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Cristina pretende soldados K como vices de cada gobernador

Cristina busca candidatos a vicegobernadores y legisladores del Frente para la Victoria.

Los idilios no son eternos. Cristina de Kirchner lo sabe. Por esa razón confeccionó un esquema que funcione como refugio cuando, si reelige en octubre como presidente, comience a acecharla el «pato rengo» típico de las jefaturas sin cláusula de continuidad.

La táctica es políticamente voraz: además de seleccionar un vice sin rastros de impureza en su ADN K, Cristina pretende el armado, en lo posible absoluto, de las listas de legisladores nacionales y además imponer soldados K en las fórmulas provinciales.

Ese movimiento, por ahora prospectivo, tomó impulso luego de la victoria K en Catamarca y recibirá una dosis extra de vitaminas si, como fantasean en Casa Rosada, el domingo próximo el kirchnerista Carlos Eliceche derrota al dasnevista Martín Buzzi en Chubut.

Los datos sobre esa disputa son brumosos: varían dramáticamente si se miden los partidos, los candidatos a gobernador, los intendentes de cada ciudad o las figuras de Cristina o Mario Das Neves que estelarizan la pulseada.

Anteanoche, frente a un pelotón de alcaldes del conurbano, la presidenta contó que los sondeos –que relativizó: «Si no, vean lo que pasó en Catamarca»– ubican a sus candidatos detrás de los de Das Neves y puntualizó que, a diferencia del bipartidismo que compitió en el norte el domingo último, la de Chubut es una «interna peronista».

Activó, sobre el tema, otro amortiguador: «¿Quién hubiese pensado hace unos pocos meses que estaríamos con estos números en Chubut?». Traducción: la Casa Rosada está decidida a computar como un triunfo incluso una derrota.

Por tanto, según el razonamiento K, perder en Chubut no alterará su plan expansionista.

Un eje clave para la supervivencia futura es el Congreso. El planeta K anota unos 90 diputados del FPV-PJ y anuda, vía aliados, algo más de 20. De núcleo propio, en diciembre se vencen unos 40. La pretensión es lograr, en octubre, entre 50 y 55 bancas.

En Olivos se aprendió la lección de la 125: en años anteriores, Néstor Kirchner negoció parcialmente las boletas nacionales. La crisis del campo reveló los comportamientos silvestres y las rebeldías de una ristra, larga, de legisladores. Pagó el costo.

Por eso, anuncia que las listas nacionales –que se elegirán en paralelo a la presidencial– surgirán de su lapicera. Cree, por estas horas, que es el único antídoto para combatir el síndrome del «pato rengo»: que el bloque oficial sea un ejército de leales.

Advierte que sólo con una bancada que, sumando aliados, le permita quórum en Diputados podrá encarar con cierta calma su segundo mandato. El favoritismo de estos tiempos puede estar diezmado para la elección de medio término. El Senado es, sabe, otra historia.

Se trata de una antigua utopía criolla. Todos los presidentes ansiaron el poder magnánimo de redactar las boletas de candidatos desde Jujuy hasta Tierra del Fuego. Ninguno lo consiguió.

Cristina cambió de plan: incentivó la separación de elecciones –acaba de pedir que Córdoba vote antes de octubre–, promete ceder cierto nivel de autonomía en las listas locales, pero ser el filtro último de las de diputados.

En caso de disidencias, la Casa Rosada se reserva un recurso extremo: el apoderado del Frente para la Victoria será Carlos Zannini y desde ese sillón tendrá la facultad plena para autorizar o descartar postulantes y listas.

Hay otro componente inquietante. La presidenta quiere incidir en la designación de los candidatos a vice de los gobernadores alineados con la Casa Rosada. En particular en aquellos distritos que, entiende, dominan potenciales futuros rivales.

Buenos Aires figura en la cima de esa nómina. En gobierno consideran innegociable con La Plata el nombre de quien secunde a Daniel Scioli. También la presidenta exploró nombres para la vice de la fórmula del PJ cordobés que, dan por hecho, encabezará José Manuel de la Sota.

En Río Negro –donde tras la interna de la UCR asomó la hipótesis de un dueto transversal: un peronista junto al radical K César Barbeito– y en Mendoza –donde la pretensión será mayor– bendecir, como ocurrió en Catamarca, directamente al candidato a gobernador.

Como atajo, la Casa Rosada propondrá evitar las colectoras a cambio de que los gobernadores incorporen referentes K en sus fórmulas. El criterio es global, pero varía de territorio a territorio.

No hay, por caso, posibilidad de fusión entre Scioli y Martín Sabbatella en Buenos Aires. Tampoco, salvo un episodio que desangre los índices dulces de Cristina, se contempla la posibilidad de desactivar las colectoras en los municipios bonaerenses.

Esa certeza se llevaron, anteanoche, los intendentes del conurbano sur que, convocados por Florencio Randazzo, fueron recibidos en Balcarce 50 por Cristina, Zannini y Julio De Vido. «El compromiso –fue el mensaje K– es que los aliados que compitan no hagan campaña pegándoles a ustedes».

Luego el grupo escuchó un informe didáctico sobre la ley de elecciones primarias –cuya reglamentación llegó ayer al escritorio de Zannini– y un speach presidencial sobre la bonanza económica. Pero, sobre todo, se valoró como un gesto simbólico: hasta ahora, ningún club del PJ tuvo un mano a mano con la mandataria.

Algo más: el agradecimiento por esa cita masiva y breve confirma la inaccesibilidad de los caciques del PJ a la presidenta. Sin Kirchner, Olivos volvió a ser –para ellos– un mundo ajeno.

Gentiles, los visitantes pagaron con su mejor plato: promesas de «acompañamiento incondicional», una manera de respaldar su reelección. Con un anexo: la Tercera (sección electoral), se repasó en voz alta, es el mayor conglomerado electoral del país y el único, en Buenos Aires, donde ganó Kirchner en 2009.

Como única respuesta, Cristina los despidió con un augurio: «El calendario de elecciones empezó bien y terminará muy bien».

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