Espectáculos

Carlos Herrera en “El hombre de al lado”

La productora de Duprat-Cohn ofreció al artista hacer un largo donde todo ocurra en un teatrillo. Simple y brutal, y con dos botas tejanas para pensar. Por Javier Hernández.

 

Estacionado sobre una plataforma estética que más allá de su aparente simpleza juega un rol fundamental en su estructura narrativa, El hombre de al lado, de la dupla Duprat-Cohn, se erige como una comedia negra que profundiza en la naturaleza de los condicionamientos culturales y de clase.

Protagonizada por Daniel Aráoz y Rafael Spregelburd, el multipremiado film provoca un quiebre en su trama cuando las manos del artista Carlos Herrera se hacen presentes en una obra que por “su carácter simple y brutal genera algo interesante: que uno lo incorpore y pueda pensar lo que está diciendo esa imagen, qué le está pasando a uno con ella”, explica el artista plástico. Así el espectador se enfrenta a un golpe emotivo y sensorial cuando la mano de Herrera, con dos pequeñas botas tejanas, representa diferentes bailes en un pequeño teatrillo erigido en una caja de cartón, con materiales perecederos como decoración.

—¿Qué creés que sedujo de estos trabajos a los directores del film?

—Ellos habían pensado una instancia donde Aráoz hiciera una escena de títeres para una niña que vive en la otra casa, pero cuando se pusieron a armar el guión se acordaron de mis videos y les resultaron interesantes por su carácter simple y brutal, y porque cualquiera podría hacerlos.

—¿Cómo se relacionan los videos con el personaje que interpreta Aráoz?

—El brutalismo de esos videoartes perfectamente podría estar hecho por este personaje que es un tanto brutal, muy humano, muy de barrio y con una vida rica y extrema. El resultado de mis videos contrasta mucho con el otro personaje (Leonardo) que es sutil, snob y cool.

—¿Cómo surge esta obra?

—Chaplin en una de sus películas (La quimera del oro, 1925) ofrece a un niño en la calle un juego y, con una papa pinchada por un tenedor hace una marioneta, como si fuese un muñeco. Esa escena me conmovió desde la simpleza más radical y pensé que con muy poco se podía hacer una obra. Los videos los empecé en 2004 cuando hice una serie inspirada en músicas que a mí me interesaban. Mi forma de trabajo consiste en escuchar esas músicas durante algún tiempo, y después, un día, hacer una producción como si fuese un videoclip, bajo mis propios conceptos, que siempre tienen que ver con la inutilidad, la idiotez, lo frágil y lo inútil que es el arte en el arte en sí. Casi toda mi obra se basa en materiales simples y precarios. Me gusta pensar el arte como un gesto inútil e idiota de una persona que lo produce.

—El agujero en la pared aparece como inadmisible; pero será a través de ese agujero que se expresará tu obra. ¿Qué se establece en ese doble juego simbólico?

—En la película lo que sucede es una situación de encuentro entre un bruto y alguien que estudia. Lo que hace el personaje es romper con las estructuras de lo, entre comillas, establecido. Al romper la ventana destruye un montón de estructuras y provoca una ruptura en el clasismo contemporáneo.

—¿Cómo reacciona la gente frente a la escena de tus videos?

—En este accionar, como doble de manos de Aráoz, mi participación es interesante porque en una primera instancia genera desorientación; uno está viendo la película y de repente aparece una mano gigante: no se entiende demasiado. Fui a verla varias veces y la gente reacciona entre gusto y despiste pero después entiende porque el film explica al instante que la acción estaría hecha por Aráoz para la niña.

—Para algunos es una escena muy erótica y para otros tiene que ver con un reflejo de una naturaleza humana…

—Al aparecer esta mano, que podría pensarse como un poco erótica o provocativa para la persona que lo mira –en este caso nosotros, los espectadores–, en realidad, –y ahí empieza el problema de cada uno– es una acción que está siendo ofrecida a una niña. Ahí se genera algo interesante que te hace pensar qué te está diciendo esta imagen, qué te está pasando con ella”. 

—¿Qué quisiste transmitir con esta obra? ¿Hablaría también de la relación intrínseca entre la vida y la muerte?

—En toda mi producción hay elementos que tienen que ver con la muerte, lo sexual, la vida, lo que es uno, la cosa de nacer, reproducirse y morir. En un punto la obra pareciera tener un lugar muy críptico cuando la ves, pero por otro lado es muy cotidiana. Me interesa pensarla desde el lugar en que no va a cambiar nada, no va a producir nada, como una acción inútil; ésa es mi teoría a la hora de trabajar. Me pone en un lugar como de perdedor frente a la producción y ése es el lugar desde donde sale la producción; aunque obviamente me maneje en el establishment del arte.

—¿Qué quisiste expresar con esa caja de cartón que hace las veces de escenario?

—En vez de ir a un teatro genero mi propio teatro pequeño donde interpreto una obra de, por ejemplo, María Callas, que es como empieza uno de mis primeros videos. Ese teatro es una caja de vino de cartón abierta donde creo bambalinas, fondos, pasarelas o tarimas donde los personajes pueden subirse a cantar o bailar. En un comienzo pienso lo cotidiano y lo simple, pero después es importante salir de ese lugar porque no se trata de eso sino de transformar la obra en una producción artística donde hay kilómetros de cosas que evaden la simpleza, lo inútil o lo ordinario.

—Tus videos expresan una puesta en evidencia de lo indecente, una búsqueda por hacer visible las transgresiones sobre lo que se debe o no mostrar sobre la sexualidad…

—Sin duda, cuando uno se relaciona con los elementos de todos los días y corta un tomate por la mitad o tiene una sensación de tacto con la carne, las frutas o las verduras, sucede algo que tiene un momento de erotismo, en esa relación que tiene que ver con la comida y el cuerpo o con las formas de ingerir. Mis videos tienen un vínculo muy directo con el espectador porque es algo que uno hace cotidianamente. La obra trata de llevarte a un territorio muy íntimo tuyo, tergiversado, con filtros, con todo este bagaje que uno tiene del arte y con todas estas especulaciones que uno hace sobre el espectador y que justamente tienen que ver con provocar al otro a que cuando se reencuentre con una salchicha, un tomate o la mayonesa, sienta que hay otra cosa más.

—El museo sigue siendo legitimador del arte, ¿qué creés que sucede cuando la obra viaja a través del cine?

—No sé si la gente se da cuenta de que ve una obra. Me parece que está tan bien armada que te hace creer que Aráoz hizo eso, nadie se plantea si hay un doble de manos. En la película el video desorienta por la mano gigante y la acción desopilante. Esos videos en un museo son otra cosa. 

—¿Seguirás en el cine?

—A partir de lo popular que se hicieron esas intervenciones la productora me ofreció hacer un largometraje con posibilidad de que todo transcurra dentro de una caja. Es un desafío que me implica pensar en una obra para un formato de cine. Así que ahora empecé a desarrollar el proyecto.

Comentarios