Mundo Cooperativo

Cooperativismo, una apuesta que se redobla en busca de una efectiva solidaridad


Juan Pablo Sarkissian *
Juan Aguzzi *

La formación del pensamiento cooperativo y su devenir como movimiento que aspira a construir un nuevo orden mundial, a partir de los teóricos que influyeron en la configuración del pensamiento y la doctrina cooperativa mundial, viene sufriendo los embates de un neoliberalismo que se ha vuelto cada vez más salvaje resintiendo profundamente los derechos laborales. Pero el cooperativismo como filosofía sigue en pie y redobla la apuesta apenas un gobierno preocupado por una justa distribución de la riqueza y articulador de los medios para que una producción nacional sea posible, le brinde el espacio y el apoyo necesarios. Porque esta modalidad de asociación basa su eficacia en la estructuración de los sistemas cooperativos que pretenden abordar diversas facetas de la vida de las comunidades en el marco de una concepción que responde a una racionalidad económica distinta y guiada por principios y valores que históricamente se han erigido como la piedra basal de los trabajadores que entienden que el trabajo colectivo en pos de igualar condiciones es el camino por donde la solidaridad se hace verdaderamente efectiva. El movimiento cooperativo hizo suyas distintas experiencias de la humanidad en cuanto a los modos de producción. Sus orígenes fueron en los albores de la organización social, en las comunidades primitivas agrupadas por la imperiosa necesidad de subsistir y de vencer las inclemencias naturales, y que encontraron en el trabajo colectivo la posibilidad de supervivencia. De este modo, la cooperación se manifestó como una acción mancomunada de personas que vislumbraban objetivos comunes para llevar a cabo acciones conjuntas a partir de una determinada organización del trabajo.

Posibles puntos de partida

El cooperativismo es un fenómeno socioeconómico y cultural, que surgió cuando el arranque del capitalismo dejó a las grandes masas de trabajadores europeos en manifiestas condiciones de precariedad y miseria y fue también una plataforma desde la que surgieron luego los movimientos sindicales de las más diversas especies. Algunos teóricos sitúan el valor universal, la doctrina y el movimiento social del cooperativismo en lo que postulaban los filósofos utopistas en el siglo XVI, que perseguían una organización social con la solidaridad y la justicia como objetivos inclaudicables,

pues entendían que era la única posibilidad de achicar las brechas económicas que ya se erigían con turbulencia. Los filósofos utopistas –o socialistas– más destacados fueron Tomás Moro, Francis Bacon y Tomás Camppanella, cuyas ideas nutrieron el cooperativismo permitiendo que surja el concepto de asociación; fomentaron los principios de solidaridad y entendimiento mutuo como requisitos indispensables para su funcionamiento y alentaron la organización del trabajo en procura de una sociedad más justa. Impulsaron también la idea de la iniciativa propia, mediante un llamado para que los hombres se asociaran con otros y aportaran recursos para alcanzar fines colectivos. Más tarde, a finales del siglo XVIII, el cooperativismo se consolidaría como sistema socioeconómico, a la luz de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial, sobre todo en respuesta a las degradantes condiciones a las que eran sometidos los obreros y obreras, a raíz del egoísmo de los industriales y la destrucción del salario de los trabajadores que ya practicaba el capitalismo. Allí mismo surge una situación que hoy es parte de uno de los antecedentes directos del cooperativismo. En 1843, en Rochdale, Inglaterra, los obreros de una fábrica de tejidos fueron despedidos después de una huelga para reclamar mejores condiciones laborales. Milagrosamente salvaron sus vidas –no pocos de esos levantamientos eran sofocados a sangre y fuego– y un poco después comenzaron a pensar en una solución a su falta de trabajo que, mediante colectas, rifas y algunos aportes de comerciantes interesados en lo que producirían, se tradujo en una asociación cooperativa que contó con 28 miembros y se conoció como “La sociedad de los justos pioneros de Rochdale”, “Los solidarios de Rochdale”.

En torno a valores permanentes

Las políticas públicas de las distintas gestiones de gobierno en nuestro país deben incluir necesariamente una política para las cooperativas de trabajo a partir de que se lo entienda como un dispositivo vital, necesario e indispensable en la cadena de valor de la producción nacional. El modo efectivo para el trabajo autogestionado es (debe) ser democrático en sus decisiones (un socio, un voto) y sin fines de lucro, ya que las utilidades son repartidas entre los socios. El asistencialismo como forma de instrumentar políticas públicas para el sector debería ser desterrado, lo cual plantea la necesidad de un Estado que asuma un rol protagónico en el desarrollo del trabajo autogestionado, asumiéndolo como alternativa real a la estructura económica capitalista. Por lo tanto, el rol del Estado es, no sólo indispensable, sino obligatorio a la hora de construir, en torno a valores permanentes, una sociedad más justa y equitativa, donde el motor no sea el afán de lucro, sino el bienestar de los trabajadores, a la vez ciudadanos. Son muchos los temas que deben debatirse en orden a un funcionamiento equilibrado y sustentable de las cooperativas; los principales serían los que atañen a la seguridad social y al monotributo y, sobre todo, a la fundamental integración de las cadenas productivas de cada espacio cooperativo para una eficaz distribución y comercialización de sus productos apostando a que esas acciones reemplacen, en el futuro, a la explotación sistemática de trabajadores que impone el neoliberalismo.

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