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Cuando ganó el Tío Campora

Un día como hoy, pero de 1973, la fórmula presidencial del Frejuli arrasó en las elecciones nacionales que marcaron el regreso de la democracia después del golpe de Estado del 66.


Bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, el domingo 11 de marzo de 1973 la fórmula del Frente Justicialista de Liberación Nacional (Frejuli), integrada por Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima, logró el 49,5% de los votos en las elecciones presidenciales, seguida por el binomio Ricardo Balbín-Eduardo Gamond, de la Unión Cívica Radical (UCR) con el 21% y Francisco Manrique-Rafael Martínez Raymonda, de la Alianza Popular Federalista (APF), con el 15%.

Aquellos comicios marcaron el regreso a la democracia luego de los años de gobierno de facto de la autodenominada Revolución Argentina, que se había iniciado cuando el general golpista Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno del radical Arturo Umberto Illia, el 28 de junio de 1966.

Era el primer paso para la concreción del “Luche y vuelve” que la resistencia peronista puso en marcha desdel golpe militar que derrocó al general Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955.

El Tío y los jóvenes

Por eso, el viernes 25 de mayo del 73, cuando Cámpora asumió la presidencia, no fue una fecha patria más. El sol puso marco ideal a un verdadero “día peronista” e iluminó a una marea humana radiante, que recuperaba bulliciosa la Plaza de Mayo para el pueblo.

Festejaba el pueblo peronista, pero sobre todo festejaba la juventud, que creía ver en Cámpora a quien haría realidad el sueño de “Perón, Evita, la patria socialista”. Eran ellos los que más “bancaban” a Cámpora, a quien llamaban cariñosamente “el Tío”, por ser el hermano de “Papá” (Perón). Y al dentista nacido en Mercedes, sonriente y campechano, le gustaba ser el Tío de esos muchachos ruidosos, quilomberos y, en algunos casos, amigos de los “fierros”.

Cámpora había conocido a Perón en 1944 y desde entonces fue un incondicional del general y, sobre todo, de Evita. Tras el golpe de la autodenominada Revolución Libertadora fue detenido en el penal de Ushuaia, de donde logró fugarse en 1956 hacia Chile.

En 1971 fue designado delegado personal de Perón, en reemplazo de Jorge Daniel Paladino, y se encargó de reorganizar el movimiento, ganar las elecciones de 1973 y concretar el regreso al país del viejo caudillo.

La Plaza era una fiesta

Entre los asistentes a la asunción de Cámpora se destacaron los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado.

La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile tradicional. Coreaban “Se van, se van, y nunca volverán” e imaginaban que la nefasta alianza entre el poder económico más concentrado, la jerarquía eclesiástica y el autoritarismo cívico-militar no tendría nunca más cabida en el país.

En ese marco, el presidente de facto, general Alejandro Agustín Lanusse, entregó los atributos de mando a Cámpora en medio de una enorme movilización popular que abucheó a los gobernantes salientes y luego, por la noche, rodeó la cárcel de Villa Devoto y forzó la liberación de los detenidos políticos, lo  que fue aprovechado también por algunos presos comunes para escapar.

Recordando aquel día, José Pablo Feinmann escribió hace unos años en Página/12: “La plaza es una fiesta sin límites. Es la jornada más triunfal de la izquierda revolucionaria en la Argentina. Cámpora dicta la ley de amnistía y todos los presos salen a la calle, a festejar, a vivir la primavera. Allende, por televisión, dice: «¿Cómo no le habrá de ir bien a este gobierno? Vean ustedes el apoyo de masas que tiene». Le faltaban tres meses para caer. A Cámpora, 45 días”. Es que el peronismo de 1973 ya no era el mismo de 1945, tal como lo había pronosticado John William Cooke en la década anterior. El peronismo de 1973 ensillaba a la historia y la subía por izquierda y más tarde, trágicamente, la bajaría por derecha.

Un equipo heterogéneo

En ese contexto, los nuevos ministros de Cámpora conformaron un gabinete heterogéneo que trató de mantener algún tipo de equilibrio entre los distintos sectores peronistas en pugna: como ministro de Trabajo fue designado Ricardo Otero, secretario de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Capital Federal y vandorista histórico; en Defensa y Justicia fueron designados dos peronistas tradicionales, Ángel Federico Robledo y Antonio Juan Benítez; en Educación, Jorge Alberto Taiana, médico personal de Perón y Evita, quien venía del tronco del peronismo tradicional pero que mantenía buena relación con los sectores combativos de la JP.

Por su parte, como ministro del Interior se designó a Esteban Righi y como ministro de Relaciones Exteriores y Culto a Juan Carlos Puig, ambos camporistas y posibles aliados de la izquierda peronista. En Economía, fue nombrado José Ber Gelbard, antiguo delegado de la Confederación General Económica (CGE), representante del empresariado nacional y hombre cercano al Partido Comunista (PC) y al bloque soviético mundial. Por su parte, el Ministerio de Bienestar Social fue ocupado por el tenebroso José López Rega, encarnación de la fracción más reaccionaria del movimiento peronista, quien fue nombrado directamente por Perón.

Una breve primavera

Con todo, la breve gestión camporista llevó adelante una serie de medidas que fueron muy importantes en términos políticos y sociales, en el marco de un proyecto de reconstrucción nacional.

En el plano de la política internacional, se reanudaron las relaciones diplomáticas con Cuba, que se hallaban suspendidas desde febrero de 1962 cuando la isla fue separada de la Organización de Estados Americanos (OEA). Además, se establecieron relaciones diplomáticas con la República Democrática Alemana, Vietnam y Corea del Norte.

En materia económica, se intentó saldar la interna entre las distintas vertientes del movimiento nacional y el 6 de junio se firmó el Pacto Social, que fijó un aumento masivo de salarios del 15% y congeló los precios en el marco de la suspensión de las paritarias por dos años. Como saldo, los trabajadores pasaron de apropiarse del 35% de la renta nacional en mayo de 1973, al 48% con posterioridad al acuerdo.

Se anunció además un plan de viviendas, se intervinieron mercados públicos y privados, a la vez que se dictaron normas para industriales y fraccionadores. Se reguló el mercado de carnes para asegurar el abastecimiento interno, se anularon algunos beneficios de promoción industrial a empresas extranjeras, se intervinieron las empresas del Estado, se dictaminó que no se computaran las inasistencias de los maestros, se aumentaron los impuestos al patrimonio neto, se concedieron exenciones de impuestos para la fabricación de calzado y textiles y se suspendieron los juicios de desalojo en los arrendamientos rurales, entre otras medidas.

Pero, semanas después de asumir, Cámpora viajó a Madrid para acompañar a Perón en su regreso definitivo, y allí sufrió desaires por parte del líder del justicialismo, su esposa Isabel y el “brujo” López Rega.

Mientras tanto, el impulso revolucionario liderado por la JP, que el 25 de mayo había humillado a los militares en la Plaza de Mayo, siguió en las semanas siguientes a la asunción de Cámpora bajo la forma de ocupaciones de todo tipo de espacios públicos: universidades, oficinas, escuelas, hospitales. Era también el comienzo de la feroz lucha de tendencias dentro del movimiento peronista.

El 20 de junio del 73, Perón y sus acompañantes volvían al país cuando el avión que los traía no pudo aterrizar en Ezeiza. Un tiroteo entre facciones peronistas convirtió lo que iba a ser una fiesta multitudinaria en una masacre que dejó como saldo una cifra de muertos que nunca fue especificada. La fugaz primavera camporista había terminado.

El viernes 13 de julio de 1973 y luego de que Perón le soltara la mano, Cámpora y el conservador Solano Lima renunciaron para permitir la realización de nuevos comicios, que Perón ganaría con más del 60% de los votos.

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