Mi Mundial… ¿Hay en mi memoria un hecho que se resalte más que otro en los 10 mundiales que se han jugado desde que nací? Puede ser… Pero vayamos por parte.
Los recuerdos me llevan a lo que me contaron mis padres de lo vivido en el 78, cuando me llevaron en un Fiat 600 a festejar al centro de “mi” querida Cañada de Gómez el primer título (apenas tenía un año). Lo que viví en prescolar cuando banderita en mano alentábamos a la selección que se iba llevar todo por delante pero que se volvió antes y decepcionó a todos en España 82. La felicidad en su máxima expresión cuatro después cuando junto a mi abuelo Tito gritamos y nos abrazamos con los goles del Diego y la tremenda corrida de Burruchaga que nos dio el segundo trofeo en México 86, cita que ya despertó mi pasión por el fútbol y por el periodismo al escuchar por radio el “tatata…” de Víctor Hugo.
En el 90 sufrí con los penales, las atajadas del Goyco, el pase de Diego y el gol de Cani ante Brasil, insulté a los italianos que se la agarraron con el Diego en el momento del himno, la celebración con mis compañeros de 7° grado por el pase a la final y la desazón por el penal que le dio Codesal a los alemanes. Ya en la secundaria viví y lloré el día del “me cortaron las piernas” por el ¿doping? de Diego, porque para mí fue una operación de la Fifa contra Argentina para que se vaya antes de Estados Unidos. Culminando la carrera de Periodista Deportivo pude analizar con más tranquilidad Francia 98, aunque el tiro en el palo del Bati, el cabezazo de Ortega a Van der Sar y el desaire de Bergkamp ante Ayala que terminó en la eliminación ante Holanda aún perduran en mi memoria.
En el otro siglo, las madrugadas de Japón-Corea 2002 fueron a pura ilusión porque teníamos el equipo, pero todo se derrumbó antes de lo esperada; ya en 2006 fue el primer Mundial –por el horario europeo– que estuve minuto a minuto en El Ciudadano, con jornadas eternas pero placenteras trabajando desde la mañana y hasta bien entrada la noche, felices y tristes, con lágrimas tras los penales con Alemania y aun recordando ese abrazo como de padre a hijo (para mí sigue siendo mi ‘padre’ periodístico) del querido Jorge Balbo cuando quedamos eliminados: ‘Ya está, esto es así… a mí me tocó festejarlo en México 86 y sufrirlo en Italia 90. Ahora a trabajar’, me dijo… y se dio vuelta, se puso los lentes, se fumó un pucho y en un par de minutos escribió una opinión… cómo no recordarlo. Con el ingreso a la nueva década, en 2010, ya sin Jorge (estés donde estés siempre nos acordamos viejo querido) teníamos al Diego pero como DT… Y a Messi… Pero Alemania nos dio una nueva lección y ese día la redacción fue tristeza, desolación y sólo escuchar teclas que escribían, nada más.
Y el último capítulo, el que se vivió en 2014 en Brasil, tiene una historia muy particular en lo personal: lo viví como enviado especial al sorteo, en aquél caluroso diciembre de 2013 en la paradisíaca Costa do Sauipe. Mi viaje en avión a Salvador, el momento de la acreditación y ver mi nombre y el del diario en esa planilla, mi caminata hacia el auditorio, mi ubicación con nombre y apellido, las bolillas, el sorteo y el saber que daba el puntapié inicial a lo que pasaría seis meses después, donde no pude estar en Brasil pero sí sufriendo con mis compañeros del diario cada presentación del equipo de Sabella, como aquél penal que grité antes que nadie de Maxi Rodríguez que nos dio el pasaje a la final… final que merecimos ganar pero que volvió a dejarnos sin ese ansiada Copa.
Hoy voy a vivir mi 11° Mundial… y ojalá seamos campeones por los momentos vividos en “mi” querida Cañada, por mis coberturas en el diario y por el querido Jorge Balbo, que estoy seguro desde arriba será un hincha más.
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