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Sociedad

De la Doctrina de Seguridad Nacional al Informe Kissinger

Para el ex secretario de Estado norteamericano los pobres del Sur ponían en riesgo el consumo del Norte.


En agosto de 1974 se clausuraba la Cumbre Mundial sobre Población organizada por la ONU en Bucarest, Rumania, con el estrepitoso fracaso de la delegación norteamericana incapaz de imponer, desde ese ámbito de la política internacional, un Plan de Acción que limitara el crecimiento poblacional a través de la implementación de políticas de control demográfico. La delegación argentina, con el apoyo de países latinoamericanos y del grupo de Países No Alineados, logró modificar buena parte del proyecto original de documento final sobre la base otro eje ideológico.

El criterio restrictivo del crecimiento poblacional que la ONU, como brazo ejecutor de la Secretaría de Estado norteamericana, que quiso y no pudo imponer en 1974, autoriza efectuar dos observaciones. La primera, que aquello que no se pudo obtener mediante consenso internacional, lejos de ser abandonado como política exterior norteamericana, se intentaría lograr pero recurriendo a otros medios, no tan explícitos e impopulares a nivel de una opinión pública internacional que ya evidenciaba cierto antinorteamericanismo. La segunda observación, esa finalidad de control demográfico es lo que se conoce como neomalthusianismo, el cual supone, como su nombre lo indica, reeditar las tesis del pastor anglicano Robert Malthus, pero adaptadas a la realidad de los siglos XX y XXI.

Malthus era economista y al mismo tiempo pastor anglicano. Observaba la realidad británica y mundial de comienzos del siglo XIX. Su teoría, que demostró tener serios errores conceptuales y de cálculo, concluía que si no se limitaba el nacimiento de nuevos seres humanos pronto se agotarían los recursos naturales básicos, es decir, el alimento.

La tesis malthusiana fracasó estruendosamente, ya que los avances científicos y tecnológicos aplicados a la producción de alimentos hicieron que se pudiera hacer frente adecuadamente a la creciente demanda de tales recursos. Pero por curioso que pueda parecer, y pese a su fracasado pronóstico, el maltusianismo daría paso, a partir de la segunda mitad del siglo XX, a un neomaltusianismo que heredaría a aquél una única obsesión infundada: que la Tierra no puede dar de comer a todos los seres humanos.

El problema con el neomalthusianismo es el siguiente: si partimos de la premisa (errada, pero para seguir su lógica) de que “el planeta no aguanta tanta población” las preguntas subsiguientes serían ¿quiénes son los que sobran? ¿Acaso las poblaciones ricas de los países ya desarrollados del Hemisferio Norte? ¿O los pobres del Hemisferio Sur? ¿Quién y bajo qué premisas decide quién sobra?

La lucha por los recursos

Henry Kissinger fue secretario de Estado norteamericano, primero con la administración encabezada por Richard Nixon y, tras la destitución de éste, continuó con el presidente Gerald Ford. A veces no es del todo claro que sea el presidente quien da las órdenes.

Bajo sus directivas, y como consecuencia directa de la llamada “crisis del petróleo” de 1973, pero también del fracaso norteamericano en la Cumbre Mundial de Población de 1974, el Consejo de Seguridad de EE.UU. dictó el memorando conocido por sus siglas en inglés siendo ahora accesible desde internet.

El NSSM 200, conocido como Informe Kissinger, es sugestivo incluso desde su mismo nombre oficial “Implicancias del crecimiento poblacional mundial para la seguridad de EE.UU. e intereses de ultramar”. En él se establecen las pautas para la política exterior de ese país que constituyen, básicamente, el mismo objetivo de Bucarest, pero presentado de otro modo menos obvio. Es preciso aclarar que lo que a Kissinger le preocupa no es que los matrimonios norteamericanos o europeos tengan hijos, sino que sean los pobres del mundo los que se reproduzcan. Y esos pobres, para Kissinger, se agrupan por países y nacionalidades: brasileños, argentinos, nigerianos, indios, etc.

Máxime si esos pobres ponen en riesgo, según el ex Secretario de Estado, los recursos naturales necesarios para sostener los patrones de consumo del Hemisferio Norte.

En palabras del catedrático de la Universidad de Lovaina, Bélgica, Michel Schooyans, “hemos llamado a esta ideología la ideología de la seguridad demográfica, por analogía con la doctrina de la seguridad nacional a la que apelaban la mayoría de los regímenes militares latinoamericanos en los años ’60. Esta doctrina consideraba, uniéndose a teóricos norteamericanos y europeos, que el antagonismo dominante era el que oponía al Occidente liberal y democrático, con el Este totalitario y comunista.” (“Población y soberanía nacional”). Y agrega que así como aquella ideología pretendía actuar como un dique, y “…contaba con el miedo para imponer a algunas poblaciones ávidas de desarrollo y libertad”, no es menos cruel e injusta la de la Seguridad Demográfica que “…reinterpreta el antagonismo dominante, aplicándolo a las relaciones Norte-Sur, ricos y pobres.

Según esta ideología, la mayor amenaza que podría cernirse sobre el Norte, es la que vendría del Sur, pobre pero mucho más poblado. De donde se desprende la necesidad imperiosa de poner freno al crecimiento demográfico del Sur sin escatimar en los medios.”

Paulo Ares no duda en vincular el proceso político vivido en nuestro país a partir del 24 de marzo de 1976 y la aplicación en el Cono Sur del denominado “Plan Cóndor”, con el contenido del NSSM 200. Al respecto afirma que “frente a la sustentabilidad planetaria, tanto Perón como Kissinger parecen coincidir en la necesidad de un esfuerzo internacional. Pero mientras que, al decir de Evita, el pensamiento de Perón responde al influjo de su corazón apasionado por las causas del hombre y de los pueblos, el Kissinger del NSSM 200 es la encarnación de la razón instrumental económica, frente a la humanidad.” (“Perón vs. Kissinger”).

Y agudamente observa que “alguna vez alguien se ocupará de analizar el impacto del Plan Cóndor en función del famoso Síndrome de Estocolmo, lo que revelará los aspectos distintivos de la sumisión humana frente a los torturadores. No se explica cómo un alto porcentaje de los grupos que sufrieron la violencia de los ’70 se hayan vuelto más tarde funcionales a aquellos mismos principios contra los que lucharon y por los cuales fueron perseguidos.”

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