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De la Roma de Cicerón a esta Argentina

Por: Carlos Duclos

Célebre por sus discursos, por sus cartas, por su poder de oratoria, en fin por su pensamiento simple, pero a la vez profundo cierto y necesario en la vida de la persona y de la sociedad, Marco Tulio Cicerón puede considerarse uno de los más grandes filósofos y a la vez estadista de la historia. Este político y abogado, conocido por su escrito “Sobre los Deberes”, en donde cuestiona la tiranía de Marco Antonio, tiene a lo largo de su obra fragmentos que revelan circunstancias que se vivían en la Roma pre cristiana, muy parecidas a las que deben soportar hoy los argentinos. Uno de tales escritos dice: “El presupuesto debe ser equilibrado, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la asistencia a los países foráneos debe ser cercenada para que nuestro país no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa de la asistencia del Estado”.

Sin lugar a dudas, parece un escrito a medida de los diversos presidentes argentinos que se sucedieron en el poder a los largo de los últimos años y que, respetuosos de la aberrante naturaleza del molde político nacional, han hecho exactamente lo contrario a lo aconsejado por Cicerón. El presupuesto jamás fue equilibrado, el Tesoro es utilizado para pagar las deudas que no se diminuyen (contra las mentiras que se dicen al respecto). Y por supuesto: no sólo que la gente no aprende a trabajar en este país (porque un contexto político social poderoso invalida las fuentes de trabajo) sino que se fomentan los ñoquis, los planes trabajar, el clientelismo indeseable que convierte a la persona en una suerte de ente que no se dignifica mediante el trabajo, sino que se rebaja a la mendicidad para convertirse en una cosa sumisa que acata la voluntad del poder y que reacciona con violencia cuando tal poder le niega el mendrugo al que lo acostumbró. No son miles, son cientos de miles, millones, los ciudadanos de esta Patria que fueron reducidos a la condición de meros entes que no examinan sus derechos como personas, sino que lo único que comprenden es que el verdadero derecho consiste en la satisfacción de una necesidad básica por vía de una limosna insuficiente que promueve una vida deplorable.

Esto es lo que ha hecho el Estado argentino a través de sus representantes, gobernantes, desde hace muchos años a esta parte. Suenan en el éter palabras que matan la esperanza: “Hay que pasar el invierno” (Alsogaray); “El que apuesta al dólar pierde” (Sigaut); “El régimen de tabla cambiaria seguirá hasta el fin de la década” (Martínez de Hoz); “No habrá devaluación brusca” (Celestino Rodrigo); “Con la democracia se come…” (Alfonsín); “Síganme que no los voy a defraudar” (Menem); “Hacia 1997, la deuda externa comenzará a reducirse. Y hacia fin de siglo, será insignificante” (Cavallo); “2001 será un gran año para todos. ¡Qué lindo es dar buenas noticias!” (De la Rúa); “Estamos condenados al éxito”, (Duhalde); “Estos son los piquetes de la abundancia” (Cristina) y una larga lista de frases de otros encumbrados políticos, de uno y otro signo, forman parte de un álbum espeluznante. Funcionarios que lo único que hicieron es legar un Estado de cosas deplorable, una pobreza asombrosa en un suelo inmensamente rico. Si Cicerón estuviera entre nosotros hoy no lo podría creer y concluiría que Marco Antonio, ciertamente, fue un noble estadista.

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