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Crimen y mito: el Pimpi tuvo “barra” propia hasta el final

Llantos, aplausos y una amenaza en el adiós a Roberto Camino: “A los traidores los tenemos que matar".

Parecían hinchas en el medio de la popular del Coloso del parque, pero estaban en un Fonavi de zona sur. Si bien muchos tenían camisetas de Newell’s y el equipo que dirige Roberto Sensini estaba por jugar frente a Vélez, casi 500 personas, entre las que se mezclaban hombres, mujeres y niños, fueron a despedir los restos de Roberto Cristian Camino, el Pimpi. “Olé, olé, olé, olé, Gordo, Gordo” y “A los traidores los tenemos que matar”, esos fueron los dos cánticos más escuchados, junto a aplausos y gritos, primero en inmediaciones de Alice y Lamadrid y luego en el cementerio El Salvador. Muchos fueron a saludar a su ídolo, otros a despedir los restos de quien –según dijeron– les dio una mano en forma desinteresada y también fue gente a demostrarle, al pie de su última morada, que su muerte no iba a quedar impune.

Durante poco más de 24 horas una verdadera multitud se acercó hasta el Fonavi de Alice y Lamadrid para despedir los restos de Pimpi Camino, asesinado a balazos en la madrugada del viernes en la puerta del bar Ezeiza, de Servando Bayo y Zeballos, en la zona oeste.

Roberto Camino, quien durante casi ocho años fue el máximo responsable de la barrabrava de Newell’s, encontró la muerte en forma violenta, una marca que tuvo durante gran parte de su vida.

Pero poco pareció importarle a las cientos de personas que se llegaron hasta el lugar donde había construido un verdadero búnker, en el Fonavi de Alice y Lamadrid, para darle el último adiós. Parecía una escena sacada de una película, con rostros desencajados por el llanto, con mujeres penando en la puerta y relatando la ayuda que recibieron de alguien que, hasta hace poco tiempo atrás, sembró el miedo en gran parte de la ciudad. También hubo quienes no se animaron a salir de sus casas, por miedo a que algunos de quienes estaban cerca de Pimpi no respetaran el duelo y siguieran mostrando su costado violento.

A diferencia de otras jornadas, la del viernes a la noche fue especial; esta vez no hubo disparos ni al caer la tarde ni tampoco durante la madrugada, tampoco se escucharon ruidos molestos en el barrio. Todo estuvo calmo, en señal de duelo, respeto y también miedo.

Gente vestida de traje oscuro, dando el sentido pésame a la viuda y los deudos, imagen salida de películas del hampa, fue cambiada por personas vestidas con camisetas rojinegras  y pantalones cortos. Nadie durante la noche habló de un único culpable, en verdad todos los presentes mencionaban a alguien distinto: la Policía, la gente de drogas, conocidos de la cancha, la “nueva” barra brava. Cada tanto, como un ritual, se escuchaban aplausos y algún cantito con las palabras “Gordo, gordo”.

Todo transcurrió en silencio, sin sobresaltos, con el santuario del Gauchito Gil (que el Pimpi hizo construir junto a su casa) como testigo privilegiado del velorio.

El único sobresalto se produjo a media mañana de ayer, cuando cuatro camionetas de color oscuro llegaron hasta el lugar. Las mismas pertenecían a las Tropas de Operaciones Especiales (TOE), quienes trasladaron a Chamí, el hijo del Pimpi que desde mediados de febrero está detenido en la seccional 8ª, en barrio Refinería, sospechado de ser el autor del crimen de Sebastián Galimany, ocurrido el 19 de enero de 2009 en inmediaciones de Grandoli y Olegario  Andrade. Tenía puesto un chaleco antibalas y durante poco más de 40 minutos estuvo saludando a familiares y amigos, hasta que cerca del mediodía, las TOE lo llevaron nuevamente al lugar de detención.

Cerca de las 16, y en medio de llantos, aplausos y gritos de cientos de personas, muchos vestidos con camisetas rojinegras, el cortejo salió rumbo al cementerio El Salvador. Una corona de “Sus amigos de Huracán” y el periodista Luis Alberto Yorlano, camuflando su pelada con una gorra, formaron parte del séquito.

Minutos antes de las 17, y con los cánticos de la gente que estaba en la cancha de Newell’s como fondo, el cortejo llegó al cementerio. Bajo una copiosa lluvia, el féretro fue llevado por entre panteones, mientras una verdadera multitud sacudía el silencio del lugar con “Olé, olé, olé, olé, Gordo, Gordo” y numerosos aplausos.

Como una muestra de que esto no termina, sino que recién empieza, mientras el cajón era depositado en el nicho, y entre medio de aplausos y gritos, se escuchó “A los traidores los tenemos que matar”. No hubo palabras ni ceremonia para el último adiós, solamente llanto y cantitos como en la cancha, aunque esta vez no estaban dirigidos a Central sino a su ídolo que se fue: “El Pimpi tiene aliento”, se escuchó en El Salvador, mientras en la cancha el equipo de Newell’s empataba con Vélez.

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