Ciudad

Historia

Construirnos en plena pandemia, un desafío solidario en los barrios populares

Dos baldes de bosta, seis baldes de tierra colorada, agua y 43 ladrillos, todo listo para empezar. No les voy a contar el paso a paso del armado de la cocina, pero si quiero rescatar todas las sensaciones en torno a este acontecimiento. Y pongo acontecimiento, porque así lo viví


Lic en Trabajo Social Aylen Alegrechy . Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da circunscripción.

Faltaban unos minutos para las 16, llegábamos en el auto con Pablo, a la casa de María. La escucho al estacionar, que dice: “Ahí viene Aylén”.

Siempre me pierdo cuando voy a la casa de María, ella vive en un complejo de viviendas de la provincia, en la zona oeste de la ciudad. Allí, hace casi 4 años vive con tres de sus hijos y una de sus nietas. Si tuviera que describir a María, sería como una luchadora incansable, una mujer fuerte y sensible. Pasó por mucho, pero acá está. Todos los martes y viernes da la merienda a 140 niños y niñas del barrio, hace más de un año, y con ganas de concretar muchos sueños, tratando de dejar atrás un poco los sin sabores que ha vivido.

Cuando empezó la pandemia, ella me contaba que tenía miedo que no le alcancen las cosas para hacer la merienda. Hizo su caminito, algo introvertida pero decidida, no hubo martes ni viernes que falte la leche caliente y algo sólido para acompañar.

La Universidad Nacional de Rosario, en este contexto, comenzó a producir alcohol en gel, sanitizante y repelente, armando kits para instituciones y organizaciones de Rosario y la zona, en este sentido, el Área de Extensión de la UNR es la encargada de organizarlos y repartirlos. Al trabajar en este espacio, fue más sencillo el pedido del kit para el merendero. Este espacio lo sostiene María con su trabajo particular y emprende este gran proyecto solidario, con la convicción de poder dar un poquito de ella cada martes y viernes. Ella fue y es totalmente agradecida con este gesto de haber recibido el kit, que sólo venía a acompañar un poquito más su emprender diario.

Una tarde, sentada en la compu de casa, la leo a María que pública en Facebook que buscaba a alguien que sepa hacer o tenga algún contacto para hacer cocinas de barro. La garrafa se la chupa el mechero, y no está para usar dos garrafas por semana, no hay bolsillo que aguante.

Las gestiones así no son mi fuerte, y entre mis compañeros de trabajo, existe uno que conoce a medio Rosario y más de medio Rosario lo conoce a él, Maxi. Mediante él, llego a Pablo. Ambos, con recorrido por las ciencias sociales, más precisamente en la antropología, no son ningunos improvisados, todo lo contrario, cada acción, cada intervención, tiene un sentido y un objetivo. Y es lo primero que me planteó Pablo la primera vez que hablamos.

El impulsor estatal de las famosas cocinas “rocket”, como lo reconocen en el ambiente, trabaja en la Municipalidad de Rosario. Es más sencillo decir que él trabaja en la Secretaría de Ambiente de la Municipalidad, pero las cosas por su nombre, si bien pertenece a esa Secretaría, está en la Dirección General de Acción Climática, y en dupla con su compañera Vanesa, forman un equipo donde día a día, hacen de la construcción de las cocinas, un hecho que genera en otros, una posibilidad de indagación y búsqueda, de poder vivir y trabajar de otra manera.

En esta sintonía, y con semejante preámbulo, definitivamente tenía que ponerme a leer y ver videos de cómo se hacían. Una charla introductoria con Pablo, sus inquietudes y de qué manera él trabaja, planteaba una forma de trabajo muy arraigada al vínculo previo de la construcción de la cocina y los sentidos de para qué construirla. La charla con Pablo y los videos que vi, no fueron ni la tercera parte de lo que se vivencia y se siente a la hora de poner las manos en el barro y crear.

De esta manera, también surgía la posibilidad de poder pensar el trabajo conjunto entre el Área de Extensión y esta Secretaría de la Municipalidad de Rosario, que deseo podamos seguir compartiendo, trabajos y proyectos.

María nos abre la puerta de su casa, hoy 18 de junio de 2020, aún en pandemia, con la necesidad concreta de la cocina. Desde el trabajo social nos piden siempre poder trascender la demanda concreta y ver más allá, al hacer esto, me encuentro, como trabajadora del Estado, poniendo el cuerpo sobretodo en este contexto, para apaciguar un poco las necesidades de, particularmente, esta familia. Y me presentaron en el camino, y lo resalto porque para mí es fundamental en este encuentro, a Pablo que, por lo compartido, tenemos miradas comunes que ayudaron a concretar el objetivo.

Eran varios los que nos esperaban de María, los mellis, Joan y Lauty, Anto, Nacho y Matías, sus hijos, Zuri una de sus nietas, Agus, una de sus nueras, y Pocho, el padre de María, que no quería perderse nada. Entre medir el terreno y enumerar los elementos que necesitábamos para armar la cocina, Pablo nos maravillaba con sus explicaciones sobre el ambiente, los cuidados, a qué prestarle atención. Enseguida me di cuenta, que ama lo que hace, un gran apasionado.

Dos baldes de bosta, seis baldes de tierra colorada, agua y 43 ladrillos, todo listo para empezar. No les voy a contar el paso a paso del armado de la cocina, pero si quiero rescatar todas las sensaciones en torno a este acontecimiento. Y pongo acontecimiento, porque así lo viví.

La escucha atenta a las indicaciones de Pablo, los consejos, el “metan la mano en el barro y siéntanlo… esa sensación”, miradas de incertidumbre de los que estaban, para entender y comprender, qué estábamos haciendo realmente. Agus, la novia de uno de los mellis, sacaba fotos y desde lejos captaba y guardaba en su memoria cada paso realizado.

Fueron casi tres horas de encuentro, de escucha, ver en las miradas de todos, satisfacción y ganas. Planear qué iban a cocinar ahí, además de calentar la leche cada día de merendero. Que un pollo al disco o unas empanadas, y brillaban los ojos de todos los que estábamos ahí.

Porque no es sólo construir una cocina, embarrarse, saber más de cómo ahorrar, cómo cuidar el ambiente y a nosotros, sino que la sensación fue de involucrarse en la tarea, con todos los sentidos. El compartir colectivo, las miradas de incertidumbre y las preguntas que invadieron la tarde.

Y no puedo dejar de recordar a uno de los mellis, el que más se involucró en el armado, cómo le puso todo de él para que quede perfecta. El melli, no la pasó nada bien en el pasado y ahora tiene sus altibajos, pero verlo construir y ser tan detallista, tan “metido en el barro”, me llenó de esperanzas. Porque siempre que llegamos a un lugar, tratamos de dejar algo nuestro y de llevarnos algo de los otros, y yo me llevé esperanzas para seguir apostando en estas construcciones, y no sólo de cocinas, sino también de vínculos y proyectos.

Ojalá que pueda encontrar otras Marías y otros mellis, otros Pablos, para construir(nos) en comunidad, nuevos proyectos compartidos y nuevos objetivos comunes. Que poner el cuerpo, no sólo sea una frase trillada, sino un verdadero hacer. Y que la cotidianeidad no nos sea indiferente, como puse en otro escrito, que la pandemia no nos nuble lo colectivo.

 

Comentarios