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Opinión

Cómo será la vida en el planeta después del coronavirus

Mucha gente fuera del sistema porque una parte caprichosa de la sociedad y con mucho resentimiento votó a favor de las políticas de ajuste en el Estado, en la actividad privada y en donde pudieran sacar plata para ponerla, sabrá Horangel dónde.


Por Daniel Fernández Lamothe

 

Es así. Hoy hay quienes están estudiando intensamente para tratar de elaborar una aproximación a un  pronóstico sobre cómo será la vida en el planeta post covid19. Mientras, hay otros que ya han elaborado el “pronóstico” y el modo de llevarlo a la práctica,  cueste lo que cueste.

Estos otros, con varias cabezas a la vista (Trump, Sánchez, Macron, Bolsonaro, entre los más iluminados), y otros varios que en la penumbra de los repliegues de esta empalidecida democracia, han llegado a orientar sus discursos y directivas tras ese amor feroz al poder del dinero atentando directamente contra la salud de los mismos pueblos que los pusieron en ese sitial que tanto los desvela.

Mientras, la angustia, la incertidumbre, la pelea contra el miedo, la soledad impuesta por el vital aislamiento y la tristeza, mezclada en breves cuotas con alguna alegría, si todo el mundo se hacen fuertes en el ánimo de las personas; muchas de las cuales tienen acuciantes necesidades alrededor de su presente y de su futuro.

Y la pobreza. Mucha gente fuera del sistema porque una parte caprichosa de la sociedad y con mucho resentimiento votó a favor de las políticas de ajuste en el Estado, en la actividad privada y en donde pudieran sacar plata para ponerla, sabrá Horangel dónde.

Ahora, estos que fueron inducidos a pensar esas cosas feas de una institución, no sé si se dan cuenta de su grave e histórico error, pero sí sé que están pidiendo a gritos que el Estado, esa institución “inservible” a la que dejaron vaciar  limitando gravemente sus funciones esenciales, esas gentes, decía, piden  a gritos que el Estado les saque el coronavirus de frente a sus narices.

Se dice, con cierta ligereza (o por lo menos a mí me parece así) que la humanidad, el continente o el país (según los límites que cada dicente le ponga a su análisis) está frente a una oportunidad de profundo cambio  para mejorar como especie, como ciudadanos, como vecinos y, por qué no, como familiar.

El coronavirus ha desencadenado, junto con la pandemia, una copiosa lista de especulaciones esperanzadoras y de las opuestas. Me parece demasiado improbable que una consecuencia de esta peste sea un cambio en los hábitos de los muchos y variados modos contaminantes del medio ambiente que hoy coproducen “bienes” para nuestro consumo y males para el planeta.

Por ejemplo, no creo que Monsanto o similares dejen de fabricar veneno en forma de fertilizantes, ni tampoco que los pules de siembra dejen de producir soja parar detenerse a admirar las aves en la copa de los árboles  que no deforestaron.

Los daños que hacen a la gente y al planeta (si esto pudiera separarse) las empresas, las corporaciones o los capitales financieros no van a cesar porque nunca van a tomar conciencia del mal que generan. Es que no tienen conciencia ni la quieren tener. Su razón de ser es el poder de la acumulación permanente de dinero, no importa nada más. Nunca van a ceder sus posesiones. Habrá que buscar otra forma.

 

 

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