El Hincha

El señor caño

Carlovich, el crack de potrero al que el “boca a boca” puso a la altura de Diego

El Trinche es una leyenda viviente, un ser real que si no existiera, muchos lo hubieran inventado igual


Revista un Caño

A veces es difícil saber si el Trinche fue real o si sólo es una invención popular para convencerse de que la vida es un poco mejor de lo que en realidad es. Pocos lo vieron jugar pero todos sabemos cómo lo hacía. Todos lo soñamos. Todos sentimos el fútbol como él y todos vemos en él lo mejor del fútbol. Tomás Felipe Carlovich fue un fenómeno, un crack, un genio verídico, comprobable. Y también es una ilusión, un realismo mágico. Fue real, sí. Y eso lo hace todavía más grande. Pero si no lo hubiese sido, nosotros, como pueblo, lo habríamos inventado.

Su fútbol es una leyenda en las calles de Rosario. Todos y cada uno de los privilegiados que lo vieron jugar afirman que fue uno de los mejores de la historia. Al nivel de Pelé y Maradona. Eso dicen César Luis Menotti, Marcelo Bielsa, Jorge Valdano y José Pekerman, por ejemplo. Entonces, ¿por qué no fue una estrella mundial? Contestar esa pregunta es imposible. Ni siquiera el propio Trinche es capaz de hacerlo. Se pueden conjeturar motivos: que era vago, que no le gustaba entrenar, que no tuvo la suerte necesaria, que le faltó constancia. Cada una de estas razones pueden ser verdad o mentira. Quizás el Flaco Menotti lo explica de la mejor forma: “A él le gustaba más jugar al fútbol que ser profesional”. Lo único que no es un misterio es su talento inconmensurable. Pasó de boca en boca como las fábulas. Pero ésta fue una fábula real.

El club de su vida fue Central Córdoba. Allí es un prócer. Muchos amantes del fútbol iban al Gabino Sosa para ver jugar a Carlovich. Como una salida de lujo. “Esta tarde juega el Trinche”, era la consigna. “Un día contra Platense, en la cancha de Atlanta, le metió dos caños a Bernabitti en la misma jugada. El Trinche estaba de espaldas y le metió uno, Berbabitti volvió a salirle y le hizo otro de frente. No lo podía creer. “Qué hijo de puta, me hizo dos caños seguidos”, explicó Jorge Bocha Forgués, uno de sus socios en el conjunto charrúa. Aquella fue sólo una de las tantas veces en las que hizo el caño de ida y vuelta, quizás la jugada más hermosa de este deporte.

En 1964 y tras un breve paso por las inferiores de Rosario Central, lo prestaron al Sporting de Bigand. Pablo Lozano fue su compañero y recuerda los tiempos en los que conmovía a esa localidad del sur santafesino: “Jugábamos el clásico contra Independiente y él ya llevaba siete caños al promediar el segundo tiempo. El partido lo ganábamos 2-0 y le dije que parara con los caños, que nos iban a matar. Luego, en la cena, me contó que había arreglado el sueldo fijo, el premio por ganar y además los dirigentes le pagaron cien pesos por cada caño”.

A pesar de que es una especie de Dios del fútbol en Rosario y de que cada una de sus acciones tienen un halo místico muy especial, el Trinche es un hombre común, humilde y sencillo: “La gente habló mucho de mis caños, pero eran un recurso más. Ojo que después de tirarlos, se venía la patada. Una vez, contra Estudiantes de Buenos Aires, el marcador de punta Bravo se tiró para embromarme y me clavó un tapón. Me empezó a salir sangre, pero lo eché al médico y seguí jugando”.

Se dice que no asistió a una convocatoria de la Selección porque prefirió irse a pescar, pero él lo niega, como también niega su amistad por el vino. Es que muchas veces el pueblo toma como suyos a sus héroes y le otorga “poderes” que no tienen.

El 17 de abril de 1974 nació el mito-mito. Cada rosarino que a uno se le cruza jura haber estado aquella noche en la vieja cancha de Newell’s. Los cálculos de la época habla de 30 mil hinchas en las tribunas. La Selección Argentina se preparaba rumbo al Mundial de Alemania y necesitaba amistosos. Un rejuntado rosarino se armó a las apuradas para recibir la visita del equipo nacional que presentaba figuras de la talla de Quique Wolff, Brindisi y el Loco Houseman. “Nos juntamos un par de horas antes y los técnicos (Montes y Griguol) me avisaron que iba de titular. Cuando salí a la cancha, había un marco espectacular. No estaba acostumbrado a ver tanta gente. ¿Y qué quieren? Quería tener la pelota a cada rato. Esa fue una noche que me salieron todas. Tiré un caño y cuando defensor se dio vuelta le tiré otro. La cancha se venía abajo y creo que fue la única vez que se abrazaban los de Newell’s con los de Central. La gente no se lo olvida más”.

La leyenda popular dice que en el entretiempo le pidieron a los técnicos rosarinos que lo sacaran porque Argentina estaba para el papelón.

A veces es difícil saber si el Trinche fue real o si sólo es una invención popular para convencerse de que la vida es un poco mejor de lo que en realidad es.

“Yo no sé, pero quizás algo de eso hubo”, responde el Trinche cuando le preguntan si es verdad que su pase a Cosmos de Nueva York se cayó porque un tal Edson Arantes do Nascimento le bajó el pulgar para que el talento rosarino no opacara su imagen. Nunca podremos saber si fue así o no, pero no es difícil pensar que es muy probable, dada la inseguridad de Pelé y la categoría de Carlovich.

En octubre de 1993, Maradona llegó a Newell’s. “¿Qué se siente cuando le dicen que es el mejor jugador de la historia del fútbol?”, le preguntaron los periodistas. El Diego se tomó su tiempo y sonrió con la respuesta: “Yo creía que era el mejor, pero desde que llegué a Rosario escuché maravillas de un tal Carlovich, así que ya no sé… me dijeron que la dejaba así de chiquitita”. El tal Carlovich recoge el guante, “los años que tengo y que se sigan acordando de mí… No sé por qué será. Si yo fui un jugador más”.

El Trinche es sólo una ilusión para aquellos que no lo disfrutamos en vivo, porque no hay material fílmico de sus hazañas. No hay ni un video de su juego. Las nuevas generaciones sólo pueden conocerlo gracias al boca en boca, lo que lo hace todavía más mitológico.

Un segundo infinito con enganche a Scotta

Es apenas un instante. Cuando se inicia la acción un jugador ejecuta una chilena en el centro de la cancha y la pelota va hacia la zona izquierda del ataque de los vestidos de azul. Hay un salto en la película y cuando la imagen se recompone, un grandote con el diez en la espalda engancha de zurda, se saca de encima a un pelado de camiseta blanca y continua la jugada con la pelota dominada con la diestra. Corte. Eso es todo. Seguirán algunas entrecortadas escenas del partido, pero el grandote de azul con el diez en la espalda no volverá a aparecer

El diez de azul es el Trinche Tomás Carlovich y el pelado gambeteado el gringo Scotta. El partido es un Deportivo Armenio vs. Central Córdoba jugado en cancha de Atlanta por la 19na fecha del torneo de Primera B, el 25 de junio 1983. Esa gambeta, aseguran los iniciados en el culto Carlovich, es el único registro fílmico, jugando al fútbol, de toda la carrera del crack rosarino. El partido terminó 2 a 2 y el Trinche esa tarde marcó un gol.

La imagen no corresponde a la síntesis del partido en un noticiero deportivo. Curiosamente fue filmada para montar una secuencia de la ignota película argentina “Se acabó el curro”, estrenada en septiembre de 1983. Se trataba de una coproducción argentino-peruana, dirigida por Carlos Galettini, en la que actuaban entre otros Víctor Laplace, Julio de Grazia, Dalma Millevos y Moria Casán. En la secuencia que nos interesa, Laplace aparece en la tribuna, mirando el partido junto a Dalma Millevos y un actor peruano que lleva un gorrito de Universitario de Lima.

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