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De las historias descabelladas a esas palabras bellas para Julia

Por: Carlos Duclos

Una acción o historia descabellada es aquella que está fuera de orden, en cuya esencia la razón está ausente o el ser humano que protagoniza el suceso la limita, la posterga en favor de un sentimiento o creación. Algunas acciones sublimes, por supuesto, lo son porque son descabelladas para el molde social ajustado a una regla inflexible. Ese tipo de acciones sólo pueden ser pergeñadas, creadas, ejecutadas por los santos locos, por los espíritus sensibles y emprendedores, o por aquellos que han conocido el amor y han decidido, al menos, sentirlo en plenitud.

Claro, siempre habrá algún fusilero que termine con Camila O’ Gorman y Ladislao Gutiérrez. Es propicia la oportunidad para recordar la historia: es la época de Rosas. Ella, una chica de la alta sociedad; el, un cura tucumano. Se ven, se enamoran, hacen el amor y ella queda embarazada. Tienen el coraje de aceptar el sentimiento en tales circunstancias y escapan, pero los resabios de una inquisición intolerante y repudiable los encuentra. Al modelo estúpido y resentido no le importó que en el vientre de la muchacha estuviera el fruto del amor, una nueva vida. Los tres fueron fusilados. Unos de los más grandes asesinatos del amor que se han cometido en esta tierra.

No hay por qué asombrarse, pues hasta hace unos años nomás, una madre soltera era mirada de reojo, cuando no se la discriminaba con la indiferencia y el desprecio; sutiles formas de homicidio.

Los poetas y escritores, en general, siempre fueron descabellados y por eso sus obras pudieron conmover a una sociedad que, más tarde o más temprano, termina siempre aceptando que sin historias despojadas del almidón racional la vida termina siendo nada. En el fondo, los conservadores y ortodoxos saben que demasiado orden y acartonamiento, excesiva inflexibilidad, termina resquebrajando el muro de la vida.

Ayer, en esta columna, se aludió a una de esas historias descabelladas que suceden en todo el mundo y que tienen por protagonista al amor. La verdad es que no es frecuente que un diario se atreva a romper el molde periodístico y publique una historia semejante. Bueno, tal vez en poco tiempo más los periodistas y empresas de comunicación asuman que en el mundo y en la vida, además de las noticias consabidas y que forman parte de la agenda, pueden ser publicadas con más soltura y desenfado historias que forman parte de la vida. No son noticia, claro, pero ¿quién puede negar que el amor es de interés general?

Y mientras quien esto escribe pensaba en la columna descabellada de ayer, llegó a su desvencijada memoria una parte del poema de Juan Goytisolo, “Palabras para Julia”. Esa porción de la obra a la que se alude dice: “Un hombre solo, una mujer, / así tomados, de uno en uno / son como polvo, no son nada”. Es demasiada dura la expresión del poeta, pero ¿quién puede negarle razón? El ser humano está llamado a unirse para amar. Y como bien dice San Pablo (no refiriéndose al amor de pareja, claro) “sin amor nada soy”.

Goytisolo escribió ese poema que tituló “Palabras para Julia”, impulsado por ese fenomenal y puro amor que sentía por su hija. Claro, no es que el amor de este padre fuera mejor o más intenso que el que prodiga cualquier papá, es sólo que es fenomenal porque está aderezado por la sensibilidad de su espíritu de poeta. 

Es bueno reproducir esa poesía que es, en realidad, un maravilloso consejo sobre cuál debe ser la actitud del ser humano ante esa ola, que arrastra cielos e infiernos, y que llamamos vida: “No puedes volver atrás, / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable. / Hija mía: es mejor vivir / con la alegría de los hombres / que llorar ante el muro ciego.

“Te sentirás acorralada, / te sentirás perdida o sola, / tal vez querrás no haber nacido. / Yo sé muy bien que te dirán / que la vida no tiene objeto, / que es un asunto desgraciado. / Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti, como ahora pienso.

“La vida es bella, ya verás / como a pesar de los pesares, / tendrás amigos, tendrás amor. / Un hombre solo, una mujer / así tomados, de uno en uno, / son como polvo, no son nada. / Pero yo cuando te hablo a ti, / cuando te escribo estas palabras, / pienso también en otra gente. / Tu destino está en los demás, / tu futuro es tu propia vida, / tu dignidad es la de todos. / Otros esperan que resistas, / que les ayude tu alegría, / tu canción entre sus canciones. /

Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti, como ahora pienso. / Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino. Nunca digas / no puedo más y aquí me quedo. / La vida es bella, tú verás / como a pesar de los pesares / tendrás amor, tendrás amigos. / Por lo demás no hay elección / y este mundo tal como es / será todo tu patrimonio. / Perdóname no sé decirte / nada más, pero tú comprende / que yo aún estoy en el camino.

“Y siempre, siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí, / pensando en ti como ahora pienso”.

Ciertamente, en este mundo agitado por el individualismo la idea del poeta sobre el amor supone un absurdo, un ser descabellado ¿Pensar también en otra gente? ¿Sentir que el destino de su hija está en los demás, que su dignidad es la de todos? Suena a amor disparatado. Tan disparatado como ese peregrino de ayer que salió a caminar, sonriendo, sólo porque una mujer le había dicho que quería ser causa de su alegría. Sin embargo, son por esos santos y minúsculos hechos descabellados propulsados por el amor a otro, por el amor a la creación que la vida, tiene al fin un sentido. A pasar de los pesares, como dice el poeta.

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