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Carrió se aleja cada vez más de la UCR

Por: Rubén Rabanal

“A la gente le encanta el Lole, pero él no habla, no dice, no quiere”, reflexionó Lilita.
“A la gente le encanta el Lole, pero él no habla, no dice, no quiere”, reflexionó Lilita.

Volvió Elisa Carrió al servicio activo. Ya se la había visto con sus cuestionamientos al gobierno en la sesión de Diputados del miércoles, que se prolongó hasta la madrugada para sancionar el 82 por ciento móvil a jubilados, tras un breve retiro a un spa en Córdoba. Pero el jueves, ante un público más reservado organizado por la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la República Argentina, el grupo Cohen y el Club Americano, se desplegó como hacía meses no se la escuchaba. Fue casi un stand-up sobre la política local (con pasajes de humor que ni Enrique Pinti podría emular) que se prolongó por casi dos horas.

Y fue allí donde se la vio mucho más lejos del radicalismo que lo que cualquiera podría pensar.

Como siempre, pidió intimidad para sus dichos, sabiendo que eso sería imposible. Carrió ya defiende un armado con parte del Peronismo Federal, una parte pequeña, en la que incluye casi con exclusividad a Felipe Solá (aunque reclamándole definiciones). Igual que a Carlos Reutemann, a quien le renueva su amor, pero decepcionada, pensando ahora que nunca obtendrá de él una postura firme: “A la gente le encanta el Lole, pero él no habla, no decide, no quiere”. Casi como una novia despechada. Pero insiste en que su armado electoral ideal incluye un poco de cada partido, los mejores, según define para su dream team.

De su sociedad con los radicales, rota hace una semana, tiene recuerdos salvajes. “El Acuerdo Cívico sólo éramos Gerardo Morales y yo”, explicó, sin arrepentirse se haber nombrado a Ricardo Alfonsín como “Ricardito” (diminutivo que el precandidato presidencial detesta) en la carta de despedida del Acuerdo.

“Hay que cortar la inercia de la picadora de carne que es la UCR, que se mira al ombligo y no mira al electorado”, les dice. Reconoce que a los radicales los cansó con sus definiciones, pero que lo hizo a propósito, igual que su pelea con Margarita Stolbizer, la única de todo ese esquema con quien se profesa un odio mutuo. Confesó que ese final lo tenía en estudio desde hace un mes y medio.

Carrió se define como liberal de izquierda y pide no “pobrear (sic) a los pobres y terminar con la Argentina resentida”, todos mensajes hacia el matrimonio presidencial. Es su teoría, exige a la sociedad que se haga responsable: “Kirchner no es más que la expresión de la perversidad de lo que nosotros somos. Hay gobiernos débiles, porque la sociedad les otorga debilidad. El problema es que vota porque está asfixiada, pero no cree en los otros”, dijo definiendo los problemas de la oposición.

Tuvo tiempo también para halagar a los presentes: “Ah, la embajadora es bárbara. Es la primera embajadora como la gente que veo”, les dijo entre risas. Se refería, obviamente, a Vilma Socorro Martínez, la representante de Estados Unidos en el país, reconocida militante por los derechos civiles.

En tren de destilar cuál es la esencia de ser liberal, se cruzó en su mesa en uno de los diálogos más desopilantes del almuerzo. Por una curiosa casualidad, casi sin explicación para los puntillosos organizadores, tuvo que compartir la mesa con Jorge Pereyra de Olazábal, que tuvo la osadía de intentar acercársele ideológicamente. El problema llegó en el momento de las preguntas: “¿Lilita, vos sos liberal?”, le consultó Pereyra de Olazábal. “Sí, pero liberal de izquierda, no como vos”. “Yo soy liberal conservador”, se defendió el ex Ucedé. “Si se te nota en la cara. No me vas a preguntar ahora si vos sos mi límite. No se puede ser liberal si se es conservador. Perdóneme, señor Pereyra de Olazábal”. No había salida elegante para ese diálogo.

Luego hubo más. Cuando la chaqueña hizo un mea culpa de errores pasados, reconoció: “Yo me compré la Alianza”, dijo con pena, alertando de los peligros de aceptar cualquier acuerdo electoral. Antes lo había repetido para explicar la experiencia de los radicales con Roberto Lavagna. “Yo también me compré el menemismo”, intentó acercarse Olazábal. “Vos te compraste muchas cosas”, le sentenció Carrió, en una ejecución pública inapelable. Por cuestiones de agenda, el ex amigo de María Julia Alsogaray debió retirarse enseguida.

En tren de alardear sobre sus posibilidades de avanzar, otra vez, en soledad hacia las elecciones de 2011, recordó, junto a Alfonso Prat Gay, Juan Carlos Morán y Adrián Pérez, que la acompañaban, los caminos que siguió en 2007. Confesó que ésa fue la última vez que se entrevistó con el cardenal Jorge Bergoglio y recordó su segundo lugar detrás de Cristina de Kirchner en la presidencial: “Cómo no lo vamos a poder hacer el año que viene. El radicalismo tiene que poder sacarse sus peores miserias”.

Hacia el final, adelantó una agenda legislativa en parte inédita hasta ahora: dentro de una semana, después de tratar la caída de las facultades delegadas, llegará al recinto el debate por la situación de Papel Prensa. “No podemos comprar el relato de los medios ni de la dictadura, ni de los empresarios sobre ese tema” y adelantó que hace tiempo trabaja sobre el informe que hizo el ex fiscal de Investigaciones Administrativas, Ricardo Molinas. Eso implica, como adelantó, revisar toda la relación financiera de la organización Montoneros con esa empresa y, en especial, la operación de compra. Otro mensaje encriptado al gobierno.

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