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Crisis española o bonanza argentina

En España hay crisis pero se nota poco.

¿Crisis: qué crisis? Parafraseando al clásico álbum del hoy ya no muy recordado grupo Supertramp, el observador desprevenido podría preguntarse dónde están las evidencias del estallido de la burbuja inmobiliaria en España y todos los efectos macroeconómicos que sin dudas acarreó. Dos frases, dichas por sendos hombres que no podrían estar más lejos en la escala socioeconómica, de algún modo justifican la sensación del observador recién llegado de algún otro país. Veamos:

Un economista argentino que hace casi seis años se radicó en Madrid dice que “la crisis de ellos es parecida a nuestra bonanza. Es cierto que hay problemas estructurales en la economía, pero en la vida diaria no se notan. Y este país, y en particular esta ciudad, es el mejor lugar del mundo para vivir, al menos para un argentino”.

Un vendedor de pinchos (bocadillos de pescado o de jamón) y gaseosas en la playa del Sardinero, la más concurrida de Santander –bella ciudad sobre el Cantábrico–, relata: “Puede ser que la crisis afecte a quien está en el paro (desempleado) pero los que vienen acá, nada: nadie se priva de su refresco, de su pinchito, de su sardinita, de su jamoncito ibérico, de su tumbona en la playa. La temporada recién comienza, pero pinta bien, hombre, pinta bien”.

Hay que apuntar que un pincho de sardina o jamón, una porción de tortilla de “patatas” y una cerveza se consiguen en la playa por siete euros (42 pesos), que un agua de medio litro sale un euro (6 pesos) y que una comida en Tameró, uno de los mejores lugares de Madrid cuya propiedad comparten el ex Real Madrid Iván Helguera y el presentador de TV Jorge Fernández, con entrada, plato de pescado caro, postre, vino de Rioja, café y gaseosas se paga unos 50 euros (300 pesos). Los precios siguen siendo acomodados tanto para los locales como para los visitantes.

Será por esto que no llama la atención un dato que reveló el Ministerio de Turismo: para la temporada estival que comenzó este fin de semana y concluirá la primera semana de septiembre, se espera una ocupación hotelera promedio récord del 75 por ciento. Este fin de semana los noticieros locales estuvieron llenos de imágenes que son un clásico también para la TV argentina: decenas de miles de turistas partiendo a sus lugares de veraneo, atiborrando las terminales de ómnibus, los aeropuertos y las carreteras hacia las playas y las sierras.

Este fin de semana pasado también comenzaron las liquidaciones en las grandes tiendas (encabezadas por la omnipresente El Corte Inglés, que no ha dejado rincón de España sin ocupar), que se extenderán durante los próximos dos meses. Y si bien las ofertas son realmente de liquidación –todo está a la mitad de su precio de lista–, impresionó contemplar las multitudes que el sábado se abalanzaron sobre los locales de la calle Preciados (a pocos metros de donde los “indignados residuales” de Puerta del Sol parecían haberse tomado el fin de semana porque vaciaron la plazoleta donde acampaban). La imagen de miles de consumidores cargando bolsas de compras parecía darse de patadas con las noticias de una crítica situación macroeconómica, que sin dudas va a costarle el gobierno al PSOE en las próximas elecciones presidenciales.

Será por eso también que impresiona el optimismo que exhiben algunos economistas y banqueros: José Juan Ruiz, director financiero del Grupo Santander para América latina (que reúne ambos títulos), dijo en el marco de un seminario organizado por su empresa que los países “periféricos” (Grecia, Irlanda y Portugal) más los “periféricos plus” (España, Italia y Bélgica) representan apenas el 39 por ciento de la deuda total de la región y por eso –aseguró– el futuro de la zona euro no está en peligro: “No estamos hablando de países insostenibles, y Grecia será un test para el sistema financiero internacional, un test que atravesará con éxito, sin dudas”.

De todos modos, se nota el despilfarro de la época de las vacas gordas, un síndrome inevitable en casi todos los países del planeta, pero que tarde o temprano le pasa la factura a la generación siguiente. En España no hubo que esperar tanto: el viernes la administración de los ferrocarriles estatales (Renefe) decidió cerrar definitivamente el ramal del AVE (el tren de alta velocidad español) que corría entre Albacete, Cuenca y Toledo. Recordando el film de Pilar Miró que tanto impacto causó en la Argentina con la restauración de la democracia en 1983, podría decirse sin temor que ese ramal fue “el otro crimen de Cuenca”: lo usaban nueve personas por día, a un costo de 18.000 euros diarios de déficit para las arcas del Estado. Su construcción obedeció a dos razones fácilmente comprensibles: la presión de los alcaldes (intendentes) locales, cercanos al gobierno central de turno, y la brutal liquidez de la que gozó España hasta la crisis de 2008.

Otro caso de despilfarro que cobró notoriedad por estos días es el del aeropuerto de Castellón, que teóricamente fue inaugurado en marzo último –a un costo de 150 millones de euros– pero que todavía sigue esperando la llegada de su primer vuelo. Podría hablarse también de la carretera Madrid-Toledo, de los túneles que alivian el tránsito madrileño y dejaron una terraza para construir parques y bicicendas junto al río Manzanares, y otros casos similares. Seguramente el Estado español desearía contar hoy con esos recursos para hacer frente a la crisis, pero obviamente no los tiene.

Ajenos a estos avatares, los españoles se preparan para un verano relajado, playero y musical; la patada inicial la dieron los miles de gays y lesbianas que coparon Gran Vía y Preciados el viernes y sábado pasados con su fiesta del orgullo gay. Allí, como para que no quepan dudas de que se trata de un país de Primer Mundo por más de una razón, por primera vez en estos eventos la música era transmitida por una frecuencia que podía ser captada por teléfonos inteligentes (con la aplicación correspondiente, claro) en lugar de ser propalada a todo volumen desde el escenario montado frente a la estación Callao del metro: la razón para este uso de la tecnología fue no alterar a los vecinos del lugar, entre los que se cuentan un par de asilos de ancianos. Primer Mundo, sin dudas. ¿Crisis? Quizá más adelante.

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