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El Voluntariado de Horas de Lectura llega con su voz a aquellos que no pueden leer por sus propios medios, por un impedimento físico temporario o permanente. Espera seguir sumando lectores y oyentes.

El Voluntariado de Horas de Lectura es una de las agrupaciones más antiguas de la ciudad en pro de la lectura. La organización tiene como fin que cada voluntario asista a quien no pueda leer por sí mismo, para que los obstáculos de la vida no rompan con la relación del lector y los libros. María Luisa Sordi de Matich, creadora de esta propuesta que conduce el Voluntariado de Horas de Lectura, dialogó con El Ciudadano y no ocultó su orgullo respecto al trabajo realizado con no videntes y otras personas con impedimentos permanentes o temporarios, además de los frutos que recogen por su desinteresado servicio.

Como la mayoría de este tipo de organismos, la idea nació de una necesidad propia. María Luisa siempre fue –y es– una lectora apasionada, pero en 1998 debió pasar largo tiempo lejos de sus libros: una operación de columna le impedía la lectura. “Este voluntariado nació cuando estuve con problemas mayúsculos de las vértebras, tengo la segunda y tercera vértebras plásticas. Para mí fue infernal el posoperatorio: no podía bajar la cabeza y llegar a un libro, y estuve mirando el techo mucho tiempo. Entonces me prometí que al salir de esa habitación iba a hacer algo por la gente que no podía leer por sí sola”, recordó la mujer, quien dedica desde hace once años su vida a la organización sin fines de lucro.

En aquel entonces sus familiares ya no sabían qué hacer para complacer a María Luisa en su estado, lejos de la lectura. Y ella comprendió que su caso era como el de muchas otras personas que por distintos problemas tampoco podían acceder físicamente a un libro.

“Aquí se habla de discapacidad permanente y temporaria. La mía fue temporaria y era insoportable, por eso tenemos voluntarios para todos. Muchos piensan que cuando le leemos a alguien estamos tratando sólo con ciegos. No es así, los ciegos integran gran parte de nuestro grupo de oyentes, pero no la totalidad”, señala María Luisa.

Así fue que nació el Voluntariado de Horas de Lectura de Rosario, que hoy cuenta con doscientos voluntarios que dedican parte de su tiempo a leer para los que no pueden hacerlo. Pero además, María Luisa está al frente de la “Biblioteca Parlante”, que funciona en la sede de la biblioteca popular Solidaridad Social.

Un estudiante de Filosofía ciego fue uno de los primeros a los que María Luisa y una de sus amigas ofrecieron sus servicios. Ese estudiante fue quien les contó de Pedro Arpajou, un no vidente que presidía la biblioteca popular Solidaridad Social, donde había instalado una cabina acústica. Pedro falleció poco tiempo después, pero su legado persistió: hoy la Biblioteca Parlante funciona a partir de aquella cabina, y lleva su nombre.

Así es que los voluntarios dividen su tarea en leer personalmente y a domicilio a quien lo necesite y también han puesto su voz y su pasión para la grabación de libros que se suman a la Biblioteca Parlante, en red con las bibliotecas del país. Sin embargo, los avatares del tiempo han hecho que este voluntariado dirigido por María Luisa deje de participar en la Biblioteca Parlante, pero continúe en relación con las demás bibliotecas del país. De hecho, quien necesite la grabación de textos puede comunicarse con el Voluntariado de Horas de Lectura, donde se hará la consulta pertinente en el catálogo de grabaciones de todo el país para que se efectúe la llegada del material a quien lo necesite.

“Tenemos muchos estudiantes que solicitan las grabaciones de los libros. Incluso muchas de las lecturas que se realizan a domicilio tienen que ver con apuntes de facultad, además de literatura por el simple placer de leer”, relató María Luisa.

Por otra parte, el Voluntariado se unió también con otros conocidos trabajadores de la lectura: integrantes de la biblioteca “Cachilo”.

“Hemos trabajado en conjunto en varias oportunidades y seguiremos haciéndolo. De hecho, lectores de la Cachilo asistirán a escuelas especiales de ciegos para llevarles un poco de lectura”, dijo María Luisa.

A pesar de no contar con apoyo económico de organismos oficiales –reciben ayuda con los premios que han obtenido por su constante labor, pero ese dinero se les termina demasiado pronto– De Matich sigue ofreciendo a todo aquél que tenga un familiar en un geriátrico o que esté imposibilitado de manejar un libro por sus propios medios, que se comunique con el Voluntariado: “De inmediato buscamos un lector que pueda asistirlo”, dice.

Con todo, María Luisa destaca que este servicio que brindan no va en una sola dirección, sino que es un intercambio entre las dos partes. “Es increíble todo lo que hemos aprendido en materia humana y literaria en este tiempo, porque en cada encuentro con la lectura se va conociendo al oyente y el oyente al lector, y esa relación es sumamente fructífera. Todos los voluntarios lectores comparten las necesidades del otro que necesita la voz de las palabras de un libro, una revista o un apunte de estudio”.

“Este trabajo ha sido un regalo de la vida porque con el tiempo uno va aprendiendo de la riqueza de la vida de cada uno que conoce. También es sumamente gratificante que tengamos un equipo de lectores heterogéneo, porque tenemos jóvenes estudiantes y lectores de unos 87 años que cada semana toman sus libros y comparten este arte con quien lo necesite”.

Mientras tanto, sigue firme con el motivo de este emprendimiento que ya superó la década de vida: “No poder sostener un libro por problemas motrices o no poder darle lectura con los ojos no significa de modo alguno la imposibilidad de conocimiento”, afirma la directora. Y se emociona cada vez que mira hacia atrás y rememora el camino recorrido hasta hoy.

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