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Con espectacularidad visual Denis Villeneuve lleva al cine el famoso relato intergaláctico de “Duna”

Luchas de poder y una iniciación necesaria para cumplir un ineludible destino de sacrificio y grandeza son los pilares del esperado film basado en la famosa novela homónima del estadounidense Frank Herbert que se estrenó el jueves en los cines de la ciudad


Hugo Fernando Sánchez  -Télam

Luchas de poder y una iniciación necesaria para cumplir un ineludible destino de sacrificio y grandeza son los pilares de la esperada Duna, de Denis Villeneuve, basada en la famosa novela homónima del estadounidense Frank Herbert que se estrenó el pasado jueves en los cines de Rosario.

La película, enorme en términos de producción y de espectacularidad visual y ambiciosa en su intención espiritual, logra que por primera vez el texto de Herbert abandone la categoría de “maldito” y se preste, con sus aciertos y deficiencias, a la adaptación cinematográfica.

Para los no iniciados, Duna, habla de un futuro lejano, en el que los seres humanos pueblan diferentes galaxias en busca de su supervivencia y deben aplastar la resistencia de muchos planetas, sobre todo de Arrakis, un territorio hostil que alberga “la especia”, una sustancia que posibilita los viajes intergalácticos, además de tener propiedades longevas y expandir la conciencia y el entendimiento de los seres humanos.

El libro de Herbert ganó el prestigioso premio Nébula a la mejor novela de ciencia ficción de 1965 y desde entonces fue el objeto de deseo de varios cineastas, entre ellos Alejandro Jodorowsky (La montaña sagrada, El topo), un director que en su obra apela a la fantasía y al surrealismo, ideal para llevar adelante la imaginería y el vuelo de la novela. El proyecto quedó trunco por el presupuesto inalcanzable que el realizador chileno pidió a sus productores franceses.

Luego fue el turno de David Lynch, un artista visual que con sólo dos películas hasta ese momento (El hombre elefante y Cabeza borradora) encaró junto al productor Dino De Laurentiis su versión de Duna (1984), un delirio audaz y fallido que no convenció al público ni a la crítica y cerró, al menos para él, la posibilidad de una saga.

Treinta y siete años después, el director canadiense Denis Villeneuve eligió ser lo más fiel posible a la novela de Herbert, con un relato que podría resumirse de manera arbitraria como la transitadísima lucha entre el bien y el mal, aquí a partir de Paul, un joven de origen noble que por las noches sueña futuros llenos de aventuras y también pesares, que viaja al planeta Arrakis en donde por orden del Emperador, su familia, los Atreides, se van a hacer cargo de la extracción de “la especia” en lugar de los antiguos explotadores, Los Harkonnen.

A las luchas entre las familias por el preciado material en el planeta de arena se le suma la resistencia de los fremen, los aguerridos nativos de Arrakis, obligados a sobrevivir en el desierto -en compañía de unos temibles y gigantescos gusanos de hasta 400 metros- que esperan la llegada de un elegido que los conducirá a la liberación del planeta y el comienzo del fin del dominio del Emperador en la Galaxia.

La dirección de La llegada (2016) y Blade Runner 2049 (2017) fueron antecedentes suficientes para que Warner Bros eligiera a Denis Villeneuve, que se animó al desafío de llevar Duna al siglo XXl, con el diseño de un díptico capaz de abarcar la compleja historia, de la cual esta película es la primera parte.

Una puesta tan grandiosa como esperable con un elenco multiestelar encabezado por Timothée Chalamet, junto a Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Zendaya, Charlotte Rampling, Jason Momoa y Javier Bardem, da cuenta del alcance con que se imaginó el proyecto.

En Paul Atreides (gran trabajo de Chalamet) recae el peso del relato, que tiene la monumentalidad requerida para albergar en su centro la pregunta decisiva: ¿El joven está a la altura del desafío que vendrá?

El destino manifiesto del protagonista aún está por verse pero apenas su familia se hace cargo de la colonia, empiezan las hostilidades con el Barón Harkonnen, mientras los habitantes del desierto observan sin intervenir las luchas palaciegas entre los invasores.

Más que en su predecesora, Duna tiene como marco conceptual Lawrence de Arabia (1962) del británico David Lean, una referencia a la que Villeneuve le agrega grandilocuencia y solemnidad sin perder claridad en el desarrollo de la maraña de personajes y de las distintas líneas narrativas, un problema que David Lynch no pudo sortear más allá de su audacia y desprejuicio.

El interrogante que se mantiene sobre las más de dos horas y media de película es si Paul Atreides cumple con los requisitos para hacerse cargo de lo que se avecina -“Un buen líder no busca liderar, está destinado a ello”, le dice su padre en un momento-, sobre todo si está dispuesto a traicionar a los suyos, en un film que sin dudas es entretenido pero que puede ser tomado como un lujoso prólogo para una segunda parte.

Duna puede ser cuestionada en varios aspectos y, a la vez, exculpada e incluso aplaudida en muchos otros. La necesidad de Villeneuve de establecer un universo complejo plagado de historias paralelas y temáticas diferentes se cumple en gran medida, pero deja poco espacio para el desarrollo de personajes.

También con el imperativo del presente, que curiosamente está en sintonía con las problemáticas que obsesionaban a Frank Herbert en el siglo pasado, la película se siente en la obligación de hacer una lectura de la devastación de los recursos naturales y de la condena que padecen los pueblos ricos en materias primas pero indigentes en su desarrollo. Pero se trata solo de una referencia breve, casi testimonial.

Demasiado grande para fracasar, demasiado amplia para abarcar, Duna cumple para los convencidos y no fracasa -la prensa especializada del mundo se mostró dividida-, pero deja la expectativa puesta en una segunda parte que, en el mejor de los casos, promete resoluciones y fulgores que apenas anticipó esta entrega.

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