Mariela Morandi (*)
Comentar el recorrido vivido como trabajadora social en diversidad sexual me lleva a dar pinceladas de una historia que tiene sus comienzos, en mi historia vital, en el año 2009, cuando fui convocada a participar del entonces Área de Diversidad Sexual.
En esta pequeña área perteneciente a la otrora Secretaría de Promoción Social comenzamos conformando un equipo de cuatro integrantes.
Mis búsquedas como trabajadora social estaban (y aún están) ligadas a las posibilidades educativas formales y no formales que ofrece esta profesión; por lo que uno de los puntos centrales de las apuestas al integrarme fueron las ganas de pensar con otres en estrategias de interpelación de las realidades sexo-genéricas existentes y legitimadas, entendidas como las únicas posibles. Otra de mis motivaciones fue el interés en visibilizar con pequeñas acciones cotidianas las realidades y necesidades de LGBTI+, en consonancia con los lineamientos institucionales de entonces. En esta tarea me sentí doblemente convocada: por cierta militancia silenciosa a la que me conducía el hecho de formar parte de este colectivo y por un convencimiento respecto de que el trabajo social constituye una profesión con múltiples posibilidades, además de aquellas referidas a las cuestiones netamente asistenciales por las cuales la sociedad lo reconoce y legitima.
Desde estas certezas fui recorriendo un camino no siempre visible que me condujo a involucrarme en micropolíticas tendientes a interpelar, interrogar, cuestionar los prejuicios de una sociedad predominantemente heteronormativa y patriarcal.
Las producciones teóricas de feministas y/o militantes LGBTI+ así como los materiales producidos por organizaciones de diversidad sexual fueron las herramientas de las que nos nutríamos como equipo, elaborando recursos didácticos y dinámicas que poníamos en juego en cada taller que proponíamos a otras áreas de la Municipalidad, a escuelas, a centros de salud, a organizaciones no gubernamentales, a colegios profesionales, etcétera. Por aquellos años los recursos de esta temática en internet eran escasos, y en su mayoría provenientes de sitios internacionales.
Ya en aquel entonces, como durante todos estos años, las organizaciones de diversidad sexual jugaban un rol preponderante en el cuestionamiento y la disputa a las acciones y lógicas del Estado, manteniendo con ellas un diálogo por momentos tenso que nos obligaba a un permanente replanteo de estrategias.
El trabajo me resultaba inquietante por el entusiasmo que me generaba la posibilidad de integrar un equipo de trabajo que apostaba a visibilizar, a dar a conocer, a mostrar la importancia de la temática en un momento en el que, claramente, la misma no era una prioridad para el Estado ni para la sociedad. Por otro lado, porque me imaginaba interrogando un orden de las cosas naturalizado, a diferencia de lo que ocurría en otras áreas del Estado, percibía un amplio margen de autonomía para pensar, intercambiar y generar propuestas como trabajadora…Vale la pena aclararlo: recurrentemente en materia de políticas públicas de esta temática contamos con escaso presupuesto, pero mucho entusiasmo y compromiso para el trabajo.
Una vía importante a la hora de intervenir era la recepción de demandas referidas a situaciones de discriminación vividas por LGBTI+ en negocios, boliches, pensiones, empleos, que obligaban a un trabajo coordinado con abogades sensibles a la diversidad sexual.
Por aquel entonces, las articulaciones que hacíamos con otres profesionales, ajenos al Área, eran cuidadosamente seleccionades, debiendo pasar un primer y fundamental filtro: ser “amigables” (decíamos en ese momento) a la diversidad sexual. Así, los vínculos eran recomendaciones de recomendaciones que íbamos atesorando cuidadosamente en nuestra agenda. Cabe señalar que aún hoy, en ocasiones, nos vemos obligades a hacer jugar esta lógica… poco institucional.
Antes del 2010, las legislaciones de las que nos valíamos eran ordenanzas y decretos municipales que fueron pioneros como herramientas para garantizar acceso y visibilidad. La ordenanza antidiscriminatoria N°7.946 y el decreto N°30.049 de respeto del nombre de identidad de género a trans en dependencias municipales constituían para nosotres verdaderos baluartes para legitimar el trabajo cotidiano. Además de darlas a conocer, las usábamos para exigir su cumplimiento ante situaciones de discriminación.
Reivindico como parte del propio quehacer del trabajo social la tarea de escucha y acompañamiento a personas trans que pedían el derecho y la posibilidad de realizarse tratamientos hormonales, y también cirugías de readecuación sexual. En ese entonces, no existiendo ley de Identidad de Género, se exigían engorrosos informes que patologizaban estas identidades y expresiones, encontrando en el Área algunos profesionales psicólogues que lograban dar un rodeo para que tales escritos acompañaran y expresaran los sentires de les identidades trans. Como trabajadorxs sociales, participábamos de la escucha de un relato cargado de angustia y de experiencias reiteradas de exclusión, en las que en muchos casos la discriminación por identidad/expresión de género y/u orientación sexual de los vínculos cercanos a la persona eran el principal motivo de sufrimiento.
Asimismo, como parte de este hacer, creíamos importante la participación en algunas instancias académicas para dar a conocer cuestiones pendientes que íbamos pensando y repreguntándonos en relación a garantizar derechos en políticas públicas con LGBTI y a pensar nuestras profesiones sociales en estos entramados.
Los años 2010-2012 marcaron un hito memorable en relación a la sanción de dos leyes fundamentales para el colectivo: la ley de Matrimonio Igualitario y la ley de Identidad de Género. Fueron años particularmente efervescentes, en los que se instalaron socialmente debates de temáticas que incluso parecían estar por delante de la sociedad y que acercaron a nuestra oficina, a un mayor número de sujetes, antes invisibilizades. Si en los comienzos se acercaban quienes se autodenominaban lesbianas y gays principalmente, con posterioridad al 2012 comenzaron a hacerse presentes varones y mujeres trans y algunes familiares de elles que llegaban evidenciando un choque de paradigmas entre padres, madres, hermanes e hijes… En algunos casos buscaban informarse, nominar o entender realidades vinculares, encontrar andamiajes institucionales que ayudaran a legitimarse frente a otres, buscar aliades y grupalidades que facilitaran el transitar, vivir y dilucidar experiencias en relación con la diversidad sexual, vividas a veces con gran conflictividad.
Todos y cada uno de esos años de experiencias fueron aportando ideas para pensar y configurar al trabajo social en relación con la diversidad sexual, al que la realidad socioeconómica actual, y particularmente la pandemia de Covid-19, suman sin duda nuevos desafíos e interrogantes. En referencia a la realidad social actual antes de la pandemia, vemos que la avanzada neoliberal y los valores ideológicos de derecha nos hacen hoy estar socialmente alertas frente a derechos ya adquiridos por LGBTI+ en la región y particularmente, frente al recrudecimiento de las violencias machistas y los crímenes de odio hacia LGBTI+, especialmente con mujeres cis y transgénero.
Asimismo, dicha avanzada nos advierte acerca de lógicas complejas que nosotres mismes reproducimos como profesionales: fragmentación, individualización y liderazgos personalistas que no nos permiten entramar con otres.
Para finalizar, compartimos algunas reflexiones y certezas ya comentadas años atrás en otros espacios pero que continúan vigentes para pensar aportes de la perspectiva de género y diversidad sexual al oficio del trabajo social.
- Habilita la pregunta por las variables de identidad de género y orientación sexual en la consideración de les sujetes como sujetes de múltiples determinaciones: de raza, de sexo, de género, de cultura, considerando las articulaciones entre las opresiones que atraviesan a cada sujeto singular en nuestras sociedades occidentales y neoliberales.
- Instala el análisis del dispositivo heteronormado como matriz principal de la discriminación por orientación sexual e identidad/expresión de género, así como el interrogante por las operaciones que pone en juego ese dispositivo en las diversas instituciones que transitan cotidianamente los sujetos: escuela, centro de salud, familia, etcétera.
- Nos compromete como profesionales en la ampliación de derechos de LGBTI+, junto a la acción de movimientos sociales de diversidad sexual, contribuyendo a agendar reivindicaciones no incluidas ni contempladas en las legalidades actuales.
- Permite la inclusión de trabajadorxs sociales en la planificación, análisis y ejecución de políticas LGBTI+.
- Plantea la posibilidad de un espacio de escucha a LGBTI+ respecto a las vulneraciones que sufre el colectivo, problematizando discursos institucionales que reproducen la heteronorma, y analizar cómo los mismos operan exclusiones y estigmatizaciones a LGBTI+ con el objetivo de interrogarlos, interpelarlos y buscar vías de sanción cuando se considere pertinente.
- Promueve la visibilidad de las acciones de personas o colectivos LGBTI+, contribuyendo a dar a conocer logros, reivindicaciones, vivencias e historias a través de la posibilidad de reunir narraciones.
- Desnaturaliza las desigualdades y asimetrías en las relaciones entre los géneros, instalando la idea de que el poder circula entre personas, más allá de sus géneros. En este sentido, permite reconocer que ha existido una relación históricamente asimétrica entre varones y mujeres, pero alerta sobre la reproducción de los machismos en todas las relaciones genéricas: entre mujeres, entre varones, entre mujeres y varones, entre varones y trans, por nombrar sólo algunas. Las violencias no serían propiedad de una sola estructura relacional sino constitutivas de la dinámica de las relaciones de poder.
- Cuestiona la idea de familia tradicional, en la cual se han basado históricamente nuestras prácticas profesionales, incorporando variaciones en relación a los modos de agrupamiento, los tipos de relaciones, el género y la orientación sexual de las personas que configuran vínculos de parentesco y filiación no basados exclusivamente en la consanguinidad y la biología.
“Las vivencias en diversidad sexual devuelven a nuestra profesión la pregunta por los cuerpos y sexualidades no binaries, no heteronormades; por aquelles que se ven obligades a quedar al margen de las nominaciones establecidas porque rechazan e interpelan mecanismos del sistema heteropatriarcal o porque se encuentran en tales condiciones de marginalidad que no pueden acceder a ninguno de los espacios institucionales propuestos por el Estado, quedando por fuera de todas las legalidades. ¿Cabe allí algún aporte profesional posible desde una visión ético-política que, sin soslayar la desigualdad de nuestras posiciones políticas, económicas y sociales, nos sitúe en posibilidad de acompañar?”.
(*) Licenciada en trabajo social. Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2ª Circunscripción
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