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Catupecu Machu mostró sus otros modos en Rosario

La banda trajo “Madera Microchip”, donde fusiona máquinas e instrumentos.

Hace dos años que Catupecu Machu se encuentra recorriendo el país con “Madera Microchip”, un espectáculo con el que celebra dos décadas de carrera en base a la fusión de máquinas e instrumentos acústicos. En ese marco, el viernes llegó a Rosario para convidarle a los locales una ración de ese potente brebaje sonoro con que invita a ser parte de un viaje introspectivo, performático e histórico.

Fue histórico porque a lo largo del concierto, que duró poco más de dos horas, la banda de Fernando Ruiz Díaz, se permitió volver sobre su pasado para interpretar alguna de esas populares canciones reunidas en sus discos de estudio: “El grito después” (2014), “Pintemos” (2011), “Viaje del miedo” (2007), “Plan B”, y el infaltable “Magia Veneno” (2004) con que bajó el telón con todo el teatro de pie.

Fue performático porque las fuertes presencias escénicas de los músicos se conjugaron con un trabajo de puesta escenográfica que, si bien estuvo marcada por la utilidad –instrumentos, cajas, trípodes, enchufes– también mostró una decoración –cuatro enormes reflectores de cine– que apostó por el trabajo con la luz. También en dos actos, con caída del telón incluido. Fue precisamente ese entreacto el momento de distensión del público que ansiaba revisar celulares, pero el momento tenía otro sentido esencial. Con el rasgo unificador de los sonidos electrónicos de fondo y el teatro totalmente a oscuras, se estaba preparando el espacio a lo que ocurriría minutos más tarde, en el más alto instante de introspección de la noche.

Precisamente todo el show fue introspectivo porque, favorecido por la intimidad que brinda un teatro como el Astengo, Ruiz Díaz diagramó un concierto renovado, distante de la pirotecnia a la que acostumbra la banda. Y, sin ceder intensidad ni potencia, convidó una interpretación de sus canciones que penetraron texturas, colores y fondos de esos temas de siempre.

En un profundo silencio el músico, de pie frente a un hang (instrumento de percusión), agradeció al público la complicidad e interpretó un tema nuevo que le dio protagonismo al instrumento (fabricado especialmente para él, dijo), y desde allí a su historia y los sentimientos que se vinculaban con el objeto. “La savia que corre mía, en tu adentro, fluir en aguas, jugando su juego…”, cantaba solo, de pie.

Sus ojos, cada tanto, se posaban en el “gallinero” y desde ahí descendían hasta la platea, como quien trata de trazar una radiografía contemplando: no olvidar el instante. La madurez de una banda aparece o no se da nunca. Catupecu está disfrutando, animándose a experimentar con sus canciones y formatos. Para Ruiz Díaz se trataba, dijo, de “dejarse cautivar por nuevas aventuras” y, sea como sea, esas aventuras volvieron riesgosa la noche a la vez que los hizo crecer como grupo.

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