Espectáculos

Claudia Piñeiro. El silencio como motor de la escritura

“Escribo para ponerle palabras a silencios anteriores”, sostiene Claudia Piñeiro al describir las motivaciones que la llevaron a construir una novela de intensidad emocional notable, donde el dolor constituye la esencia de las vicisitudes de la protagonista.


LITERATURA
Una suerte pequeña
Claudia Piñeiro
Alfaguara / 2015. 233 páginas

Novela de una intensidad emocional más acusada que la de sus anteriores y exitosos textos, Una suerte pequeña pone a Claudia Piñeiro en un territorio diferente donde el dolor de su protagonista campea en forma compulsiva e inquietante. Una suerte pequeña se lee casi de un tirón y se entra en la dimensión de un accidente inexplicable y en su consecuente catástrofe emotiva con una mujer huyendo en busca de sosiego. Una mujer que volverá dos décadas después para confrontar esas imágenes nítidas que vivieron con ella como fantasmas. Una suerte pequeña es entonces la crónica de una mujer dañada que enfrenta la ciénaga de sus recuerdos y vuelve a hacerse visible ante aquellos que la condenaron y ante el sujeto remoto de sus desvelos, su propio hijo. Del dolor de la protagonista de su novela y de lo conmovedor de alguna de sus páginas; de la “amabilidad de los extraños”, que cita en boca de su personaje; del silencio en su escritura y del dolor que puede entrañar esa escritura habla Claudia Piñeiro a continuación.
—¿Pensás que “Una suerte pequeña” es más dura que otras de tus novelas?
—Me parece que las otras son más secas en cuanto a los sentimientos, no se meten con un sentimiento tan vívido como puede ser el dolor en todo caso. Elena fue es una novela donde hay más de esto que pasa aquí, de dolor; me parece que este es un drama privado que está más alejado del policial; creo que las otras son duras a su modo, y por ejemplo esta es la única que termina bien.
—Digo dura porque te conmueve de una manera distinta.
—Toca fibras que no tocan otras novelas mías, va hacia ciertos sentimientos y justamente cuenta lo que es el dolor y, si el lector se puede poner en ese lugar, también le duele; un montón de gente me dice que lloró.
—Es mi caso, con otras novelas tuyas no lloré y con esta sí…
—Viste que no es tan fácil llorar con un libro, te tiene que tocar alguna fibra en especial, en cambio con el cine es más fácil, uno se mete más rápido. Mucha gente me dijo que lloró y me lo dice desde un lugar en el que pudieron conectarse con un sentimiento tan íntimo como es emocionarte con eso que está pasando. Creo que el libro toca una de las fantasías más perturbadoras de cualquier padre.
—Para vos, ¿es posible una huida de la forma que se da en el libro?
—Yo a la protagonista la construí como un personaje que iba a huir, de manera que fuera alguien que en esa circunstancia, huiría; no todas las personas en esas circunstancias hacen lo mismo, y a mí me parece que una trama de una novela para lo que más le sirve a un autor es para contar los personajes, la trama es una excusa para contar los personajes, porque vos los ponés ante una situación límite donde tienen que tomar una decisión y en esa decisión vos sabés quién es ese personaje más allá de todo lo que te haya contado el autor de él, más allá de sus señas particulares, lo que lo define es su toma de decisiones en las situaciones límite. Pienso en frío porque uno no sabe qué haría de encontrarse en una situación como ésa: a lo mejor yo te diría que no hubiese hecho lo de esta mujer; entonces empecé a averiguar desde el punto de vista psicológico con qué familia, con qué circunstancias, con qué “mochila” tiene que venir una mujer para que en una situación así la mejor salida que encuentre sea huir.
—Hay en tu libro una frase que habla de “la amabilidad de los extraños”; ¿pensás que es difícil encontrar esa amabilidad en el entorno más íntimo?
—No sé si es imposible pero me parece que muchas cuestiones en nuestras vidas se definen por gente que no es de tu entorno; no quiere decir que la gente cercana no te ayude, pero a veces pasa que esa cosa trascendente vino de la mano de un extraño y uno se sorprende diciendo: “¡Uy, mirá la mano que me dio esa persona!”, porque incluso los que están alrededor tuyo no tienen posibilidad de hacerlo o no ven lo que te está pasando y hay otros que desde afuera miran y pueden verlo; a mí me pasó mucho en el ámbito laboral.
—¿En el ámbito de la escritura?
—Sí, yo tenía otra profesión y quise pasar al ámbito de la escritura, no venía de letras ni nada parecido, entonces dependía mucho de que otro creyera en mí; me pasó con Oskar Blotta cuando me pongo a trabajar en Emanuel, una revista femenina de vanguardia, que era muy de autor. Blotta sacó un aviso en el diario y yo que trabajaba como contadora pensé que me encantaría escribir en esa revista, así que le mandé una carta diciéndole por qué a mí me parecía que tenía que escribir en esa revista y finalmente me tomó, bueno, eso fue que alguien extraño creyó en mí a través de una carta y eso me permitió empezar con algo que tuviera más que ver con la escritura.
—En esta novela le das una importancia crucial al silencio, que en este caso funciona como el refugio de la protagonista ¿cómo dirías que funciona el silencio en tu escritura?
—De movida te digo que el silencio es en gran medida el motivo por el cual yo escribo. Yo, no digo todos, escribo para ponerle palabras a silencios anteriores, a esos vacíos de palabras que te quedan, y con posterioridad vos encontrás las palabras para contar determinada cosa que no es que sea autorreferencial ni autobiográfica pero que luego, con la magia de la ficción, es con lo que rearmás la novela, que no tiene un lazo directo con tu biografía pero que es absolutamente tuya, de lo más privado; el silencio para mí fue el motor de la escritura. En el libro anterior a este, Un comunista en calzoncillos, cuento que mi papá durante una o dos semanas se enojaba con mi mamá y no nos hablaba a nadie de la familia. Yo estoy como acostumbrada a estar en el silencio y mi cabeza funciona en ese silencio, y en esta novela la protagonista se pregunta en qué idioma tiene que escribir, si en el que uno aprendió a hablar o en otro que vino después y ella termina concluyendo en que hay que hablar en el idioma en que se hace silencio, que resulta más genuino para ella. Básicamente, esta mujer se fue 20 años a hacer silencio y los que estaban acá querían que ella hablara: es una novela totalmente atravesada por el silencio.
—¿Cuál fue el disparador de esta novela, hay algo autobiográfico?
—Siempre parto de una imagen aunque aquí tenía dos: alguien que estaba esperando en una barrera y tenía la sensación de que iba a pasar un tren porque sonaba la campanilla y la luz titilaba, pero el tren no venía, y la otra imagen era una mujer que se levantaba por la mañana y encontraba excrementos de algún animal en el balcón y empezaba como una investigación doméstica para ver qué animal o insecto era el que la visitaba, y me preguntaba cuál novela escribiría primero, la de la barrera o la de la mujer del balcón, y un día decidí que iba a ser la misma mujer e iba a ser una sola novela. No hay nada autobiográfico en el sentido directo pero los que escribimos sabemos que mucho de lo que se vivió está en nuestros libros; yo viví en Burzaco y una de las barreras principales del pueblo no funcionaba nunca y vos tenías que ir al otro lado del pueblo y tenías que tomar la decisión de si cruzabas o no, porque si no tenías que dar un rodeo enorme para llegar al otro lado, entonces cruzabas, no te quedaba otra.
—Hay mucho dolor en tu novela, ¿pasás por zonas de dolor cuando escribís?
—Cuando escribo, necesariamente no; si lo que estoy escribiendo tiene que ver con el dolor paso por zonas de dolor anteriores pero no es que la escritura sea una zona de dolor, y también a mí me conmueve lo que estoy escribiendo y en las relecturas hasta llegué a llorar; era lo que estaba pasando en la historia y entonces te conectás con otros dolores, no necesariamente con el dolor exacto de lo que estás contando.
—El título de un libro, ¿puede cambiar el espíritu de lo narrado si viene después?
—Sí, hay novelas donde el título surgió desde el primer momento y hay otras novelas en las que llego al final y no tengo el título; para Las viudas de los jueves tenía como 58 títulos posibles hasta que elegí el que me iba mejor, y en esta había dos o tres dando vueltas y finalmente me decidí por el que lleva pero había otros; en esta novela no estuvo claro hasta el final: había otros dos que también iban bien.
—¿Pensás en algún lector cuando escribís?
—No, de Las viudas de los jueves se vendieron 500 mil libros; ponele que de esos lo leyeron la mitad: imaginate que no puedo tener ni la menor idea de quién es mi lector; el otro día una actriz súper conocida me mandó un mensaje diciendo que lo estaba leyendo, escritores amigos me dijeron que leyeron la novela, o sea, no tengo la menor idea de quién es mi lector, son muchas personas diferentes. De todos modos cuando escribo pienso en alguien del otro lado; lo que no sé es quién es. Creo que la escritura es un acto de comunicación y, como dice Sartre, si no hubiera una cabeza donde se arma eso que uno escribe se trataría sólo de manchas negras sobre papel blanco.

Comentarios

10