Septiembre

Hasta que vuelvan los abrazos

Cómo se transformó el trabajo docente durante la pandemia

La escuela pública cambió de manera vertiginosa, inesperada. No hay recreos, ni aulas y juegos compartidos. Se profundizaron las desigualdades tecnológicas y sociales. Y se incrementaron las jornadas laborales


Marcela Isaías

Hasta antes de la pandemia, llegar a la escuela y saludar a las chicas y chicos con un abrazo era lo más natural del mundo. Hoy se extrañan esos abrazos, los recreos y la presencia física para enseñar y aprender.

No se sabe bien cómo será la escuela pública que vendrá, pero sí que en este tiempo cambió de manera vertiginosa, inesperada. Se profundizaron las desigualdades tecnológicas y sociales, y se hizo imperiosa la necesidad de un Estado presente, igual o más que en otras crisis.

María, Carina y Andrea son docentes, hablan de todo esto, de cómo se transformó su trabajo y comparten el deseo de volver a abrir la puerta del salón de clases.

María Lenci es maestra de primer grado de la Escuela N° 149 José Hernández, de Pueblo Esther. Lleva 26 años en la docencia, incluidos 12 de trabajo en una escuela de Alemania.

También es profesora de teatro. A su tarea la defiende y sostiene desde “lo vivencial, lo lúdico y lo presencial”. Lo necesario para que el aprendizaje tome forma compartida y solidaria.

“Ahora el trabajo es más individualizado, personalizado, casi de maestra particular”, grafica para explicar cómo la pandemia desplazó “ese ida y vuelta de la construcción colectiva”. Y cómo ese encuentro pedagógico ahora está mediado por un dispositivo, un adulto y un tiempo de respuestas que es “cuando se pueda”. No siempre hay un celular a mano, menos una computadora.

María dice que el debate sigue estando entre asegurar una presencia básicamente afectiva y el bombardeo de contenidos. Lo que es seguro –subraya– es la dimensión política del trabajo docente: “Que un niño aprenda no sólo es mi obligación, es mi tarea como garante de ese niño que es sujeto de derecho de la educación”.

Afirma que el Estado tiene que apoyar a la docencia y asegurar igualdad de oportunidades para las infancias: “Yo no puedo dar clases por zoom porque de un grupo de 30 niños y niñas solo tengo cuatro con wi fi”.

María dice que aún no sabe qué es mejor, si volver a la presencialidad (protocolos mediante) o seguir a la distancia. Eso sí, la pandemia le confirmó un reclamo histórico del magisterio: “Deseo que algún día se tome en serio que lo que una puede generar con un grupo de 15 alumnos no lo puede hacer con 30”.

El jardín en la casa

Carina Villata lleva 25 años en el nivel inicial, la mayoría de ese tiempo (17 años) trabajando en el Jardín de Infantes N°253 Río Marrón, de Granadero Baigorria. “Lo que más se extraña es ese momento cuando se abre el portón y los chicos vienen como en una carrera a abrazarte”, dice, y enumera el sinnúmero de ideas que desatan esos abrazos.

Siempre habla en plural y lo remarca: “Estamos acostumbradas al trabajo grupal, a lo colectivo”. Una fortaleza que les facilitó ponerse de acuerdo rápidamente para encontrarle la vuelta a la distancia: “La meta fue el jardín tiene que llegar a la casa”.

Carina había invitado este año a las familias a asistir al jardín los viernes a leer el Dailán Kifki, de María Elena Walsh, pero no se pudo. “Esta vez lo hicimos virtual. Es una experiencia que llegó para quedarse. Lo narraron desde una tía que vive en el sur hasta una abuela que no se puede mover y no podría haber venido al jardín personalmente”.

Dice que al nivel inicial hay que volver “cuando se pueda abrazar”. Y coincide en que hace falta una fuerte inversión del Estado para garantizar las tecnologías en los hogares y en el trabajo docente.

Enlazar las áreas

Días antes de que comenzara el aislamiento sanitario, en la escuela secundaria en la que trabaja Andrea Gandolfo discutían cómo regular el uso de los celulares en las horas de clases. “¡Qué loco todo!”, ironiza hoy.

Andrea es profesora de educación física con más de 27 años en la docencia. Trabaja en el Anexo N°1.515 de Villa Gobernador Gálvez y en la Secundaria N°515 de Pueblo Nuevo. Tiene unas 400 alumnas y alumnos y a todos reconoce por su nombre.

Dar clases en el patio, con el cuerpo y el movimiento era lo que distinguía su labor hasta marzo pasado. Su trabajo y el de sus compañeras fueron mutando.

Pasaron por momentos contradictorios, y hasta se sintieron muy solos como docentes. Enfocarse en lo interdisciplinario fue una salida clave.

A modo de ejemplo comparte una rica experiencia donde se enlazaron las áreas de lengua, literatura y su disciplina: “Pensamos en la reivindicación de la mujer por el lado del deporte y tomamos el ejemplo de La Bonita (Daniela Bermúdez), famosa boxeadora nacida en Villa Gobernador Gálvez. Un trabajo que impactó en los chicos”.

Asegura que para el regreso a lo presencial es urgente “pensar la escuela desde lo humano”. Y eso implica achicar brechas y atender los edificios escolares.

También quiere que se remarque que en estos meses se multiplicaron las ollas populares y que para sostenerlas hay padres que hasta aportan plata de su IFE (Ingreso Familiar de Emergencia).

“Quiero que se sepa que aquí el que poco tiene ayuda al que no tiene nada”.

Sobrecarga laboral

Para el 80 por ciento del magisterio público el trabajo se incrementó notablemente en la pandemia y la mayoría pone sus propios recursos para enseñar, lo sostiene de sus bolsillos (Encuesta Salud y condiciones de trabajo docente en tiempos de emergencia sanitaria Covid 19, Ctera).

A su vez, el propio Ministerio de Educación de la Nación difundió resultados de la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógico (septiembre 2020), que señalan que “la barrera tecnológica fue la principal dificultad para la comunicación de docentes y estudiantes”.

 

 

 

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