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De la crisis se tejió un “clásico”

Por: Laura Hintze.- El Roperito, la feria de venta de ropa usada, cumplió diez años. Nacida en 2001, se convirtió en una salida laboral para los expulsados del mercado.


“Esto se hace con pasión o no se hace. Te gusta o no te gusta. ¡Si tendremos cosas en contra! Un día armas la feria y viene un viento que te vuela los percheros, el gazebo, la ropa, todo. Pero al otro domingo te olvidaste. Es como un parto”. La descripción es de Mercedes Montes, una señora de cincuenta y tantos que después de la crisis de 2001 logró salir adelante vendiendo ropa en la feria El Roperito. El testimonio de ella rebalsa de alegría, el de sus compañeras también. Coinciden en que la feria transformó su vida. Ayer por la tarde se celebraron los diez años de este clásico paseo de la ropa vieja, extraña, pasada de moda o reciclada.

En el encuentro hubo tortas, desfiles y música. También  hubo poesía, regalos y palabras de agradecimiento. Fue el cierre para una previa que duró días: pidiendo que salga el sol, que se vayan los mosquitos; reflexionando sobre qué es El Roperito y cómo lo hace y conoce cada uno de sus participantes, cualquiera sea su papel.

Como la Retro, la feria de ropa usada fue una iniciativa del artista Dante Taparelli, quien, desde la Secretaría de Cultura y Educación impulsó un espacio de comercio para las víctimas de la crisis. La mayoría de las personas se acercó sin saber nada de ropa, de telas, de costura, y hoy son expertas. Actualmente, es la fuente de trabajo de muchos. Los colores, las formas, las telas, las historias y los precios de las prendas de los 55 puestos transforman al lugar en algo más que un comercio: es uno de los paseos predilectos del fin de semana.

“De entrada medio que me asustó estar en una feria pero fue muy positivo, hermoso. Hoy somos una familia, con altibajos, pero somos una familia, estamos todos los sábados y domingos juntos. No veo la hora de que lleguen esos días”,  cuenta Ramona Torres, una de las primeras puesteras del Roperito.

“En diez años hubo muchos cambios. Pasamos de tener un ropero a un gazebo. Cada vez estamos mejor, se pone más lindo, hay mejor calidad. Vamos aprendiendo. No todos tenemos la fortuna de hacer lo que nos gusta, de trabajar, disfrutar el día, pasarla bien. Para mí ya es necesario estar en la feria”, añade.

Por su parte, Mercedes Montes tiene 55 años y hace dos le propusieron trabajar en una clínica. Fue sólo dos días. Dice que dejó eso porque no le daba ni el físico ni el tiempo, pero que también tenía miedo de quedarse sin lugar en la feria, a pesar de la oportunidad de tener obra social, sueldo mensual y aporte jubilatorio. “Tuve que decidir: no me sentía cómoda encerrada ocho horas”, reflexiona.

“Lo que te cambia la cabeza la feria es terrible. Tenés libertad absoluta, y yo amo la libertad”, continúa.

Mercedes dice que, como su marido, y tantas otras personas,  forma parte de los “caídos en el 2001”, “los que nunca pudimos volver a insertarnos laboralmente”. Ella consiguió un lugar en El Roperito, que recién estaba creándose. Su marido nunca volvió a conseguir un trabajo fijo y sigue viviendo de “changas”.

A pesar de que ella siempre se consideró muy habilidosa con las manos, tuvo que aprender a tratar la ropa, a seleccionarla, lavarla, cocerla. Con el tiempo, Mercedes se especializó en cuero, y ya hasta la conocen por ser “la señora de las camperas”. “Tengo una onda así, motoquera”, se describe.

La mujer ama al Roperito y hasta le escribió una poesía. Para ella, la feria implicó un cambio de mentalidad, de vida. Va todos los domingos con su familia y los cuatro están doce horas en su puesto, tomando mate, vendiendo y charlando. “No me imagino haciendo otra cosa. Lamentablemente, en algún momento no lo voy a poder hacer más. Los años me van a decir basta”, señala.

Ramona tampoco se imagina haciendo más que estar en la feria. “Al principio no sabía nada. Ahora me veo como una comerciante. Me costaba mucho hablar con la gente, hoy soy como un loro. Es muy lindo, me pone muy contenta”.

Ramona llegó con la crisis, desempleada. Nunca había vendido ropa ni estado en una feria. “Me avisaron que me podía anotar para El Roperito y me mandé, quería trabajar. Al principio me asustó, pero fue re positivo. Nunca había vendido ropa. Nos fuimos preguntando cosas, agarramos lo que había en casa, comprando a los clientes. Nunca imaginamos que íbamos a llegar tan lejos, que iba a durar tanto. Todos nos acercamos a probar, a ver qué pasaba, porque la situación era muy mala. Ahora tengo la seguridad de que puedo salir adelante con cualquier cosa”, concluye.

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