Ciudad

El pasado que vuelve

Cines, payadores y bailes en los 40, y la Pichincha donde Atahualpa Yupanqui anduvo con su guitarra

En la ciudad había 49 salas en funcionamiento, 20 de ellas en barrios. En la zona de Pichincha se destacaron varios biográfos. El historiador Eduardo Guida Bria cuenta sus historias y los otros eventos sociales que eran furor por aquellos años


Cine Teatro Casino - Pichincha y Jujuy esq. noroeste

El primer cine de la ciudad de Rosario fue inaugurado a fines de 1898. Fue el cinematógrafo Lumière, que funcionaba en Rioja 1151, entre las calles Libertad (hoy Sarmiento) y Progreso (Mitre).​

Hacia 1950, en la ciudad había 49 salas en funcionamiento. Los cines funcionaban como movilizador de cada barrio rosarino, porque estaban en casi toda la geografía urbana: 20 de ellos estaban en los barrios.

La primera ola de cierres se produjo en la década del 60, posiblemente por el advenimiento de la televisión. Esa avanzada se llevó puestos algunos cines céntricos y muchos barriales. Entre ellos, el Marconi, luego Splendid (Mitre esquina Pasco), el Empire Theatre (Corrientes 842), el Bristol Palace (Maipú 1174), el Select (Alberdi 253), el Alvear (Córdoba 2357), el Edén Park (avenida Pellegrini 1235), el Esmeralda (avenida Pellegrini 1371), el Gardel (Ovidio Lagos 790), el Belgrano (San Martín 1099), el Alberdi (Superí 690), el Luxor (Urquiza 4500), el Tiro Suizo (San Martín 5225), el Apolo (9 de Julio 385), el Roma (Mendoza 6490), el Victoria (Cafferata 373), el Mendoza (Mendoza 5050), el Roxy (San Juan 2450), el Ocean (bulevar Rondeau 750), el Rosario (Alem 3169), el Normandie (Salta 2955), el Godoy (Riobamba 3575), el Star (avenida 27 de Febrero 1065), el Ópera (Alberdi 620), el Astoria (San Martín 3302), el Odeón (Mitre 754), el Venus (Arijón 2731), el Luján (Presidente Perón 3302).

Dibujo de la fachada del Cine Gardel, de Ovidio Lagos 790.

 

Las demoliciones e incendios, como el ocurrido con el mítico Astral en 1970, también forman parte de la historia de los fantasmas de la modernidad rosarina.

En Pichincha

El historiador Eduardo Guida Bria cuenta que durante las décadas del 40, 50 y 60 la cinematografía fue la principal atracción de las familias rosarinas. En la zona próxima al barrio Pichincha, se destacaron biógrafos como el “Gardel”, en avenida Ovidio Lagos 790. Primero se llamó “Café Cinematógrafo La Plata” (en calle Córdoba 2850) y años después mutó por “Cine Teatro Edison”. Recién en 1936, con la desaparición del zorzal, pasa a denominarse “Gardel”.

Programa del Cine Gardel de Ovidio Lagos 790.

 

También estaba el “Rivadavia”, que ofrecía funciones en la esquina sudoeste de Mendoza y Suipacha y cerró en 1962. Otro era el “Cervantes”, cuya fachada en San Juan 2550 aún está en pie.

Cine Rivadavia.

 

Uno de los más recordados es el “Cine Teatro Casino”, ubicado en la esquina de Ricchieri (antes calle Pichincha) y Jujuy, que se inauguró el 17 de marzo de 1914. Alternaba teatro y cine, cerró en 1960 y reabrió varias veces hasta su clausura definitiva.

De cines a bailes

Hacia la década del ‘40 tomaron impulso también los bailes en clubes sociales y deportivos de la zona. Desde los llamados “Bailes Blancos” de Plaza Jewell a los de similar estilo programados en Alberdi por los clubes Regatas Rosario y Remeros Alberdi, de tipo elitista. Los animaban conjuntos musicales rosarinos como los de Abel Bedrune, Atilio Cavestri, “Los zorros grises” de Alfredo Dandrea o “Los dados negros” de Juan Risiglione. Se destacaban en esos años la “Panamá Jazz” y las orquestas típicas de Julio Conti, Luis Chera, Francisco Plano y Leónidas Montero, con cantores como Pedro Bassini, Ricardo Landi, Alfredo Beluschi y José Berón, entre otros.

Bailes Blancos en Plaza Jewell-1942.

 

Payadores

Guida Bria relata que la zona de Pichincha disponía de varios recintos donde los payadores acaparaban la atención de una audiencia fiel en ambientes colmados de humo y aromatizados por las frituras y los asados a la parrilla.

Compadrito posando en una esquina.

 

Algunos de ellos, como Luis Acosta García, de encendido numen anarquista, han pasado incluso a la historia de la música popular argentina por sus méritos artísticos.

Otros, la mayoría, se perdieron en el anonimato o quedaron apenas como una mención elogiosa pero difusa de añosos sobrevivientes del esplendor prostibulario rosarino, como aquel cantor de vos melodiosa del que sólo se rescata el mote de “El tuerto Guimond”.

Atahualpa en Pichincha

Mucha mayor suerte tendría otro cantor que por aquellos lejanos años entre el 20 y el 30 supo andar haciendo sus primeras armas como cantor y guitarrero en Pichincha y tras de cuyo real apellido Chavero se escondía entonces el que luego sería internacionalmente respetado y admirado Atahualpa Yupanqui.

Litto Nebbia recordó que su padre, cantor melódico que se presentaba como Félix Ocampo, vivía en una pensión de Pichincha y solía compartir en el barrio jornadas de mate y fiambre con Chavero. Y que fue él quien le sugirió adoptar el nombre artístico de Atahualpa Yupanqui.

El barrio de Pichincha también tuvo a “El Cachafaz rosarino”. Era Alberto Donaire, de figura alta, delgada y con un andar entre elegante y compadrito, que al caminar taconeaba las baldosas. Hablar de “Don Alberto” es hablar de “tangos”, que se reflejaban en su rostro como picado viruela y con una tez trigueña. Aparecía entrada la madrugada y sus ojos de tono gris verdoso, seguramente verían el amanecer de cada día.

Era conocido en todos los barrios, cafés, boliches, salones de baile, teatros y cualquier sitio donde hubiera música, mujeres y alcohol. Cada vez que ingresaba a un sitio, muchos parroquianos que lo conocían levantaban su sombrero para saludarlo. Otros que lo conocieron más en profundidad sentenciaban: “El tango fue su destino, el tango será su fin”. El bailarín Silvio Puertas dijo que “El Cachafaz” era un danzarín de tangos de lo más completo que había conocido y agregaba que tenía figura y personalidad.

Donaire era famoso también en otros ámbitos más selectos y en ocasiones era convocado, como por ejemplo al Jockey Club. El dirigente, doctor Batallán, al verlo bailar, expresó: “Yo no sé si él nació para el tango o el tango nació para él”. Con el correr de casi cincuenta años de trayectoria fue distinguido con valiosos premios otorgados por la Municipalidad, amigos del Club Oroño, por los de Maciel, la Sede Provincial del Tango, Club Artigas y tantos otros.

En otras zonas también, los organilleros

El historiador Guida Bria trae el recuerdo de los rosarinos los organilleros. A fines del siglo XIX, en los bailes que se realizaban en los suburbios de Rosario, la música que se escuchaba era la de órganos mecánicos, cuyos propietarios eran contratados especialmente para esa tarea.

Estos organilleros recorrían las calles de la ciudad a toda hora del día, haciendo oír valses, mazurcas, polkas, y marchas, y a su término, mediante un platillo, recogían las chirolas con que voluntariamente los recompensaba el auditorio.

Años más tarde se agregó al órgano una cotorra en una pequeña jaula y frente a la puerta de ésta, una caja con hojitas de papel de distintos colores. Cada hojita tenía impreso un pronóstico sobre el futuro de alguien y también el número que debía jugar para ganar a la quiniela.

A pedido del interesado, previo pago de 10 centavos, el organillero ordenaba a la cotorra extraer una de las hojitas con su pico.

El contenido de ese papelito que el ave tomaba al azar, y que el organillero entregaba al interesado, éste lo tomaba como su vaticinio personal.

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