Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Con pandemia y sin pandemia hace falta un mundo donde valga la pena vivir

Mientras los gobiernos europeos endurecen sus estrategias contra el covid-19, en la Argentina se pretende una vuelta a una pseudo-normalidad que minimiza las consecuencias de los contagios masivos, y no hace más que abonar la réplica de lo que ya está ocurriendo en otras partes del planeta


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Pensé que esta crónica, la número 50, iba a ser la última. Como buena amante del orden (que luego de tanta denostación hoy está siendo felizmente reivindicado por las huestes de Marie Kondo, a las que me sumo con regocijo) amo los números redondos, la demarcación de principios y finales, los cierres que despejan la mente y abren el juego a nuevos inicios, el “the end” que nos hace aplaudir a lo loco o quedarnos pegados a los asientos mientras lloramos sin pudor, o estirar los brazos después de bostezos prolongados. La mayoría de las veces incluso me importa poco el resultado, lo que importa es empezar algo nuevo rescatando lo aprendido, darle una “vuelta de tuerca” a la vida, y seguir adelante.

Eso pensé que ocurriría con las “Crónicas de cuarentena” a estas alturas, luego de las medidas internacionales decretadas, de las precauciones tomadas por (casi) toda la población, de la carrera científica para conseguir una vacuna, de las campañas de concientización, del cierre de fronteras, de la recesión económica global, de la cancelación de viajes, del encierro obligado o autoinfligido para los mayores de 60 años, de los 95 millones de contagios, y de los más de 2 millones que se quedaron en el camino… Sin embargo, habiendo pasado un año de los primeros casos de covid-19 reportados en China, el final aún no se vislumbra. Y, por lo tanto, estos relatos continuarán su derrotero de cuento y recuento, con la manía “voyeurista” de fijar la mirada en los resquicios, en los pliegues, en los espacios donde los hechos se ocultan o pasan desapercibidos debido a las olas mediáticas cada vez más veloces que arrastran la arena noticiosa hacia la orilla del olvido.

Y esto es así porque, a pesar de las precauciones que vienen tomando los gobiernos de todo el mundo, el virus no ha cesado de mutar, y ha evidenciado su virulencia provocando una segunda y tercera olas de contagios en la vieja Europa. Si bien hoy por hoy las autoridades reniegan de la aplicación de confinamientos estrictos como al inicio de la pandemia (incluso en poblaciones menos anárquicas que la nuestra), la realidad no muestra demasiadas opciones. Por lo tanto, España ya se encamina a un pseudoencierro, menos agresivo que el anterior, pero muy limitante, ya que la mayoría de las comunidades autónomas siguen fortaleciendo las restricciones mientras continúa la disputa política para modificar –o no– el decreto de Estado de alarma, con una eventual ampliación del toque de queda y la posibilidad de continuar endureciendo las estrategias.

En un contexto similar, en Francia se esperan inminentes anuncios del presidente Emmanuel Macron que implicarían mayores prohibiciones para circular, mientras que Ángela Merkel hace unos días anunció una extensión del confinamiento hasta el 14 de febrero y considera clausurar fronteras si otros países no toman medidas. La decisión de la primera ministra alemana implica que continuarán cerrados los hoteles, el comercio no esencial y los colegios, mientras que se exigirán mascarillas más eficaces para evitar el impacto de la variante británica. A partir de ahora en el país germánico las personas sólo podrán ingresar con mascarillas “médicas” a los comercios y al transporte público, y no se permitirán cubrebocas de tela. “Es necesario reducir los contactos”, señaló Merkel, quien también indicó que el ministro de Trabajo, Hubertus Heil, ya está preparando una nueva norma que regule como obligatorio el teletrabajo, permitiendo el desplazamiento solamente de aquellos trabajadores cuya presencia física en la empresa sea absolutamente necesaria. En Alemania, bares y restaurantes, además del ocio, el deporte y la cultura, habían cerrado sus puertas a principios de noviembre y no han vuelto a abrir. En diciembre se sumaron los comercios no esenciales y los colegios. En este sentido, Merkel aseguró que la variante británica parece ser más contagiosa en niños y jóvenes y dijo ser consciente de las “increíbles restricciones” que están sufriendo los padres, todo lo cual, sin embargo, no le ha impedido seguir los estrictos lineamientos sugeridos por los expertos sanitarios.

El panorama no hace más que convalidar las esperanzas depositadas en las campañas de vacunación, ya iniciadas en muchas partes del planeta. Sin embargo (¡oh!, el viejo y archiconocido fantasma de la inequidad), las vacunas no están llegando a todas partes con la misma celeridad. Esta situación provocó una advertencia del director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Ghebreyesus, sobre el “catastrófico fracaso moral” que significa el acaparamiento de vacunas por parte de los países ricos en detrimento de las naciones pobres, haciendo sonar la alerta justo cuando la pandemia superó la barrera de los 95 millones de contagios y el número de vacunas administradas, 39 millones.

“Debo ser franco. El mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral y el precio de este fracaso será pagado con vidas en los países más pobres del mundo”, sentenció el funcionario, quien también subrayó que las 39 millones de dosis administradas fueron distribuidas en 49 países ricos y en apenas un puñado de naciones en desarrollo, entre ellas la Argentina. Esto es así porque la carrera contrarreloj que corren todos los países del mundo cuenta con recursos muy disímiles para conseguir parte de una producción global de vacunas que aún es muy incipiente, y coincide además con los nuevos picos de contagios y muertes que se registran en muchas partes, como Estados Unidos y porciones importantes de Europa, América latina, Medio Oriente y África.

Resumiendo, si bien las playas argentinas, plagadas de jóvenes ansiosos por asistir a las fiestas “clandestinas” convocadas a través de las redes sociales, y de familias que disfrutan del ocio con la engañosa sensación de haber vuelto a la “normalidad”, la experiencia del invierno septentrional debiera hacernos reflexionar sobre el tenor de las precauciones adoptadas para sortear la influencia del virus. Negar la situación o minimizar las consecuencias no hace más que abonar la réplica de lo que ya está ocurriendo en otras partes del planeta. Desde aquí hago votos para que la mentada “responsabilidad social” no resuene como el eco de palabras vacías, y que la llegada de los días fríos nos encuentre sanos para enfocarnos en lo esencial: los afectos, el cuidado de la salud de los más vulnerables, y la búsqueda del bienestar integral que implica, siempre, relacionarnos con respeto y empatía. Todo ello no sólo serviría para derrotar al virus, sino también para construir un mundo donde valga la pena vivir.

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