Ciudad

Paso a paso

Conversaciones cruzadas en una votación inédita bajo el recio sol del mediodía

Mientras se esperaba para sufragar, en los patios del Hogar-Escuela de Granadero Baigorria se produjeron escenas desacostumbradas en relación a las jornadas electivas anteriores. Hubo entre los votantes comentarios desalentadores y fastidio, tal vez propios del largo año y medio de pandemia


El Hogar-Escuela de Granadero Baigorria, ese amplio edificio que sobrevive, hace por lo menos 75 años, a diversas arremetidas de distinto signo para modificar su matriz educativa y de contención a los sectores más desfavorecidos con desayunos, almuerzos y meriendas desde una cocina centralizada que supo ser de las más avanzadas de la región; que sufrió los embates de terribles tormentas eléctricas que quebraban las tejas de sus techos, y se provocaban incendios cuando las ramas de enormes árboles caían sobre el tendido de cables afectando sectores del edificio que luego quedaban sin repararse como una prueba de la desidia oficial para ocuparse del asunto, es todo un símbolo de la localidad.

La fortaleza de la construcción es la que impidió que se desmoronaran algunas partes y que el techo siguiera todavía protegiendo a los niños que hacen su primaria y en una de las puntas a los que cursan su E.E.M.P.A y en la otra a los que aprenden oficios varios en cursos de formación.

El edificio resiste porque cuenta con una estructura de materiales nobles con los que el primer peronismo, allá en los 50 del siglo pasado, construía establecimientos escolares y viviendas para los trabajadores.

Este mismo Hogar-Escuela es el que sirve desde hace cerca de 40 años como espacio de votación en las diferentes instancias electivas, desde las Paso hasta las generales y es allí donde cada domingo cuando esto ocurre, confluyen los vecinos de Baigorria para elegir representantes con el persistente anhelo de que si ocuparan el puesto para el que se postulan podrán cambiar algo, aunque más no sea reparar las partes más dañadas del Hogar-Escuela al que acuden chicos humildes no solo de esta localidad sino también de Capitán Bermúdez y Fray Luis Beltrán.

Un acto cívico “limpio” de gérmenes

La actual pandemia ha cambiado un poco la fisonomía de los domingos de otros años, al menos del último en que se votó ya hace casi dos años. En esa última votación, como en las anteriores, antes de entrar a los distintos sectores del edificio, la gente consultaba en los halls los pizarrones con las diferentes mesas en las que debía sufragar según su apellido.

Esta vez no fue así porque la mayoría contaba ya con un número de orden que la depositaría en los distintos patios del Hogar-Escuela para ser parte de una hilera que aguardaría que un gendarme llame por los dos números finales de una cifra de cuatro y dijera cuántos de quienes conformaban esa hilera podían ingresar por vez a los pasillos y acercarse a la mesa que le correspondía.

A la hora del mediodía se habían formado largas hileras detrás de una silla escolar donde figuraba el número de mesa; entre cada hilera mediaba una distancia de poco más de dos metros, suficiente para mantener la distancia protocolar que se sumaba a la toma de fiebre y al rociado de alcohol que dos maestras hacían en la puerta de entrada y –aunque todo el mundo esté acostumbrado– ya puso un toque diferente a esta votación, como si para ejercer el acto cívico se debía estar lo  más “limpio” posible de gérmenes, no ya del virus de covid-19, sino de toda impureza orgánica: sin  fiebre y con las manos lo más asépticas posibles.

Ánimos algo caldeados

El mediodía parece haber dejado de ser la hora más propicia para votar. Lo era antes de la pandemia para quienes no querían esperar demasiado y sabían que en ese horario la mayor parte de la gente optaba por sentarse a la mesa dominguera.

Convertía al acto de votar en un trámite expeditivo y en poco más de 15 minutos ya se había resuelto.

Esta vez,  a la demora en ingresar porque para la toma de temperatura y el rociado de manos se tardaba un poco, se agregaba la otra espera en los patios bajo un sol de domingo radiante, con apenas alguna brisa, pero que luego de los primeros cinco minutos, se sentía como iba calentando las cabezas y, claro, como nadie había sido advertido de estas etapas, los vecinos comenzaban de a poco a quitarse las prendas de abrigo y a sostenerlas en sus brazos; algunos jóvenes con gorritas zafaban de la intensidad solar que crecía, pero cierto caldeado humor fue apropiándose de buena parte de las personas.

Los gendarmes afuera de la puerta por donde se ingresaba a las mesas parecían estar pasando algún tipo de revista numeraria más propia de patios cuarteleros que de los de una escuela. Tal vez esta situación haya calentado (a la par del sol) un poco los ánimos y como ninguna otra vez en las filas que se hacían, que siempre guardaron el recato y el secreto, algunos comentarios comenzaron a cruzar las hileras.

Una postal inédita

“No deberían ser obligatorias estas elecciones”, decía una mujer cincuentona que se cubría la cabeza con un bolsito y sostenía en la otra mano un buzo de jogging. “Eh!, Maira, ¿no te parece?, que elijan entre ellos, que se peleen si quieren y después que pongan una sola persona a quien votar”, insistía.

La receptora era una mujer más joven en otra hilera con un niño a su lado que asentía para luego decir: “Creo que a muchos políticos no les importa si estamos en pandemia y haya que esperar al sol y tanto tiempo, para que ellos no tengan que decidir en cada partido quién es el mejor”.

Este cruce de diálogo debió haber actuado de disparador porque en pocos minutos comenzaron a surgir otras conversaciones entre miembros de la misma hilera o entre las de diferentes y ese contexto fue generando pequeñas escenas donde se actuaba cierta incomodidad y fastidio por la espera, que hasta causó una descompensación en una mujer de mediana edad que estuvo al borde del desmayo y debió ser asistida por un servicio de emergencias.

“Che, ¿al final cuántas listas tiene el peronismo de Baigorria?, le preguntaba un treintañero a alguien que había reconocido como compañero de trabajo, casi de su misma edad, y que se ubicaba más atrás en la misma fila. “Cada día aparecía una lista nueva que tiraban por abajo la puerta de mi casa”, continuaba, “no se puede ir tan divididos, imaginate después cómo van a gobernar”, argumentaba, como si estuviera en la mesa de un bar esperando por una cerveza.

Una postal inédita pero seguramente a tono con la época, donde la pandemia que lleva un año y medio produjo un agotamiento mental que desinhibe y hace expresar los pesares que provoca cualquier situación de anomalía.

La gente escuchaba a quienes hablaban y se animaban a decir más: “La clase política  debe parar a quienes dañan el medioambiente, esta pandemia vino por eso y lo que está pasando en las islas va a tener sus consecuencias, si sigue así ni vamos a poder respirar”, alertaba un señor que transpiraba mucho bajo un inmaculado conjunto de jogging de marca. Parecía venir de entrenar y fruncía el entrecejo mientras hablaba.

Varios asintieron y una mujer joven lanzó. “Nada va a cambiar, van a provocar que aparezcan más virus, esta pandemia será la primera de otras”, sentenció mirando a ninguna parte. El sol se volvía más recio y las hileras se movían lentamente.

Otra mujer gritó a quien quisiera escucharla –y uno de los gendarmes, el que portaba un fusil FAL, quiso divisarla– que ya hacía casi media hora que estaba en la fila y que no quería esperar más. Otro señor, más calmo y atento, que estaba adelante en la fila, le cedió su lugar y le dijo que era importante votar porque acá –en esta votación– empezaba a definirse una forma de país.

Así, lo que pudo verse en este inédito día de votación en pandemia fue apenas una leve muestra de cierto hartazgo social producido por un entorno de tiempos duros –con la salud y los bolsillos exiguos a la cabeza de las preocupaciones–, donde a la gente ya no parece preocuparle manifestar su desazón, aunque en ello vaya su misma intención de voto.

No todo fue crispación, pero aquí y allá esas escenas surgieron espontáneamente revelando cansancio e incertidumbre, ni más ni menos que lo que asola no sólo a los baigorrenses sino a todos los argentinos y más allá.

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