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Chicos con palabras mayores

Por Ana Laura Píccolo.- Cuando la lógica tumbera hace que los pibes recluidos en el Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario hablen con el cuerpo, el escritor Fabricio Simeoni les propone cada semana recurrir al poder de las letras para escapar del encierro.


simeoni

En cualquier rincón de la ciudad un taller literario es un espacio para acercarse a autores, enriquecer la lectura o afinar estilos de escritura. En el Irar, la cárcel para chicos que todavía no cumplieron la mayoría de edad, es una bocanada de oxígeno, una ventana sin rejas, una luz en la oscuridad diurna de paredes adentro. Fabricio Simeoni lo sabe bien. Porque cada miércoles, cuando se interna en el encierro ajeno para aportar su granito de arena, sabe que allí no hay lugar para el realismo sucio de Bukowski ni la tristeza aguda de Pizarnik. Y que apenas si caben las palabras. Por eso, cuando la lógica tumbera hace hablar a los pibes con el cuerpo, Fabricio pone el suyo y les muestra el poder de la palabra.

“No todo es literatura en la vida”, dice con una sonrisa antes de arrancar el taller que coordina desde hace cuatro años y al que describe como un espacio informal que suele tornarse “anárquico”, porque las actividades dependen “de la cara del pibe, de cómo me mira, de sus ganas”. Así se manifiesta más cercano al brasileño Paulo Freire que “al formalismo al que acude el sistema educativo: el pibe no se queda con lo que uno le da pedagógicamente. Yo creo mucho más en eso de ocupar un espacio y reconocerse en el lugar que uno ocupa. Siempre sostuve mi lugar en la pedagogía de la presencia: quiero estar ahí, poner el cuerpo, mirar a los ojos, sentirme mirado”.

Fabricio sufre una atrofia espinal progresiva desde el año de vida que no le impidió desarrollar su carrera de periodista ni destacarse como escritor con la publicación de una decena de libros, aunque en el Irar, donde reconoce que la silla de ruedas lo ayuda a acercarse a los chicos, la búsqueda es otra. “No es por ser demagogo. Pero cuando la cosa da para que profundicemos hablamos de la metáfora del encierro. Yo siempre les digo a los pibes que uno está preso de tantas cosas en la vida”, describe.

Sus visitas comenzaron como invitado hasta que le ofrecieron hacer un taller en forma permanente: “Al principio tenía un miedo lógico, casi escénico. Porque había una diferencia entre lo que estipulaba de lo mental y el espacio. ¿Cómo voy a venir yo a hablarle de literatura a los chicos, donde desgraciadamente hay un grado de analfabetismo exacerbado, donde el encierro les genera un tedio insoportable y no encontrás manera de estimular el deseo? Sin embargo, la convocatoria ha sido maravillosa. Ellos mismos pidieron que siga viniendo”, cuenta.

“Han pasado chicos que ni siquiera podían escribir su nombre. A ellos hay que hacerlos trabajar con la imagen. A veces están tan vulnerados psicológicamente o su posibilidad de expresarse está tan coartada que al ver que no pueden hacer tal ejercicio ni siquiera hablan, se callan o se alejan del grupo. Y no lo podés obligar, tenés que buscar la manera de seducirlo”, explica tras enumerar sus fórmulas mágicas.

“El dibujo es fundamental. Porque expresan con imágines lo que otros hacen con palabras. Lo lúdico siempre sirve, aunque en general prefieren hablar. Explotar al máximo esa posibilidad que te da el lenguaje, la expresión. Hablamos, cuentan historias”, explica el escritor que pone la palabra, “como un motor inmóvil”,  por encima de todo.

Otra característica de su taller es ser “abierto”, lo que permite que cualquier persona o artista pueda participar. “Muchas veces traigo invitados que poco tienen que ver con la literatura, como un músico, un mago, un actor, cosas que sean aleatorias. No es que la literatura pasa a un segundo plano, otro lenguaje también puede manifestarse y aportar algo. En la literatura en sí juega mucho lo epistolar. Los chicos escriben cartas todo el tiempo. A sus novias, a sus hijos, a sus madres”, explica Fabricio para luego aclarar: “La idea no es absolutamente salvadora, esotérica ni religiosa, de venir a creer que el mundo va a poder cambiar repentinamente gracias a la literatura. Sino aportar un pequeño grano de arena para que primero haya una reconstitución subjetiva del pibe. Y después volver al deseo, despertando como pequeños anhelos”.

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