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Cuando Gagarin marcó el camino

Por: Rubén Alejandro Fraga

Ilustración: Facundo Vitiello

En el corazón de la arbolada estepa rusa, en un punto situado a más de 150 kilómetros al oeste de Moscú y a tres del pequeño poblado de Novosiólovo, en la región de Kirzhach, se yergue, como si lo hubiera diseñado el mismísimo Stanley Kubrick para su inolvidable película 2001/Odisea del espacio, un monolito de diez metros de alto, un tótem de mármol rojo al que en marzo de cada año rinden culto más de medio millar de rusos.

Custodiado por jóvenes cadetes, el estilizado menhir señala el punto exacto donde, a las 10.30 del 27 de marzo de 1968, se estrelló el caza MIG-15 en el que perdió la vida el primer cosmonauta del mundo, Yuri Gagarin, quien un día como hoy, pero hace 50 años, logró la primera gran hazaña del hombre en la conquista del espacio.

De origen humilde, Yuri Alexéievich Gagarin nació el 9 de marzo de 1934 en Gjatsk, donde su padre trabajaba de carpintero y su madre ordeñaba vacas en una granja colectiva del distrito de Smolensko, al oeste de Moscú.

En 1941, con siete años de edad, inició sus estudios en la escuela local. Sin embargo, tuvo que interrumpirlos debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por esos años, en medio del horror de la guerra, comenzó a leer las obras del genial Julio Verne, quien –según confesó años después– despertó en él la vocación por la astronáutica.

Luego de cursar estudios en escuelas técnicas y profesionales, se incorporó al centro de aprendizaje de cadetes de las Fuerzas Aéreas soviéticas en Oremburgo, donde se graduó de piloto en 1957.

En plena Guerra Fría, en 1960 ingresó en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) como miembro pleno, y fue seleccionado para formar parte de la promoción de cosmonautas y a los que se entrenó en el máximo secreto (ver aparte).

El miércoles 12 de abril de 1961, se convirtió en el primer hombre que viajó al espacio, a bordo de la nave Vostok 1 que efectuó una sola órbita alrededor de la Tierra a 27.400 kilómetros por hora.

“Poiejali” (“en marcha”) son las únicas palabras que Gagarin pronunció en el despegue, una operación durante la cual su peso se multiplicó por cinco. Poco antes, en su discurso desde la base, había dicho que aquel viaje representaba todo por lo que había vivido hasta entonces y que estaba orgulloso de encontrarse “con la naturaleza cara a cara”.

Catorce minutos después del despegue, cuando el azul del cielo ya se había convertido en el negro del espacio, Gagarin comunicó al control de la misión en tierra que todo era normal y que la falta de gravedad no parecía tener efectos secundarios.

Y profirió su famosa frase: “La Tierra es azul”.

Más tarde, cuando contempló por primera vez el espacio exterior, se dice que comentó (por indicación de sus superiores): “Desde aquí no veo ningún dios”.

Sin embargo, no hay ninguna grabación que demuestre que Gagarin pronunció esas palabras. En cambio se sabe que fue el líder soviético Nikita Kruschev quien dijo: “Gagarin estuvo en el espacio, pero no vio a ningún dios allí”. Luego estas palabras empezaron a ser atribuidas al cosmonauta. Lo que sí se sabe con certeza es que el cosmonauta expresó desde el Vostok 1 al orbitar la Tierra: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”.

Una hora después del despegue de la cápsula Vostok1 desde el cosmódromo de Baikonur, en el actual Kazajistán, la agencia de noticias oficial soviética Tass anunció al mundo que Moscú había enviado al primer hombre al espacio.

A esa hora, Gagarin ya experimentaba en el espacio si los humanos podían comer, beber y moverse sin problemas, algo de lo que los científicos soviéticos no estaban seguros.

El vuelo duró 1 hora y 48 minutos.

Sin embargo, el viaje estuvo apunto de terminar mal. Los soviéticos creían que lo más probable era que muriera durante la reentrada en la atmósfera (a 27 mil kilómetros por hora) y por eso la misión se mantuvo en secreto hasta su finalización. Y ciertamente estuvo apunto de ser así, de no haber sido por la prudente –aunque improvisada– eyección de emergencia que realizó Yuri segundos antes de que su cápsula se estrellara contra el suelo.

Un informe secreto sobre el vuelo espacial reveló años después que a su regreso a la Tierra el cosmonauta no fue recibido por las autoridades, tal y como mostraron las imágenes oficiales, sino por dos campesinas asustadas que estuvieron a punto de salir corriendo al verlo con la escafandra y el paracaídas.

“No tengan miedo, soy uno de los nuestros, soy un soviético que descendió del espacio, y tengo que encontrar un teléfono para llamar a Moscú”, gritó Yuri a ambas mujeres, una campesina y su hija, las dos primeras terrícolas que encontró al término de su histórico periplo.

En sus memorias, Gagarin recordaría que al sobrevolar el Atlántico pensó en su madre y en cómo reaccionaría al conocer la noticia. De hecho, como el resto del mundo, la mamá de Yuri desconocía el proyecto Vostok, que fue llevado en secreto hasta el mismo día del lanzamiento.

A partir de entonces, Gagarin vio como se le dedicaban películas, canciones, monumentos e incluso una plaza en Moscú, y todos los niños rusos querían ser cosmonautas. Pero la fama tuvo un doble filo, ya que al héroe nacional se le prohibió cualquier actividad peligrosa que pudiera costarle la vida. Nunca volvió al espacio, y sólo en 1968 consiguió recuperar su licencia de piloto, que le había sido retirada.

Los peores augurios de Moscú se confirmaron, y Gagarin murió el 27 de marzo de aquel mismo año cuando el MIG-15 a reacción que pilotaba junto a un instructor se estrelló al noroeste de la capital, hundiéndose seis metros en la tierra. Allí se levanta el monolito rojo en su memoria, mientras sus restos descansan en el muro del Kremlin.

Héroe simpático y de origen humilde

Veinte jóvenes pilotos soviéticos fueron preseleccionados en junio de 1960 entre 3.000 candidatos, para realizar el primer vuelo de un hombre al espacio.

Pero Yuri Gagarin, un piloto de la fuerza aérea de baja estatura (1,69 metro) y mucha simpatía, se destacó rápidamente entre todos, aunque no fue elegido hasta poco antes del lanzamiento.

Hasta último momento el mando de la misión no se decidía entre Gagarin y Guerman Titov. Finalmente, el primero fue elegido por su extracción social, ya que el ser hijo de un carpintero y una ordeñadora lo hacían ideal para encarnar al héroe soviético de origen humilde. Titov, además de tener un nombre alemán, era hijo de un profesor.

Gagarin se convirtió en héroe nacional y el propio presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy reconoció su hazaña a pesar de que el viaje del Vostok 1 significó la segunda cachetada a la carrera espacial norteamericana, tras el lanzamiento del satélite artificial Sputnik en octubre de 1957.

Además, el 3 de noviembre de 1957, los soviéticos habían lanzado el primer ser vivo al espacio a bordo del Sputnik 2.

Se trató de una pequeña perra terrier de unos 10 años de edad llamada originariamente Kudryavka y más tarde renombrada Laika (“que ladra”, en ruso), que había sido recogida de las calles de Moscú junto a otros perros callejeros para incorporarlos al incipiente programa espacial de la Unión Soviética.

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