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Ciudad Gótica: 27 años y más de mil títulos, con tesón y deseo también se edita

Pese a los malos vientos de la pandemia, la editorial rosarina continúa un derrotero cargado de experiencias en la edición de narrativa, ensayo, poesía y colecciones especiales, y en la producción de ciclos y encuentros. "Gótica", como se la conoce, tiene al escritor Sergio Gioacchini como factótum


Las consecuencias del embate de la pandemia del covid-19 afectaron a todo tipo de industrias.

Una de ellas es la cultural, y en ese universo amplio y diverso que implica  ese quehacer, las editoriales se ven en serias dificultades; sobre todo las más chicas, que suelen tener una factura artesanal que se traduce en la pasión y el cuidado que aplican a sus ediciones.

En la actualidad la producción de este sector está jaqueada pero no obstante la mayoría sigue remando a través de la persistencia virtual –páginas web, redes– y de las inventivas más osadas para consumar ediciones y llegar al lector.

Rosario tiene muchas de estas editoriales, hoy reconocidas en el ámbito nacional-internacional por sus catálogos y colecciones; entre ellas hay una que se acerca a las tres décadas de existencia y alcanza la friolera de mil títulos publicados que van desde literatura infantil hasta ediciones especiales e ilustradas de, por ejemplo, el Martín Fierro, o la historia de la llamada Trova Rosarina, hasta obras completas de escritores locales –narrativa, ensayo– de vasta trayectoria.

Se llama Ciudad Gótica, y en sus inicios fue una revista literaria con el mismo nombre donde hicieron sus primeros lances una buena cantidad de jóvenes que hoy despuntan en ligas mayores.

Sergio Gioacchini es su factótum y en la conversa que sigue se evidencia su pasión por la tarea a la que dedica sus horas; además de editor, Gioacchini es escritor, y como no le teme a ensuciarse las manos con tinta, fue también su propio imprentero.

Es un actor activo de la movida cultural local desde su función en algunas ediciones del Festival Internacional de Poesía hasta el armado de ciclos o encuentros de escritorxs jóvenes rosarinos.

Amigo más que editor de quienes publican en Ciudad Gótica, a Gioacchini le gusta definirse como “… un laburante, leo, escribo, imprimo, corrijo, publico, me comprometo con el momento histórico… el trabajo y la trayectoria quedan en la memoria colectiva de todos los participantes y los que creen en la independencia y la felicidad de estar juntos en la creación”.

—¿Cómo surgió el nombre de la editorial? Dirigiste y coordinaste la revista literaria del mismo nombre, ¿qué surgió primero?

—La revista se presentó por primera vez en la librería Logos, en calle Entre Ríos, frente a la facultad de Humanidades y Artes, en 1993.

Veníamos haciendo lecturas y ciclos –casi siempre coordinados por Beatriz Vignoli– y un día propuse hacer la revista para editar todos esos textos que  quedaban en el fondo del cajón.

Había mucha movida cultural, pero en ese momento queríamos hacer algo así como una vanguardia.

El nombre surgió de una votación entre los participantes del primer número. Aunque yo le puse como copete “Rosario no deja de chorrear”, ya que el gótico (y en ese momento lo entendía como el movimiento medieval  donde las agujas de las iglesias apuntaban hacia el cielo y cada vez más alto) y Rosario, con sus ligas de la decencia parecía que más que ir para el cielo, apuntaban hacia abajo, por eso el drawning painting del chorreado.

La editorial surgió  de esa profusión que significaba tener un lugar donde expresarse.

Había escritores muy jóvenes como Patricio Pron, que todavía estaba en la secundaria; Javier Núñez, que en ese momento aportaba ilustraciones, no textos; Patricia Suárez, escritora de teatro y ficción; el Polaco Abramowsky, que recién estaba arrancando con El Coelacanto, entre muchos otros.

Beatriz y yo, éramos un poco los conductores de la movida.

Hitos en el camino

—Casi 27 años de existencia de editorial Ciudad Gótica; qué cosas funcionaron como hitos en todo ese tiempo que te dieron el aliento suficiente para seguir, ya que seguramente hubo desánimos y crisis económicas en el camino.

—Muchos hitos a lo largo de todos estos años. La aparición del talento de Andrea Ocampo, la continuidad de personajes amados como Silvio Ballán, Norman Petrich, Gustavo Reyes, Luciano Trangoni, Fabricio Simeoni, Carlos del Frade, Cristina Martín, Sergio Fuster, Sergio Ferreira, Ariel Montanari, Lisando Notario, Liliana González, Fernando Marquínez (por nombrar a algunos), fueron importantes y definitorios.

Se hicieron –y se siguen haciendo– los Encuentros de Escritores Jóvenes con una participación cada vez mayor de narradores y poetas de los colegios secundarios; los numerosos ciclos con los consagrados como Jorge Isaías, Rubén Plaza, Carlos Piccioni, Hugo Diz, César Bisso, Guillermo Ibáñez.

Pasamos por todas las malarias económicas (pestes recurrentes en nuestro país), como diciembre de 2001, y aun así seguimos editando.

Lo que siempre nos unió fue el amor a escribir, a comunicar, a juntarnos, a saber que todo lo que veníamos haciendo producía impacto social. Claro que hay reveses, gente que critica, de esos que te ven actuar, generar eventos, pero su aporte es sólo una crítica nada constructiva.

—¿Qué tiene la editorial que la haría formar parte del paisaje cultural local –mil títulos es todo un logro–, en qué características podría pensarse relacionadas con Rosario?

—La manera de ver y sentir que tienen todos los que comparten el mismo lugar y tiempo que nosotros.

Siendo parte, gozando y padeciendo los avatares de lo que nos tocó vivir. La Trova Rosarina nos había dejado la vara bien alta, ya que las letras de sus canciones-poemas recorrían todas las geografías y eran disfrutadas y vivenciadas por todas las generaciones.

El devenir político del país nos atravesaba y las formas de ver cómo salir de esa encrucijada nos hacía juntarnos, matear, charlar, generar reflexiones y controversias; empezaba a existir el Festival Internacional de Poesía, y otra vez esa vara alta, esos autores de todo el país y del mundo nos hacían sentir que estábamos en una senda expresiva, en una manera de ser artistas que no tenía vuelta atrás, que ese era el camino que habíamos elegido.

Las manos en el papel

—¿Cómo definirías tu trabajo como editor, de qué te gusta más ocuparte o te proporciona más placer? Recordá una experiencia agradable y otra desagradable

—Algunos años después de la revista comenzamos a editar libros. Al principio de manera tímida, errática, después con la intensidad propia de lo asertivo.

Con tantos títulos publicados, las instancias de las presentaciones, conocer a los autores, sus expectativas, estar en la cocina de la edición, es de sumo placer para mí, que además de venir del mundo de la literatura y ser amante de los libros, también fui y soy imprentero, metí, y aún meto mis manos en el papel, las tintas, los diseños, las correcciones, leo todos los libros, los que se van a hacer y los que no.

Lo que más me ha entristecido fue la desaparición de Ulises Oliva, un compañero que trabajó en la editorial, con quien hicimos viajes, presentaciones, ferias del libro, charlas y ciclos de lectura. Fue un golpe muy duro que aún hoy me cuesta superar.

—¿Cuáles son los criterios estéticos y éticos que rigen las publicaciones y en qué casos tuviste dudas acerca de su viabilidad?

—Pasamos por tantas historias, por tantos riesgos económicos, políticos, sociales, deseos de no dejar de hacer lo que uno ama, que los criterios también fueron cambiando.

Se intentó hacer las cosas profesionalmente, pero no siempre se lograron. Recuerdo la presentación en 2002 del libro Las siete velas del Clásico de Jorge Isaías, que fue en el centro cultural Fontanarrosa (ex Rivadavia).

Estábamos con el Negro Fontanarrosa compartiendo el escenario y en ese momento editar era todo un desafío, por la escasez del papel, del plastificado de tapa, pero igual todo se hacía y se comunicaba.

No sólo era importante el objeto sino también el acto, juntarse, saber que no estábamos solos, que los grandes autores (Angélica Gorodischer, Alberto Lagunas, entre otros) estaban cerca, que a pesar de la corta edad que teníamos como editores, habíamos conseguido su respeto y reconocimiento.

No teníamos miedo de la viabilidad, siempre se hacían los proyectos, a como diera lugar.

Ahora estamos más afianzados. La incorporación del programador Alberto De Lorenzi nos abrió la puerta al mundo de las redes, a un nuevo concepto del manejo editorial.

Y somos más efectivos, estamos mejor expuestos públicamente, con una nueva oficina donde trabajamos y donde pronto (cuando esta situación extrema se acabe) haremos presentaciones, cursos y daremos charlas y conferencias.

Demasiado anarquista

—¿En qué medida una editorial independiente debe ser protegida como industria cultural x el Estado?, ¿ocurre eso en la actualidad?,

—Nunca entendí muy bien el concepto de editorial independiente. Imagino que debe concebirse como una editorial que no depende del Estado, en cuanto a sus recursos y sus trabajadores.

Las editoriales deberían ser independientes; ahora han surgido cientos de editoriales, muchas de ellas manejadas con personal que sale de editoriales oficiales o que aún están en ellas.

Yo no puedo pertenecer a ese tipo de editoriales estatales, quizás sea demasiado anarquista para creer en los compromisos políticos, en las deudas políticas, en los autores que trabajan para medios y sus maneras de presionar para ser editados.

Me gustan los creativos, tanto para escribir, como para armar un propio recorrido y que la fuerza surja de los textos y no de los contactos.

Muchos de estas nuevas editoriales aparecieron para recibir subsidios y premios del Estado. Yo no creo en eso.

Sé que hay “premios estímulo” muy importantes, pero también que eso no es todo.

Soy un laburante, leo, escribo, imprimo, corrijo, publico, me comprometo con el momento histórico y no solamente con los gobiernos de turno.

Esos pasan, pero el trabajo y la trayectoria quedan en la memoria colectiva de todos los participantes y los que creen en la independencia y la felicidad de estar juntos en la creación.

Los egos sublimados, en general, van por otro camino, distinto al que yo he pretendido y buscado a lo largo de estos casi 27 años de existencia, sin dejarme ganar por el desánimo.

Sergio Gioacchini nació en Chabás, Santa Fe. Ha publicado Viento y azar (poesía, 1989), Simple blues (novela, 2000; primera Mención Concurso Novela Policial realizado por la Universidad Nacional de Rosario), Poemas erráticos (poesía, 2001), Fermento (novela, 2003), Poetas de Rosario: Desde la otra orilla (Granada, España, 2004), Mujeres golpeadas (narraciones, 2008) y A menudo nos disparan (43 x Ayotzinapa), 2016, entre otros. Colabora y publica en diversos medios. Participó en la organización del Festival Internacional de Poesía. Organiza el Encuentro de Escritorxs Jóvenes (8 ediciones). Es director, desde 1993, de la editorial Ciudad Gótica y de la revista del mismo nombre

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