Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Celebración de la primavera: un rito indestructible que este año quedó bajo el invierno de un virus

A pesar de los cambios disruptivos ocurridos en los últimos 40 años, el placer de los jóvenes ante la llegada de la primavera se mantiene inalterable. El encuentro de cada 21 de septiembre es un rito que abraza tradición y novedad al mismo tiempo, y por esto se ha mostrado indestructible… hasta hoy


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Finalmente, septiembre trajo la anunciada primavera con sus dones de nuevos brotes, flores que avisan sobre jornadas aletargadas, y una temperatura más amable, aún no sofocada por el bochorno veraniego. El clima de estos días, con su clásico temperamento irresoluto y volátil, siempre me remite a escenarios más cordiales que los actuales, plenos de sonrisas e indolencia juvenil. Picnics con sol o con lluvia, con frío o calor, en el club o en el campo, disfrutando de la pileta o embarrados… Nada hacía mella en nuestra despreocupación adolescente, que se aferraba fácilmente a cualquier situación que mereciera un festejo.
A pesar de los cambios disruptivos ocurridos en los últimos 40 años que han modificado cada resquicio de la vida cotidiana, el placer de los jóvenes ante la llegada de la primavera se mantiene inalterable, y las ganas de celebrar no se han visto disminuidas por los avances tecnológicos, ni por las artimañas del mercado con sus elaboradas propuestas consumistas. El encuentro de cada 21 de septiembre es un rito que abraza la tradición y la novedad al mismo tiempo, y por esto se ha mostrado indestructible… hasta hoy.
Porque este año, la típica celebración no incluyó grupos de jóvenes desbordados, picnics ni fiestas nocturnas. Las playas de La Florida, centro habitual de la “movida” estudiantil rosarina, con sus ceremonias de iniciación y preanuncio de final de clases, permanecieron desiertas y adormecidas. En esta ocasión no pudimos contar con el rebote de risas sin sentido, la explosión de físicos desgarbados, ni la maraña de cuerpos amontonados compartiendo un mismo padecimiento: el terror definitivo de abandonar la niñez.
En la ciudad, alrededor de 120 agentes de control fueron desplegados para prevenir las reuniones de personas en medio de la emergencia sanitaria, una tarea que se desarrolló sin demasiadas complicaciones. Al final de la jornada, el intendente Pablo Javkin, satisfecho con el resultado, publicó un mensaje para felicitar a los jóvenes por el compromiso demostrado. “Quiero agradecerles de corazón a todas las chicas y chicos por haber entendido que lo mejor que podíamos hacer hoy era cuidarnos y sobre todo cuidar a los que más queremos”, sintetizó.
A nivel nacional, la mayoría de los distritos organizaron similares operativos en previsión de las aglomeraciones que preanuncia la fecha. Catorce provincias aplicaron protocolos estrictos para impedir reuniones, las cuales no estuvieron permitidas ni siquiera al aire libre. Un caso llamativo fue el de Mendoza, en donde el gobierno provincial decidió volver a fase 1 desde el domingo hasta el martes para evitar los festejos del Día del Estudiante.
En la vecina Entre Ríos, el Consejo General de Educación (CGE), a través de la Dirección de Educación Física, propuso que los estudiantes de todos los niveles compartan actividades recreativas a través de las pantallas, en lo que fue catalogado por la prensa como un “picnic virtual”. Sin embargo, los jóvenes de la ciudad de Chajarí decidieron desoír el consejo de las autoridades y atravesaron la línea donde la rebeldía se convierte en tontería. Apenas pasadas las doce de la noche del domingo, alumnos de diferentes escuelas se aglutinaron en las calles céntricas, desafiando los controles de aislamiento obligatorio.
“No nos vamos nada, que nos saquen a patadas”, fue la canción más entonada durante la madrugada del lunes en las inmediaciones de la estación del ferrocarril. Según informó el Diario Uno, la convocatoria se dio a través de las redes sociales y, pese a las recomendaciones de las autoridades escolares y sanitarias de la provincia, los estudiantes se reunieron en grandes grupos en medio de la calle o permanecieron sentados en círculos en el parque, con una escasez notoria de barbijos o tapabocas y ningún reparo en el distanciamiento social de 1,5 o 2 metros.
Finalmente, “llegó la policía con su carro y dos tranvías”, como cantaba Charly en mis años mozos y, luego de algunos incidentes menores, desalojó las calles. De manera paradójica (o quizás no tanto) la fiesta se llevó a cabo el mismo día en el que las autoridades de la región declararon a Chajarí zona de transmisión comunitaria debido al incremento pronunciado de casos positivos de covid-19 en las últimas semanas.
En cambio, esta vez fue la ciudad de Buenos Aires la encargada de diseminar postales de esperanza. En la capital del país, donde se realizó un amplio operativo de prevención con 600 agentes, guardaparques, bomberos y guardias civiles desplegados en parques y plazas de la ciudad, los chicos y chicas pudieron encontrarse en grupos de 10, debido a la habilitación de reuniones sociales al aire libre. Así, las típicas imágenes de los picnics en los bosques de Palermo y de jóvenes deambulando por el Rosedal volvieron, felizmente, a ser parte del rito anual de encuentros (y desencuentros) adolescentes.
Si bien hubo distintas experiencias en la clásica celebración estudiantil de este 2020, todos los casos me remiten a una imagen indeseada y triste. Tanto los obedientes rosarinos como los desobedientes entrerrianos o los liberados porteños, quieran o no, han debido adaptarse a las premisas de un mundo controlado y desigual, atravesado por una agresiva pandemia que lo ha puesto en jaque. Es cierto, a los adultos nos toca liderar esta emergencia, pelear en la trinchera, definir protocolos, analizar, pensar estrategias de subsistencia, controlar, conducir, pero son los adolescentes y los niños quienes padecen el proceso, quienes, de un momento a otro, han visto derrumbarse los parámetros que resguardaban su inocencia infantil.
Entonces, le suplico a la primavera –siempre propicia a ofrecer milagros– que apure sus pasos y termine de florecer. Porque hoy parece que los más jóvenes, apenas en el inicio de sus vidas, estuvieran circulando a tientas, con la única guía de Fernando Vidal Olmos para indicarles el camino, en un mundo de ciegos.

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