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El Mundial de las Pibas

Del yugo inglés a la explotación patriarcal


Hace unos días, luego del triunfo de Argentina ante Nigeria con el que consiguió el pase a octavos de final, se difundió por las redes sociales un video del festejo en Bangladesh. Allí cientos de bengalíes salieron a la calle con camisetas y banderas de la selección albiceleste. Y ahí comenzó la búsqueda. El lugar lo conocía porque hace unos años trascendió una lamentable noticia: un edificio de la capital del país, que albergaba miles de trabajadores y trabajadoras textiles (de grandes marcas internacionales), se derrumbó y dejó un saldo de más de mil muertos.

Al ser el Mundial de las Pibas, se puede ahondar un poco más sobre el lugar en el que la Argentina desata pasiones, a partir de aquel épico triunfo del 86 sobre Inglaterra -la nación que lo mantuvo bajo su yugo- y también de la globalización que permite que Leo Messi parezca un vecino más en cualquier lugar de la Tierra.

Las mujeres están allí, desde su nacimiento, bajo las órdenes de los hombres: padres, hermanos, maridos. Sin embargo, en la zona de los países del sur de Asia, es de las naciones “más avanzadas” están en materia de igualdad de género: fue el primero en lograr la paridad en la enseñanza primaria y en disminuir la tasa de mortalidad materna.

Pero hay varias cuestiones que siguen muy arraigadas y es difícil de combatirlas. Bangladesh es el séptimo país con mayor población del mundo y uno de los más pobres y, en consecuencia, el trabajo infantil y la explotación sexual de menores, en su mayoría mujeres, es una constante.

Ellas constituyen el 80 por ciento de la fuerza laboral en la industria de la vestimenta, de esas que se compran en el famoso Corte Inglés. Y también fueron las más perjudicadas por la tragedia ocurrida en Daca, con el desmoronamiento del gran Rana Plaza en 2013. Según los datos conocidos, las mujeres representaron también 80 por ciento de las personas que murieron o resultaron heridas en el desastre.

La mayoría de las mujeres que trabajan para estos empresarios que venden ropa barata a costa de mano de obra barata, cosen, lavan y empacan la ropa por el equivalente a 30 o 40 dólares, trabaja un promedio de 10 horas por jornada laboral y los siete días de la semana. En cambio, los hombres suelen ocupar cargos más altos, como responsable de control de calidad y de gerente.

Como siempre, las mujeres son las que padecen una doble desigualdad: no sólo sufren la violencia y la explotación de los dueños de las empresas sino también la de los maridos, porque lo poco que ganan no lo manejan ellas sino sus esposos. La independencia económica es nula.

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