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De ausencias, y de recuerdos

Por Carlos Duclos

Hace muchos años (tantos que no recuerdo si en realidad el hecho sucedió) descubrí a un alma sensible, romántica, idealista, valerosa y poeta ¿¡Podía pedirse más!? Descubrí a Neruda. Fue un atardecer, debió ser un atardecer, cuando ella me dijo: “Ésta es la poesía que me gusta, y esta es la que te dedico. Y me la susurró al oído: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. / Parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca. / Como todas las cosas están llenas de mi alma / emerges de las cosas, llena del alma mía. / Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, / y te pareces a la palabra melancolía…”

Es extraño, ha pasado el tiempo y las palabras de aquel verso susurrado por ese amor  remoto, tan remoto que me parece un sueño, aún retumban en mi corazón. A veces siento la necesidad, el impetuoso deseo de volver el tiempo atrás, de romper con el silencio y la melancolía de entonces y de ahora. Es imposible, no he podido lograrlo.

Por eso con frecuencia se asoma a mi recuerdo tu poema, es decir el de Neruda: “Me gustas cuando callas y estás como distante. / Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. / Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: / déjame que me calle con el silencio tuyo”.

Sí, te has callado, como yo me callo siempre ante el dolor del otro, que es el dolor mío. A veces, es cierto (pero sólo a veces) me atrevo a denunciar tanta injusticia. Pero es insuficiente. La vida se me va entre silencios, entre sueños incumplidos que fueron fecundados una lejana tarde, pero que jamás nacieron. Es extraño, muy extraño, hay quienes creen que no siento, otros que lo tengo todo y algunos suponen que soy indiferente. Sólo tú me comprendes, solo tú y esos versos: “Déjame que te hable también con tu silencio / claro como una lámpara, simple como un anillo. / Eres como la noche, callada y constelada. / Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo…”

Los dos sabemos cuánta pena pasa por nuestras venas. Son las venas del otro, de ese que está sufriendo y nuestra propia sangre que se va diluyendo en un eterno universo que cuesta comprenderlo. Ya lo sé, no me digas nada ¿Es demasiado sentimental este recuerdo? Sí, puede ser. ¡Pero qué importa! Esta tarde, al verte después de tanto tiempo, se asomó a mi ventana el verso de Neruda, que fue tu propio verso: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto”.

Para el lector, habrá cosas poco importantes en esta reminiscencia. Para nosotros es la propia vida. Y alguna lección se puede encontrar en el verso de Neruda. Si bien el silencio es bueno y que la melancolía incluso ayuda a elevarnos (siempre y cuando no se quede con nosotros), la vida y el amor nos reclaman que expresemos una palabra, que dibujemos en el rostro una sonrisa para dársela al otro.

He dicho antes: A veces siento la necesidad, el impetuoso deseo de volver el tiempo atrás, de romper con el silencio y la melancolía de entonces y de ahora. Es imposible, no he podido lograrlo. Qué fatalidad la de Borges:  “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no he sido feliz…” ¡Cómo no comprenderlo! Por eso a veces para no morir y para que los demás no mueran: “una palabra entonces, una sonrisa bastan”.

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