Opinión

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¿Cómo (no) hablar del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner?


Desde el Centro de estudios: Problemáticas Filosófico-Políticas Contemporáneas, de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR)*, expresamos nuestro absoluto repudio al atentado que sufrió la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.

Si bien la peor tragedia que podría haber ocurrido no tuvo lugar, lo acontecido la noche del jueves 1 de septiembre instaló miedo en amplios sectores de la sociedad, sentimiento que para quienes nacimos y crecimos en democracia es de una novedad espantosa.

Por ello hoy nos resulta apremiante plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo no hablar del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner? Porque consideramos que en torno a esta cuestión  radican problemas que para ciertos discursos de la política resultan inenarrables. Por un lado, al modularla se impone por fuerza el sentido imperativo del interrogante: ¡¿Cómo vamos a callar?! es decir, cómo vamos a enmudecer frente a lo sucedido, o bien, ¡¿cómo vamos a evadir manifestar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que necesitamos decir?!

Y por otro lado, reverbera implícito su otro sentido, a saber: ¿cómo, si se habla, evitar hablar de manera precipitada de eso?, ¿cómo (no) hablar de lo que hay que hablar?, cómo hablar con la lengua advertida de ciertos simplismos, abusos, aberraciones, complicidades y silencios que no hacen otra cosa que reproducir la vigilancia de aquello que debe decirse.

Lo sucedido, creemos fervientemente, demanda cuidados; pero, no de aquellos que conservan el decir subordinándolo al miedo, sino aquellos otros que instan políticamente a no matar la palabra, pero tampoco dejarse gatillar por ella.

Entonces, interpelamos:

La coincidencia en una imagen de los llamados enunciados de odio, con la mano que gatilla a centímetros del rostro de CFK, es motivo de desconcierto: mientras que a algunos nos dejó entumecidos frente a la pantalla, tanto por su irrupción como realidad, como por la tragedia que podría haber ocurrido si la bala salía; a otrxs les parece un “montaje”.

Ante semejante disyunción, ¿cómo asumir ese desencuentro afectivo, entre los que aún temblamos y los que ven sólo memes o un inconcluso deseo de sangre en loop? ¿Qué democracia es realizable cuando compartir el lenguaje se torna imposible, cuando palabra e imagen, saber y sentido aparecen disociados? ¿Dónde queda el discurso que alega alegremente sus apuestas por la racionalidad comunicativa como soporte y garante de los consensos básicos de convivencia?

La apelación al concepto de violencia política para nombrar lo sucedido, noción que hasta hoy era usada y pensada para explicar los años más trágicos de la historia de nuestro país, en este momento tiene un profundo valor político y constatativo, nos devuelve cierto grado de consciencia en torno a la precariedad de las normas mínimas que sostienen nuestro vivir en común.

Decir que lo ocurrido es violencia política implica reconocer un problema urgente; pero, ¿cómo no hablar también de atentado “terrorista”, si existe un minoritario pero ruidoso sector de la sociedad civil, amplificado por medios de comunicación y likes en redes, que está optando por ejercer el terror sobre los cuerpos de las y los militantes del kirchnerismo y sectores políticos afines? Pues pareciera que la categoría terrorismo de derecha, si no es en ejercicio de las instituciones estatales resulta impracticable, o al menos difícil de decir. ¿Y esto a qué se debe?

Desde 1983 la calle ha sido un lugar de pedagogías democráticas: de encuentro, luchas y correlaciones de fuerza pero también de fiestas comunitarias, por eso ¿cómo no hablar de terrorismo cuando, desde el jueves pasado, sabemos que nuestra forma de ocupar el espacio público cambió, que la libertad política con la que habitábamos la calle ahora se ve asediada por el miedo a estar expuestxs a las balas de uno o varios lobos?

Y con este mundo de palabras que irrumpen desde el jueves 1ero y con el espanto que produce su anacronismo –atentado, violencia política, guerra civil, magnicidio– ¿cómo no volver a hablar de defensa, de defensa de la democracia, de autodefensa?, ¿cómo no encontrarse ante la necesidad de pensar estrategias de cuidados, insistimos una vez más, en los espacios de expresión pública que no redunden en formas de policiamiento sobre el otro?

Lo ineludible en el contexto actual

Tres cosas son ineludibles.  Una es que hay demandas concretas de sangre y que éstas no tienen prefijos que la sitúen en los márgenes de los extremos políticos; más bien, se tornan centrales y no aisladas, mucho menos perdidas, en todo caso armadas y con miras. La otra es que dicha demanda se sostiene argumentativamente en una condena que ya fue social y mediáticamente realizada. El kirchnerismo es culpable y criminal, lo que justifica que se lo ajusticie: si no es la cárcel, que sea una bala. Pues, del ejercicio del Estado de Derecho a la condena social, la violencia política se vuelve civil y popular.

La tercera es que el alcance de dicha violencia abarca sensiblemente a todos los cuerpos militantes, ya sean los de las disidencias, de lxs pobres y racializadxs, como así también los de la militancia ambientalista que impugnan por un buen vivir. Es decir, al recaer el atentado sobre la cabeza de la mujer que encarna las promesas de justicia social, la amenaza se extiende sobre todos los colectivos que esperan encontrar en la calle y en la organización un lugar para la demanda por un reparto más justo de derechos y reconocimientos y para la creación de otras formas de vida más dignas que las actuales.

Ante estas cuestiones urgentes exhortamos a recuperar la asamblea como el lugar de discusión política.

*Centro de estudios: Problemáticas Filosófico-Políticas Contemporáneas, de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). seminario.cepfilo@gmail.com

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