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Crónicas Urbanas: La chica de la esvástica y la señora de las banderas

Una tarde en la manicura y un relato estremecedor para los tiempos que corren en la narración de la periodista Susana Pozzi


Arte El Ciudadano

Susana Pozzi / Especial para El Ciudadano

Día ajetreado el de hoy. La tarde promedia y decido “mimarme” con una manicure. Me gusta, de tanto en tanto, dejar que alguien experto le ponga color a mis uñas. La joven que me atiende hace su trabajo profesionalmente mientras dejo que mi vista se concentre en la pantalla de un led, colocado sobre la pared, en el que se proyectan mil modos de pintar uñas y esculpirlas.

Son obras de arte realizadas sobre la superficie minúscula de una uña y es justamente eso lo que me llama la atención. La escala musical en blanco y negro, réplicas de la piel atigrada felina, un atardecer en la playa, con palmeras y todo en la pequeñez de una uña. Increíble!

Quedo fascinada con ese paisaje que invita al descanso en reposera. Le digo a la manicura: “Me encanta eso pero, claro, no lo usaría nunca” (con el paso de los años me he vuelto bastante clásica) y pregunto: “Hay mujeres que se hacen este tipo de trabajos?”. La joven, sin levantar la vista de mi uña, mientras pasa con precisión el pincel, dice: “Sí, son muchísimas”. Y agrega de modo natural: “Tenemos una clienta, una señora mayor que se hace hacer en los dedos anulares una bandera, siempre deben ser o de Estados Unidos, o de Suiza o de Japón”.

A esta altura sólo me interesaba el relato de la joven y mi vista se clavó sobre sus manos , siguiendo el movimiento rítmico y preciso del pincel que iba dejando mis uñas de un tono “otoñal”, cuasi morado intenso. Pregunto: “Es originaria de alguno de esos países, tiene ancestros que vienen de ahí que se pinta esas banderas?”. Y la joven , levantando la vista, sosteniendo el pincel en su mano dice: “No, sólo que desde siempre le han gustado mucho esas banderas, no otras”.

Sigo curiosa, imaginando la bandera de Japón, impactante toda blanca con el círculo rojo enorme, y disparo: “Cuántos años tiene?”; la joven responde: “Debe tener unos 50”. Me encantó ese querer: mantener la rebeldía de la juventud asomando en la uña del dedo anular rompiendo la solemnidad de un símbolo patrio de la Señora de las Banderas.

La manicura interrumpe mi ensoñación con la historia de la irreverente Señora de las Banderas y dice: “Pero eso no es nada comparado con un extraño pedido que me hicieron hace unos meses: una mujer quiso que le pintara esvásticas en su uña”.

“Cóooooomo?”, disparo. “Sí, una chica joven, que venía semanalmente, con sus uñas esculpidas, de look muy llamativo, siempre con brillos, de ocupación bartender y bailarina, me pidió que le pintara esvásticas”. “Y se las pintaste?”, pregunto asombrada. “No, le expliqué que de ningún modo podría hacerlo”, y agregó: “Ella dijo que sus uñas eran suyas y que era ella quien la llevaría pues simpatizaba con todo lo que fuera nazi, y su familia también”.

Ante la insistencia, y fundamentación (“son mis uñas” ), la manicura, cuenta, consultó a su jefa, quien le dijo: “No corresponde que se las haga, no en este lugar”.

La joven de escasos 40 años insistió y llegó a proponerle que eternizara lo que dura un esmalte en uñas esculpidas la esvástica yendo a su casa. La joven manicura se mantuvo firme, y ni un pago extra la hizo mover de sus más que buenas convicciones: rechazó el pedido de una “manicure a domicilio”.

La joven de la esvástica se fue y nunca más regresó. Perdieron una clienta pero ganaron más con la firmeza de sus valores humanos que hacen enorme su memoria.

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