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Cuando se ha tocado fondo, lo único que sostiene es un gesto de amor

Luego de su final, “Better Call Saul” podría considerarse como una de las últimas grandes series. ¿Cómo olvidar a Jimmy y su relación de extraña ternura con Kim, tramando los hilos de otra trampa en una espiral irremediable y fatal? Desde el fondo del abismo, Saul obtendrá su pequeña victoria


Especial para El Ciudadano

En algún momento iba a pasar, lo sabíamos. Y aunque, de alguna manera, se esperaba ansiosamente conocer el final de la historia, también es cierto que hubiésemos querido que Better Call Saul no termine nunca. Pero terminó. Tras siete años de emisiones, Saul Goodman llevó a cabo su último show y nos dejó acá, así, sin otro martes para esperar una nueva entrega de esta enorme belleza que se construyó en torno a la relación entre Jimmy y Kim. Y esto, por cierto, no es una crítica ni una reseña, es un homenaje y una despedida.

Better Call Saul tal vez sea una de las últimas grandes series, de esas que se realizaban hasta hace no muchos años y que ya escasean. En cierto sentido, pertenece a esa estirpe de series notables, atravesadas todas por una suerte de eje temático común que las emparienta en el terreno del desastre contemporáneo y la consecuente insatisfacción de los descastados.

Se trata, en estos casos, de personajes que quieren (o han querido) ser otros, construirse otra identidad, tener otra vida. La insatisfacción, el fracaso, y la humillación llevan a estas criaturas a construirse sus personajes alternativos como una fuga desde la miseria hacia el sitio de un dudoso éxito personal acorde a la catástrofe del mundo. Allí tendríamos a Walter White construyendo al monstruo desatado de Heisenberg en Breaking Bad, a Richard Whitman instaurando a ese otro monstruo encantador llamado Don Draper en Mad Men, y finalmente a este adorable Jimmy McGill dándole forma al enorme Saul Goodman y al posterior Gene Takovic. Pero el camino, claro, para ellos, siempre ha sido el equivocado, el más terrible, el más dañino.

Hastiados de sus vidas desplegadas en segundo plano, no han hecho otra cosa que hacerse cómplices de lo peor de aquel sistema que los excluía para precipitarse hasta el fondo de las ruinas. No se oponen a la decadencia proponiendo alternativas, por el contrario la acompañan e incluso la precipitan en una suerte de “aceleracionismo” individual que sólo puede llevar a la destrucción (la propia y la del mundo). Habiendo vivido en los márgenes de la cultura capitalista del éxito, toman de ella lo peor y se reinventan volviéndose cómplices. Uno tomará el camino del tráfico de drogas, el otro, la construcción publicitaria del sueño americano, y el último de la estirpe, lo más oscuro de las argucias legales.

En todos los casos, el derrotero es diferente. Pero si Heisenberg se afirma en su inevitable caída, y Don Drapper lo hace en su diabólico ascenso, es Jimmy McGill el que vendrá a cerrar el ciclo con una posibilidad de redención. Si Jimmy se hace cómplice de la decadencia y llega hasta el fondo del desastre con tenacidad y sin reparos, es para ver que allí, aún en ese punto, en lo profundo de la catástrofe, es posible todavía encontrar algo, lo que queda, un resto, una huella. Una tenue luz de pureza. Sí, se trata de la posibilidad de redención. Del sacrificio incluso. Llegar hasta el fondo para ver si queda algo por salvar. Y Jimmy lo hace, llega hasta el fondo, monta el último gran show, y se despide con un gesto extraordinario que, aún en su profunda melancolía, configura la única salvación posible, el único resto de pureza en medio del desastre del mundo.

Un personaje memorable, inigualable

Lo que ha hecho grande a Better Call Saul, hasta llegar a este cierre memorable es mucho, es tanto que no resulta fácil, en esta breve distancia y aún sacudidos por el impacto del final, dar cuenta de todo, de su grandeza. Habría que remontarse al comienzo, a Breaking Bad incluso, habría que empezar de nuevo. Toda la construcción es perfecta, minuciosa, profundamente sensible. Esa extrema sutileza del relato, el virtuoso juego entre géneros diversos. Gestos, situaciones, diálogos, silencios, espacios, luces y sombras; cada elemento se redimensionó dramáticamente con el correr de los episodios y los años. Todo produce arrebato.

El humor siempre teñido de melancolía. La caída inevitable asumida festivamente, como un juego de niñxs algo salvaje. Y ese delicado modo en que los personajes crecían iluminando en cada gesto nuevas aristas, cercanas y palpables. Ni hablar del deslumbramiento que produce Kim Wexler, que ya en cierto punto opaca a Jimmy/Saul y se convierte en el eje. Todo podría ser acerca de ella. Y en cierto modo, también, todo lo fue. Asistimos a la creación de un personaje memorable, inigualable. Kim Wexler quedará imborrablemente entre esas figuras. Inolvidable, su voz, sus expresiones, sus gestos corporales, sus dudas, una pura presencia de extraño magnetismo. Sin embargo, ninguno de los personajes que componían la curiosa comparsa de la serie se ha quedado atrás. Cada quien con sus matices, tratados con cariño a pesar de sus vilezas.

¿Cómo olvidar ahora el modo en que asistimos durante años a esas puestas en escena constantes montadas por Jimmy y por Kim? Todo, siempre, era otra cosa. Nos engañaban ante nuestros ojos. Mientras veíamos tal o cual situación, por detrás, ellxs manejaban los hilos de una nueva trampa. Better Call Saul se fue haciendo ante nuestras miradas, punto por punto, mientras ellxs mismxs la iban haciendo, alegremente, como en un juego, extasiados de felicidad en la efectividad de sus argucias sin ser capaces de asumir las consecuencias. Había alegría en esa destrucción, una brutal inconsciencia. Una celebración de la caída. Y eso, tal vez y justamente, sea lo que lxs hizo adorables, a Kim y a Jimmy. No son inocentes, claro, ninguno. Pero, ¿quién es inocente en la constancia del desastre de este mundo?

Todo lo que han mostrado es cercano, palpable, se trata de fragilidad, de incomprensión, de incapacidad, y en última instancia, se agradece, de amor y de entereza, por breve que sea. Una extraña ternura surge de esa pareja. Una ternura acorde a este mundo desastroso, una ternura paradójica, no exenta de brutalidad y de egoísmo. Por eso, en cierto sentido, Better Call Saul también duele un poco. En su tono algo leve, ha calado profundo en su modo de abordar las miserias habituales.

El extraño camino que se recorre

Pero afortunadamente, en el último acto, Better Call Saul cerró un ciclo rompiendo con el círculo de la violencia. Si Heisenberg y Don Drapper se habían afirmado en lo inevitable del desastre, sin alternativas que aligeren la propia violencia y la del mundo, por fin llegó Jimmy para cerrar el circuito, para mostrarles (y  mostrarnos) que aún queda algo por salvar, y que sí, que es terrible, que tal vez sea necesario llegar hasta el fondo de la miseria para reconocer esa tenue luz de pureza que aún queda por rescatar.

Ese gesto de amor que, aunque tarde, redime. Lo irreparable, claro, ya ha sucedido. Pero eso ya es algo, una esperanza, una posibilidad, una pequeña victoria. Aún en el peor de los mundos queda algo por salvar, algo por hacer. Un gesto de amor, cuanto menos, es posible. Lo terrible, sí, es que haya que tocar fondo para finalmente reconocerlo.

Jimmy le dice adiós a Saul Goodman y, en la cárcel de la que ya no va salir, se fuma un último cigarrillo con Kim. De igual modo que en una de las grandes películas de la historia del cine (Pickpocket (1959), Robert Bresson), aquí podría oírse: “que extraño camino tuve que recorrer para llegar hasta vos”.

Esta despedida es una pequeña victoria, algo triste, pero victoria al fin.

 

Better Call Saul / 6 temporadas / 13 episodios /Netflix

Creador: Vince Gilligan

Intérpretes: Bob Odenkirk, Rhea Seehorn, Jonathan Banks, Giancarlo Esposito

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