Desde pequeño ya sabía qué quería ser de grande. Y como pocos, lo cumplió. Para su suerte, la alocada convicción que lo obsesionaba de niño no era la de astronauta o superhéroe, aunque tenía sus complicaciones. Quería ser detective. Lo supo desde que hojeaba las tiras de Dick Tracy, que de alguna forma están impresas en sus 20 años de profesión. En sus andanzas supo ser el Hércules Poirot de Aghata Cristie o el Sherlock Holmes de Doyle, aunque en Rosario es más conocido como Sandro Galasso. Acusa 42 años y más de 3.500 casos resueltos. Los relata con certeza estadística que bien podrían ser un perfil psicológico de la sociedad actual. “Un 70 por ciento de los casos que me llegan son por infidelidad o adulterio. De ese porcentaje, el 80 por ciento que me contratan son mujeres y en el 95 por ciento de las veces sus sospechas se comprueban”, dice antes de disparar: “Las infidelidades las descubro a todas”.
Aunque no es su especialidad preferida, la demanda lo hizo experto en relaciones infieles y asegura, con tono psicoanalítico, que no hay nada peor que una mujer despechada. “Socialmente, cuando una persona quiere a alguien, nada le duele más que el engaño. Duele tanto en el hombre como en la mujer, aunque creo que el varón se siente más dolido, naturalmente, porque tenemos una cultura machista en la Argentina. Las mujeres sufren mucho, pero en los casos que no aceptan el duelo o la separación, el despecho es tremendo. He llegado a enfrentarme con clientas propias”, dice Galasso tras aclarar que sus pruebas tienen valor efectivo en las causas judiciales.
“Por un lado está la etapa de la prueba circunstancial, como fotografías y filmaciones. Y en segundo lugar, la prueba informativa, que es un escrito donde narro el derrotero investigativo, es decir, el transitar de la pesquisa desde el comienzo hasta el final. Ese informe va firmado, sellado y se puede certificar en Tribunales”, aclara.
Todo vale a la hora de resolver un caso. Y aunque la tecnología perfeccionó antiguos métodos manuales, de ninguna manera descartó el uso de la lupa, el distintivo por excelencia de quien se digne llamarse investigador. “Aunque parezca una pavada o algo vulgar, se usa mucho. Con una lupa uno puede mirar cosas que a los ojos del común no se ven. Es como un mito, pero muy interesante. Si estás en un lugar medio oscuro y tenés que visualizar algo, arrimás la lupa y es como un zoom”, dice Sandro dando a entender que, de ser necesario, ingresa en casas ajenas, aunque “solo con el consentimiento” de uno de los moradores, porque de lo contrario sería ilegal.
La pregunta le sirve de excusa para recordar una vez que junto a una clienta sorprendió a su marido “durmiendo en su propia cama con otra mujer”, quien casi se infarta al despertarse con el flash de la cámara que inmortalizó el tenso momento.
Los disfraces también dan buenos resultados, especialmente para resolver otro tipo de asuntos que llegan a manos del detective como “casos civiles, comerciales, estafas, competencia desleal, robos a empresas o sectas”.
Al respecto, dice que aplica “la técnica del disfraz y el maquillaje” que aprendió en sus cursos de actuación “en 1988, al mismo tiempo que cursaba detectivismo en Buenos Aires”. Consultado sobre los personajes que le tocó protagonizar, como si fuese un actor de cine, nombra papeles clásicos, como el de sacerdote, psiquiatra y cartero: “Es bueno que un detective sea una persona amplia en lo que son los conocimientos. Porque si te vas a disfrazar de algo tenés que saber cómo expresarte. Yo he tratado de estudiar un poco de todo para tener un conocimiento amplio de lo que sea”.
Muchas de las andanzas que eran comunes en la profesión se transformaron en meros recuerdos con la llegada de nuevas tecnologías. “Allá por mis inicios, a principios de los ‘90, había que remarla. Para seguir a alguien había que andar atrás de su auto con otro vehículo. Hoy por hoy la logística te permite seguir a alguien sin seguirlo. Con un pequeño dispositivo que se instala en un auto uno puede saber dónde está una persona. Con la absorción de ondas se pueden escuchar conversaciones a 70 metros de distancia y, naturalmente, con las microcámaras que se utilizan hoy se optimiza todo. Ni hablar del software y hardware. Te ayuda mucho. En tiempos de antes teníamos que recorrer los registros de las personas, tocar a conocidos en los bancos. Hoy no. Hoy lo tenemos con la computadora. Hay bases de datos muy sofisticadas que prácticamente te permiten en diez minutos tener una radiografía de una persona”, dijo.
De todas formas, los contactos humanos siguen siendo invaluables para un investigador. “Un detective sin contactos no existe. Y muchas veces son los mismos clientes. Porque todos tienen un trabajo, una profesión, un oficio, viven en un lugar. Y si uno conserva una buena relación, las mismas personas que fueron clientes pasan a ser un ayudante más”, explicó.
Considera que un investigador tiene grandes parecidos con los periodistas de páginas policiales “porque siempre trata de escarbar buscando llegar a la verdad”. No así sucede con los policías, “que tienen que obedecer órdenes de alguien, en muchos casos de corruptos. Un detective se mueve por sí mismo en forma autónoma y particular. Y, en mi caso, soy incorruptible. Nadie me puede comprar con nada”, aclara Galasso para luego definirse como un obsesivo que se encarniza con sus casos, en especial con los que tocan el dolor humano: “Ahí es cuando más me ensaño en saber la verdad”.
Hace poco se sintió “tocado” por una investigación que lo afectó. “Fue el año pasado. Me contrata un muchacho de Ushuaia para que encuentre a su medio hermano en Rosario. En 15 días lo localizo y me pongo muy contento ya que cuando logro el éxito, me siento realizado. Anoticio a mi cliente, que luego se contacta telefónicamente con su familiar. A la semana me llevo la sorpresa de que el muchacho que encontré había aparecido muerto en la isla, se había ahogado accidentalmente en el río Paraná. Me tocó mucho ese caso porque tuve que darle la noticia a mi cliente. Primero la buena y después la mala. Alcanzaron a hablarse por teléfono, a escucharse las voces. Fue tremendo”, lamentó Sandro.
Consultado sobre si existe el crimen perfecto o imposible de descubrir, Sandro contesta con solidez: “Casi no existe, porque nada altera más que el delito”. De esa forma explica que por más frialdad que tenga una persona cuando roba o mata, “en algún momento está alterada, lo que hace que deje ciertas evidencias o cometa equívocos que a un buen investigador no se le escapan”. Lo de buen investigador dispara la pregunta obligada, sobre cuáles fueron sus ídolos en la infancia: “Los detectives de la ciencia ficción me encantan. De chiquito soñaba con ser investigador privado y lo logré. Me identifico naturalmente con Sherlock Holmes (de Doyle) y Hércules Poirot, de Aghata Cristie, por el tema de que usaba mucho el raciocinio, la intuición, el sentido común y la sana crítica. Aplico eso constantemente en todas las investigaciones, al margen del tecnicismo y la logística”, concluyó.
Comentarios