Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Contradicciones éticas e ideológicas en pandemia: al borde de un ataque de nervios

La renuencia de muchos a vacunarse y salvarse es sólo la punta del iceberg de un movimiento mundial donde las personas ya no confían en los gobiernos ni aceptan someterse a un tipo de democracia cada vez menos representativa. Pero del otro lado surge un ser humano más consciente y activo


Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

Sin lugar a dudas, la pandemia de coronavirus –que, cual tragedia shakespeariana, comenzó de modo casi imperceptible y se transformó en una tormenta de proporciones impensadas– nos cambió la vida en poco más de dos años. Entre otras cosas, acusa entre sus méritos haber logrado movilizar conciencias y generar contradicciones éticas e ideológicas, generalmente enclaustradas en los espacios filosóficos y puramente eruditos que constituyen su ambiente “natural”. El tenue equilibrio entre facultades y obligaciones, el espacio de las libertades individuales versus los derechos colectivos, la aplicación de leyes y decretos que restringen movimientos, la justificación y ampliación de la vigilancia estatal, el uso de la tecnología como instrumento de control, son temas que han dejado los formales espacios académicos para instaurarse en el debate –muchas veces violento– de las sociedades que habitan la parte occidental del planeta. Quizás por eso, en este tiempo, cada pequeña decisión asumió el sesgo de un dilema vital. ¿Vacuna o antivacuna?;¿barbijo sí o no?; ¿en ambientes cerrados o siempre?; ¿cuán peligroso puede ser tocar la manija de la puerta?; ¿me lavo las manos otra vez o con el alcohol será suficiente? Es que los pequeños actos, en pandemia, cobran una magnitud insospechada y nos ubican en la realidad última de las cosas: el milagro de existir.

La renuencia de muchos a acceder a la vacunación que podría salvarles la vida es sólo la punta del iceberg de un movimiento mundial donde las personas ya no confían en las figuras que nos gobiernan ni aceptan someterse a un tipo de democracia que cada vez resulta menos representativa y más funcional a los poderes de turno. Sin embargo, la otra cara de la moneda nos muestra un ser humano más consciente de sus deseos y más dispuesto a seguirlos, e incluso – si fuera necesario– “quemando las naves” de lo establecido. Y eso es lo que pareciera estar ocurriendo con el mercado laboral actual. Luego de un tiempo de realizar trabajo remoto, y saborear (si bien con límites y complicaciones) las mieles del hogar, el revoloteo de niños, una mayor laxitud horaria y evitar la diaria pesadilla del traslado al trabajo, muchos no quieren volver a las viejas rutinas. La tendencia ya fue bautizada como “la Gran Renuncia” debido a que 4,3 millones de trabajadores estadounidenses renunciaron a su empleo en agosto, según los últimos datos del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, cifra que se amplía a 20 millones si se mide hasta abril. “Ahora creo que el trabajo tiene que adaptarse a la vida, no la vida al trabajo”, dice Jonathan Caballero, un desarrollador de software de Maryland. “La pandemia cambió mi mentalidad, ahora valoro mucho más mi tiempo”, explica. En este sentido, Anthony Klotz, profesor asociado de la Universidad de Texas A&M, que acuñó el término “Gran Renuncia” para describir este nuevo mercado laboral, afirma que esta tendencia podría tener un lado positivo, dado que obligará a las empresas no sólo a subir salarios y aumentar prestaciones, sino también a ofrecer más flexibilidad para atraer y retener mano de obra. Los activistas de los derechos de los trabajadores estadounidenses entienden que es un momento ideal para corregir el rumbo. El mes de octubre ha sido de gran importancia para ellos, con grandes huelgas en varios sectores del país. Hoy, los empleados están reclamando acuerdos de trabajo flexibles, opciones remotas, jornadas más cortas basadas en la producción y el rendimiento en lugar del tiempo, semanas laborales de cuatro días, entre otras cosas, privilegiando la libertad de no estar encadenado a un escritorio diez horas al día ni tener que emprender un largo viaje al trabajo.

Las nuevas generaciones tampoco aprueban el afán de lucro desmedido, ni los derroches innecesarios. Hoy por hoy, el “nuevo lujo” más bien está ligado a la vida sustentable, en contacto con la naturaleza y los objetos rústicos. La revitalización de un discurso que ensalza los “cuerpos reales”, la “comida real”, los “afectos reales”, da cuenta de una resistencia ejercida desde el corazón mismo de la sociedad que pretende reaccionar contra el dogmatismo mediático. Y en consonancia con esta mutación, también se están cuestionando las acciones que sólo tienden al beneficio individual. Por eso, una buena noticia fue la decisión del Consejo Nacional de Investigaciones (CSIC) de España que decidió liberar la patente de una tecnología de anticuerpos serológicos, en lo que representa la primera licencia “transparente, global y no exclusiva” vinculada a la pandemia de coronavirus, de acuerdo a lo expresado por Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud. “Felicito al CSIC, un instituto público de investigación, por su compromiso con la solidaridad y por ofrecer acceso mundial a su tecnología y conocimientos. Este es el tipo de licencia abierta y transparente que necesitamos para mover la aguja en el acceso durante y después de la pandemia. Insto a los desarrolladores de vacunas, tratamientos y diagnósticos covid-19 a seguir este ejemplo para cambiar el rumbo de la pandemia y la devastadora desigualdad global que ha puesto de relieve”, indicó el funcionario en un comunicado difundido por la organización internacional.

La defensa irrestricta de la individualidad, el “yo” puesto por encima del “nosotros”, es un invento moderno tendiente a desaparecer más temprano que tarde. Las personas nos desarrollamos en comunidad y nuestro crecimiento intelectual, emocional y social depende de la interacción con los demás. Los relatos ancestrales nos hablan de esta realidad describiendo la escena mítica de las caravanas reunidas alrededor del fuego, metáfora de una vida en tránsito que precisa de un corazón común y cálido para sobrevivir. Y pensando en esto, me acordé de un párrafo de “El evangelio según Jesucristo”, de José Saramago, que describe como pocos la esencia del devenir humano y la incesante búsqueda del Otro, en definitiva replicado en tantos otros que vamos encontrando a lo largo del camino de la vida: “Esa noche no hubo charlas, ni recitado, ni historias contadas alrededor de la hoguera, como si la proximidad de Jerusalén obligase al silencio, mirando cada uno dentro de sí y preguntando, Quién eres tú, que a mí te pareces pero a quien no sé reconocer; y no es que lo dijeran de hecho, las personas no se ponen a hablar solas así, sin más ni menos, o que lo pensaran conscientemente, pero lo cierto es que un silencio como éste, cuando fijamente miramos las llamas de una hoguera y callamos, si quisiéramos traducirlo en palabras, no hay otras, son aquéllas y lo dicen todo”.

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