Twin Peaks, de David Lynch, nadie había propuesto una revisión tan radical al formato de las series, nadie había ido tan lejos en el proceso de profundizar el estilo propio desde las particularidades y las potencias narrativas ofrecidas por la serialidad. Sin intentar ponerlas en un mismo nivel (igualmente, ¿por qué no?), la obra del danés Nicolas Windin Refn (Pusher, Valhalla Rising, Bronson, Drive) se acerca a aquella de Lynch en tanto configura una experiencia única y arrasadora, hipnótica y angustiante, bellísima y perturbadora, que sin reparos ni atenuantes patea el tablero de todas las convenciones en pos de un producto tan singular como, hay que decirlo, por momentos irritante. Aquí, Nicolas Winding Refn se juega todo, lo mejor y lo peor de su cine, sabiendo encontrar ese frágil balance creativo entre una libertad acongojante y un control claustrofóbico. La serie (no es fácil afirmar que lo sea) se estrenó en la cadena Amazon en junio de este año, y no es exactamente que haya pasado inadvertida, pero de seguro no obtuvo la repercusión que tal apuesta merecía. Valga entonces rescatar este objeto extraño, una de las más singulares experiencias audiovisuales en mucho tiempo.

Un mundo degradado

¿Cómo empezar? ¿Por dónde? ¿A través de detalles en relación a la supuesta intriga que desarrolla la serie? Es posible, pero en cierto modo irrelevante, allí no estaría el corazón de la propuesta. Sin embargo, si cabe comenzar desde allí, el disparador de la supuesta intriga es el siguiente: durante el patrullaje nocturno que realiza una pareja de policías de Los Ángeles, uno de ellos es asesinado en un acto de venganza que involucra a narcos mexicanos. A partir de ese crimen se despliega muy pero muy lentamente un tejido de personajes y relaciones que giran, de algún modo, alrededor de ese acto inaugural, asimilando los códigos del cine (más) negro en el interior de un universo dislocado casi hasta lo onírico. El mundo de Too old to die Young es un mundo oscuro y decadente, poblado estrictamente por proxenetas, pederastas, narcotraficantes, policías corruptos, asesinos a sueldo, tratantes de personas, pornógrafos, violadores y pandilleros de poca monta. Nada hay por fuera de eso. Nada ni nadie. Todo es crimen, codicia y venganza. La violencia no tiene fin porque tampoco tiene comienzo. Si aquí todo parte de un asesinato a sangre fría, ese crimen es en realidad parte de una cadena sin origen. La violencia no comienza, la violencia está allí instalada desde siempre. Ese mundo es un mundo degradado a las más bajas expresiones de una violencia radical. Cada gesto está teñido por el aliento inexorable de la muerte. Las únicas pasiones que movilizan los recursos de lo humano son las pasiones miserables, violentas, destructoras. Algo de apocalíptico campea sobre la atmósfera viciada de ese territorio negro, el único horizonte que se puede atisbar es el de la extinción absoluta. Pero ese mundo, claro, no es “el mundo”. Poco hay en el cine del danés de las tramposas argucias de una cierta idea de realismo cinematográfico. Sus mundos, y éste en particular, el que construye minuciosamente con mayor esmero y con mayores aciertos, es un “otro mundo” que refiere a este desde su brillo cinematográfico y su atmósfera enrarecida. Tan enrarecida que lo ubica en el terreno de la alegoría, y allí, quizás, uno de los puntos fundamentales con el que se puede estar de acuerdo o no: Nicolas Winding Refn parece partir de la idea de que existe una suerte de “estado natural” de lo humano signado por la violencia. Quien suscribe este texto no concuerda con esa idea, pero tal discrepancia no opaca en absoluto la intensidad de la experiencia.

Sentirla, y después amarla u odiarla

Ahora bien, si la intriga no es lo fundamental en la serie, ¿qué cosa lo es? Too old to die Young propone una narrativa fragmentaria hecha desde una lentitud desconcertante que actúa como microscopio. Cada uno de los 10 episodios (¡cuyas duraciones oscilan entre los 70 y 100 minutos cada uno!) tiene una cierta autonomía, hay algo que se cierra en sí mismo y algo que, tímidamente, desarrolla la intriga que funcionaría como eje, aunque lo haga de modo lejano, apenas entrevista por momentos. Allí, la estructura parece responder más a la de un largometraje de 14 horas dividido en capítulos que a la de una serie, con su eje fuerte y sus ganchos finales. Al interior de cada episodio, las situaciones desfilan bajo esa mirada de microscopio que altera el tiempo, lo amplifica, se mete en lo profundo de ese desfile anómalo de crueldades. Los movimientos de cámara recorren con una parsimonia de ensoñación espacios y gestos desatendiendo a veces las exigencias de la acción. En los diálogos, entre algo dicho y la réplica, se produce una pausa excesiva, todo esbozado en un mismo tono monocorde y desafectado. El tiempo en cada gesto pesa como un yunque, y todo se desarrolla como arrastrando una carga insostenible. Pero incluso allí, en ese tiempo de duermevela que nos induce a una profunda inmersión en ese infierno, la superficie de la imagen se vuelve un lienzo en el que suceden infinidad de maravillas: reflejos, parpadeos, texturas, colores, visiones obnubiladas, formas cercanas a la abstracción; todo un universo de detalles visuales y sonoros que constituyen la trama sensible de ese mundo fuera de quicio. Y nada de esto, claramente, es menor. Es la fuerza misma de la serie. Winding Refn propone una narrativa fragmentaria, discontinua y acumulativa en la que, sin perder el pulso del cine negro, y mediante un esteticismo desmedido que apela a lo sensorial, lo que se pone en relevancia es la importancia de cada fragmento, de cada situación más allá de la supuesta totalidad del relato. La contemplación sensible de cada circunstancia tiene ya un valor en sí misma más allá de su función en la lógica de la intriga. Cada fragmento remite a ese mundo entero, a ese universo anómalo y decadente cuyo motor es la pasión violenta. Desde ya, por todo esto, las críticas al danés circulan en torno a la  idea de un “esteticismo vacío”, pero nada más discutible que tal aseveración, ¿en qué punto la construcción estética pensada desde lo sensible y no desde lo estrictamente racional puede ser acusada de “vacía”? Solamente, claro, desde una concepción pueril que piensa que en el cine todos los recursos audiovisuales son instrumentos funcionales a una estricta claridad narrativa. Con belleza, oscuridad y creatividad, Too old to die Young propone el relato desde una sensualidad avasallante. Es necesario no sólo verla, sino sentirla, para después amarla u odiarla.

Sin contemplaciones

La propuesta no es fácil, Winding Refn y su coguionista Ed Brubaker juegan las cartas más difíciles sin contemplaciones, pero si uno puede entrar en la lógica pesadillezca de ese mundo, la experiencia es una maravilla total, casi inigualable aún en la oscuridad que propone. Pero incluso allí, donde la violencia parece reinar como en estado natural, la pregunta que circula y que pone en perspectiva a todo el relato es: ¿qué sucede cuando el crimen deja de ser una experiencia traumática? Profundo gesto autorreflexivo que pone en ridículo a la abstrusa masculinidad mafiosa que teje los hilos de ese submundo atroz.

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